lunes, 26 de julio de 2010

HOMO SAPIENS CONTRADICTORIUS

He leído recientemente, en algún artículo de alguna revista de fin de semana, una puntualización de la frase de Ortega: “El hombre es el hombre y su circunstancia”, por otra que al autor de la ‘entrega’ le gusta más: “El hombre es el hombre y sus contradicciones”. Yo rizo el rizo con una tercera: “El hombre es el hombre y sus circunstancias. Y si el hombre no pasa por encima de sus circunstancias, las circunstancias pasan por encima de él” ¿A qué es bonita? Naturalmente.




El hombre es contradictorio por definición, porque no sabe lo que quiere, porque no discrimina ni atina a predecir cuál de las opciones es la oportuna, sin darse cuenta de que, con su nivel de conciencia, inteligencia, experiencia y otras circunstancias metafísicas todas, en el momento de la decisión no podía haber adoptado por ninguna más correcta. Una vez que optes por una decisión, olvida las demás y actúa en consecuencia con la elegida. Y, sobre todo, nunca te arrepientas, ni te preguntes qué hubiera pasado si hubieras asumido otra de las mil opciones que siempre se brindan en cada disyuntiva.

Yo, que practico el sincretismo en todos los ámbitos de mi conciencia, tengo la ventaja de poder optar por soluciones muy diferentes, de muy distintos orígenes. Y nunca me niego a una solución por muy descabellada que pueda parecer al resto de la gente, que se balancea en la tela de una araña, simplemente porque le han llamado al ver que los demás no se caen. Pero, desde luego, no es la opción a la que yo me cogería como a un clavo ardiendo. Sin embargo, ni esa opción descarto porque, evidentemente, la gente no se cae. No es una opción que los ‘listos’ escogerían, pero ¿quién sabe?.




Hay una cuarta opción: “El hombre es el hombre y su miedo”. Esta sí que es redonda. No hay un hombre sin una sobredosis de miedo en su organismo. Miedo a vivir, miedo a perder, miedo al abandono, miedo al fracaso, miedo al porvenir, miedo a la penuria, miedo a la enfermedad, miedo al dolor, miedo a la soledad, miedo a morir. Miedo en cualquier circunstancia; miedo que atenaza, que te deja helado hasta la relajación de esfínteres. Un miedo irracional la mayoría de las veces, porque no estamos precisamente en la época y en las circunstancias de luchar para sobrevivir físicamente. Sin embargo nos inunda el miedo de pies a cabeza, e, incluso sobrevivimos en medio del pánico. Recuerdo aquel paciente que acudió a la consulta del psiquiatra metido en mierda hasta la barbilla, y le rogó que le dijera a la gente que le rodeaba que no hiciera olas. No quería que le sacaran de la mierda, sólo que no hicieran olas para no arrostrar el peligro de ahogarse en las heces. En el fondo aceptaba el mal menor. “¡Virgencita: Que me quede como estoy…”

El miedo, como las circunstancias, como la mierda que te llega al cuello, hay que abandonarlo. Las tres cosas – o las mil cosas que acucian al ser humano- son ilusiones creadas en nuestra mente enfermiza. La realidad es que todos estamos aquí –en este mundo, en este plano de existencia-, para aprender y para interrelacionarnos con los demás, en su apoyo y en su favor, que generará, por el principio de reciprocidad, nuestra dicha y fortuna personales. Una vez que pierdes el miedo, empiezas a degustar los placeres de vivir con lo que tienes, con poca cosa, prácticamente sin nada; con lo que, en cada momento te ofrece la madre naturaleza. Y consideras a este planeta como una enorme aula, donde te van a impartir sabiduría todos los gurús que tú, antes de llegar, has contratado para tu enseñanza. Pero puedes acudir a clase o hacer novillos; puedes estudiar o dedicarte a ver pasar el tiempo o fumar porros de alucinógenos, en ejercicio de tu ‘libre albedrio’, que es el que, entre otras cosas, te sume en la más negra desesperación o te eleva hasta los cielos del placer. Todo lo decides tú, querido amigo. Todo lo decides tú.





Y la dualidad, el par de opuestos, la contradicción, es una de las cosas que has venido a destruir a este mundo junto con el ego, que es el mayor hacedor de fantasmas. No quiero acabar, como siempre, sin dar una solución. Me encontraría incompleto. Ya sé que, también, como de costumbre, de puro fácil nadie se lo cree. La gente acepta ejercicios que produzcan sangre, sudor y lágrimas. Todo el mundo desconfía de soluciones fáciles y, aparentemente, pequeñitas, nimias, intranscendentes. Pero, ahí va. Aprestaros a recibir la bomba que va a caer en medio de vosotros causando estragos de conciencia. Vivid el momento, desechad todo lo negativo y amad incondicionalmente.

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