Cientos de páginas diluidas en el éter; cientos de horas de trabajo tiradas al vacío. Ingenio, desvelos, imaginación, investigación. Todo baldío; todo inútil. No han servido para nada. Se me ocurre buscar culpables; parece que esa compulsión de los humanos consuela en cierto modo la ira que acumula la injusticia monumental de apartar de ti toda labor de años de trabajo. Pero alguien tiene que pagar los trastos rotos; alguna persona se tendrá que hacer responsable del desaguisado.
Mi informático de cabecera emite un diagnóstico que no me deja satisfecho y un pronóstico todavía más negro. Uno de los discos duros internos de mi PC es el responsable. Al parecer también los discos duros tienen un final al cabo de unas horas determinadas de vuelo. Existe un cansancio de los materiales, un sobrecalentamiento de los circuitos impresos, que hacen que eviten ser reconocidos por el sistema. Algunos dejan que recuperes los datos que atesoran; otros no sueltan su fortuna y se va al vertedero dentro de su estructura electrónica. Me cuenta que, en todo caso, se podrían recuperar los archivos, pero que costaría una pequeña fortuna, desde luego fuera de mi alcance en estos momentos de mi vida.
¿Quién tiene la culpa de la movida? Es inútil buscar culpables. Lo que hay que hacer es aprender del hecho y no escribir nunca, nada más, sin hacer una copia de seguridad en un medio de almacenamiento externo. Pero los medios de almacenamiento externo también son perecederos. Existe un programa que indica lo que le falta al disco para cascarla definitivamente. Pero tampoco es seguro. A lo mejor confías en su predicciones y te llevas un chasco.
Yo comencé, como todo el mundo, llenando hojas y hojas de papel, cuadernos y cuadernos con lecciones, apuntes, libros, conferencias, estudios, trabajos, ensayos, archivos de pacientes, etc. Y a no ser que los papeles se quemaran en un incendio –cosa muy poco probable– allí estaban, llenos de polvo, pero ahí estaban. Quizás amarillentos por la oxidación de la celulosa, pero legibles y recuperables. Eran tangibles, los podías tocar, romper o coleccionar. ¿Perderse dentro de un amasijo de estructuras metálicas con circuitos impresos microscópicos y una capacidad de almacenamiento cada vez mayor, y cada vez –colijo– más insegura? Imposible. Tenían que contribuir catástrofes naturales, cataclismos, erupciones volcánicas, inundaciones, incendios…
Al parecer los pendrives (memorias USB ,Universal Serial Bus) son más duraderos y mucho más económicos, y para almacenar letras tienen una capacidad ilimitada. Las obras completas de Shakespeare ocuparían 5 MB. En el mercado existen pendrives de hasta 32 MG a un precio bastante asequible. Me recomiendo comprar uno y utilizarlo solamente durante un año, al cabo del cual lo cambiaré por otro nuevo.
Sed vigilantes y celosos con vuestro trabajo. Es doloroso perder ni una sola hora de labor por nada; por un error del sistema, como tantos…
Hace poco me vi en tu situación, aunque creo que, por fortuna, puedo recuperar los datos de mi viejo ordenador... Estoy camino de ello.
ResponderEliminarMe aconsejaron dos amigos informáticos que lo más seguro es el CD y el DVD, que las memorias, discos duros y estas parafernalias de memoria infinita no tienen su vida como tal: tarde o temprano, petan.
¡Suerte!