Está muy ofendida y humillada por su pareja, a la que ama profundamente, –¿verdaderamente le ama?–. La situación es que él tiene un corazón como una casa de huéspedes y reparte la baraja entre cuatro o cinco jugadoras. Quiero creer, por los indicios, que con conocimiento de todas. Vamos, uno de esos tipos que se lo comen todo, y si te gusta, bien, y si no te gusta, también. Ella lo sabe y él no lo niega. Ella traga y él tan pancho. El intríngulis de esta situación es que ella se pasa el día demandando un estatus diferente. Desearía ardientemente que él dejase a todas las demás para constituirse en la única y singular pareja de un putero por naturaleza. La auténtica pareja ejemplo para todo el mundo: Él en bata de andar por casa, ella haciendo punto. Él lee el periódico y de vez en cuando comenta alguna noticia. Ella asiente con la cabeza o ríe alborozada con alguna ocurrencia. Cenan, hacen el amor una vez por semana, siempre en la postura del misionero, y el día siguiente transcurre de la misma manera que los mil anteriores; ambos se quieren, comparten y no les pasa por la cabeza ningún tipo de infidelidad, ni siquiera de pensamiento.
Pero lo que es, es, y no puede ser de otra manera. Ni él va a cambiar, ni se va a transformar en el ser maravilloso, amoroso y honesto que ella desea, ni ella va a llegar a adoptar la solución de las antiguas heroínas de guión cinematográfico. Pero ella se empeña en ser infeliz y en desear constantemente que todo cambie a su favor.
No hay más que dos soluciones posibles: O se traga el sapo todos los días y hace que le guste la situación de compartir –que el fin y al cabo resulta bastante solidario–, o le manda a hacer puñetas y se dedica a vivir feliz sin la desdicha puesta como una camiseta de esas a las que no se puede renunciar aunque se caigan de raídas.
Me repetiré una vez más. La gente hace lo que le dejan hacer, los niños hacen lo que les dejan hacer sus padres, los ciudadanos hacen lo que les dejan hacer las autoridades competentes, y los maridos hacen lo que les dejan hacer sus esposas. Y no existen componendas en este razonamiento. Tu pareja te pone miserablemente la cornamenta porque tú le dejas que te la ponga. Ni más ni menos. Y no tienes derecho a quejarte. Mantener una situación ambigua es indeseable. Las cosas tienen que ser limpias y declaradas previamente.
- A mí me huelen los pies ¿aceptas esta pequeña servidumbre? ¿No?, pues me parece muy bien tu decisión. ¿Lo aceptas? Vale, pero luego no vengas dando la chapa con que me lave los pies que me huelen a Cabrales.
Es una cualidad de la mayoría de los humanos el quejarse por casi todo y en cualquier situación. Y la mayoría de las quejas son solucionables a poco que se quieran solucionar. Ahora, si lo que pretendes es tener algo que comentar, pues bien. Si lo que pretendes es rentabilizar tu pena, pues bien. Yo no voy a evitar el que acudas a mí siempre que lo necesites –es lo que yo he escogido–, pero no voy a cambiar mi discurso jamás. Siempre te diré que está en tu mano cambiar la situación, cambiar tu entorno, cambiar tu vida, dejar un vicio, comenzar a aprender inglés o a tomar clases de danza.
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