miércoles, 4 de mayo de 2011

CIRCUNLOQUIOS





Ayer acudí a una emisora local, radio colores, dependiente de la Universidad Popular, para que me hicieran una entrevista con motivo de la publicación de mi libro La Serpiente de Fuego. La cosa estuvo muy animada, más que nada por la índole de mis propuestas. En un momento determinado, incluso una de las ayudantes técnicas que allí estaba, se arrimó a la mesa para hacerme unas preguntas. Hay que ver la cantidad de gente interesada en los temas esotéricos, mentales y paramédicos. Y si te metes con las instituciones sanitarias, todavía más. Hay muy poca gente –aparte de los interesados en el estamento médico y farmacéutico– que se niegue a las evidencias que propongo después de 40 años de ejercicio profesional, nadando entre dos aguas: la de la medicina oficial y la que se refiere a la paramedicina o medicinas alternativas. El público está ávido de noticias al respecto; de un poco de cultura de la mente; del establecimiento de unas bases de esperanza para aquellos a quienes no se la ofrece la medicina oficial; del amor que debían utilizar los médicos en sus relaciones con los pacientes, y, por último de que alguien les diga que no sólo son 34/ sino seres humanos con sentimientos.

Me propusieron hacer una serie de programas en este sentido y yo me comprometí a colaborar en todo lo que me requiriesen, porque ya ha llegado el momento de desatrancar las cañerías de suciedad y de malos hábitos médicos, para ofrecer a la gente un trato humano, cariñoso y próximo. Mi experiencia en este sentido es exhaustiva y muy enriquecedora y podría ser un punto de partida para nueva formación de profesionales de la medicina. Ayer, entre otras cosas, se exhibió la anécdota real de la necesidad de que el anestesista acuda a la cama del paciente que va a dormir para someterle a cualquier cirugía, que se siente a su lado, acaricie su mano, y con voz tranquila ponga al paciente al corriente de lo que le van a hacer, de qué forma y el pronóstico de todo el proceso. Está comprobado que con este simple procedimiento, que sólo exige un poco de dedicación por parte del anestesiólogo, se requiere mucha menos dosis de fármaco, se tolera mejor y el posoperatorio es magnífico.

No estamos hablando de grandes disquisiciones en materia médica, organizativa, ni planificadora. Hablo de una medicina preventiva que alertaría a los pacientes del inmenso poder de su mente y de su decisiva influencia en la creación y curación de las enfermedades que afligen al hombre, que llenan las salas de espera, que se acumulan en interminables listas de candidatos a consultas de especialistas y de cirugía, y que no son muy gratificantes para el ansia depredadora de los jefes de servicio que se nutren de las ‘peonadas’ que se generan como consecuencia de todo lo anterior.

Hacerse conscientes del poder de la propia mente y de su capacidad patogénica, vaciaría las consultas, las salas de espera y las listas interminables para operar a los pacientes. Pero existen unos muy espurios intereses para que todo esto no salga a la luz pública. Se tiene como marginal, como proscrito, cuando podría ser un magnífico apoyo para la maltrecha sanidad nacional. Uno de los escoyos para que la gente sepa de su capacidad, es la industria farmacéutica, que se nutre del dolor ajeno y está constantemente investigando la manera de curar algunas (pocas) enfermedades, pero al mismo tiempo crear otras diferentes por el poder lesivo colateral del 90% de los fármacos.

Lo siento, pero no me resigno a callar como mecanismo de defensa. Seguiré siendo el contestatario de siempre, con tal de que solamente una de las personas que me escuchen se convenzan de que dentro de su cabeza coexisten la pobreza y la riqueza; la salud y la enfermedad, el amor y el odio.

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