martes, 24 de abril de 2012

ANIMADVERSIÓN INJUSTIFICADA





Habitualmente carezco del sentimiento del odio. Creo que no odio a nadie, aunque mucha gente me ha dado suficientes motivos para clavarles alfileres en un remedo de trapo de su figura. Ahora, tengo a mucha basca apartada de mis preferencias y otras que me caen como el culo –como tiene que ser–. A veces amplío la lista de estos últimos y otras elimino deliberadamente un nombre de ella. Esto último es más difícil aunque recuerdo un día, hace muchos años, que retiré deliberadamente a Mario Conde de la gente que me caía rematadamente mal. Más tarde me ha demostrado su valía y mi equivocación inicial al considerarlo como un absoluto indeseable.
Hoy en día, casi todos los políticos gozan de mi rechazo absoluto, y me gustaría que se ganasen la vida currando como todo el mundo, pero no les odio, y cada vez puede resistir más tiempo sin apagar la TV o sin cambiar de canal cuando sale alguno de estos manipuladores  prometiendo quimeras y justificando desafueros. Me gusta cada vez más la gente, encuentro en ella rasgos imitables, loables y ciertamente positivos, prescindiendo de que les salgan del corazón y no de las conveniencias de cada caso.

Me gusta el deporte en general y soy incapaz de odiar a ningún deportista. Todos y cada uno de ellos tienen cualidades y trabajo en sus espaldas como para admirarlos profundamente. Tengo mis preferencias, mis equipos y mis gustos personales. Pero aunque un rival triunfe, no le odio. Es el caso, por ejemplo de Fernando Alonso y Vettel. Ambos me gustan pero mis preferencias están en el asturiano. Sin embargo no odio a Vettel, aunque me parezca un poco altivo e inalcanzable ¡Ojalá yo a su edad pudiera haber gozado de los privilegios y de la fama que él ha conseguido! Y de ninguna manera gratuitamente.
En el futbol de competición, mis preferencias están en el Real Madrid por aquello de que nací en la Villa y Corte, y que cuando joven no me perdía ni un partido en vivo y en directo en el Bernabéu. Ha habido muchos jugadores que han gozado de mi admiración, incluso del Barcelona, que se podría considerar como el directo y perpetuo rival del club de mis amores. He admirado a Kubala, a Cruyf, a Rivaldo, a Guardiola, Cluivert… Incluso he deseado, como en  el caso de Luis Figo, que fichasen por el Madrid. ¡Menuda alegría me llevé cuando se produjo el hecho…!

Con todos estos antecedentes no puedo comprender qué extraño y oculto mecanismo me excita Messi, que aun reconociendo su valía y su clase –quizá tengan razón–, por encima del común de los jugadores de futbol, no lo puedo tragar. Y no me pasa lo mismo con Hiniesta, ni con Xavi, ni siquiera con Valdés, que es antipático de salero. Y rizando el rizo, tampoco con Dani Alves, que es el cabronazo más grande que hay hoy en día en los campo de futbol: Listo como un ratón, valiente como un tigre y oportunista como un zopilote, y, además sibilino y comediante. Sin embargo no me inspira la animadversión que siento por Messi.
¿Por qué? ¿Qué oculto registro me pone en marcha para despreciarlo tanto, para considerar que no tiene más que eso, que sabe jugar con la pelota como los propios ángeles? ¿Por qué no veo su parte positiva y sólo me dedico a sacar lo peor de su mochila? Y, en el fondo ¿Qué carajo le importará a él que a mí no me caiga bien? Es joven, tiene toda la vida por delante, fama, dinero para aburrir y un tesoro en cada pierna. Sin embargo, insisto, ¡Me cae como el culo! A lo mejor, si fichase por el Real Madrid, acabaría por caerme bien…

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