miércoles, 30 de mayo de 2012

PARANOIA







He tenido mucha suerte en la vida. Paradójicamente pienso que la suerte es la meditada reflexión de las cosas de cada día, pero en aquella ocasión yo no reflexioné, alguien debió de meditar por mí.

Corrían velozmente los años 50 y yo trataba de alcanzarlos al galope tendido. Mis dos hermanos menores: José María (Chema) y José Manuel (Chemita) andaban, el primero imitando a un  estudiante; el segundo todavía jugando a las chapas. Vivíamos en una casona enorme y destartalada de la calle de las Huertas de Madrid. Era un primer piso –principal lo llamaban entonces– y a pesar de ello tenía una enorme terraza que daba a los patios interiores de toda la manzana, que proporcionaban luz y ventilación a todas las viviendas. En el tercero había una pensión para estudiantes que se llamaba Pensión Elvira, como la propietaria. Su nieto, que vivía en el cuarto piso con sus padres, era mi mejor amigo. Con él jugaba, con él me peleaba y con el competía.
Yo estudiaba la carrera de medicina y él, Juan Ignacio, se metió de auxiliar de vuelo en Iberia. Eso le permitía vivir muy bien, pero acompañaba al sueldo, como pegado con ‘sinteticón’, el peligro de la Marihuana, que en Colombia, donde él iba por lo menos dos veces al mes, se vendía a dos pesetas el kilo. Cuando llegaba a casa con el alijo congregaba a todos los amigotes. Nos juntábamos al olor de la maría, y encima de una mesa redonda que servía para todo, abría el paquetón y nos dedicábamos a desmenuzarla y a separar los cañamones. Sólo con el polvillo ya te colocabas. Aquello, en comparación con las mierdas que se fumaban en España era ‘para negra’.

Yo era muy temeroso, rallando en la hipocondría supina, pero aquel día me decidí a echarme un ‘porrete’ para ver lo que pasaba. Dicen que los primeros porros te sacan de dentro una frase hecha: «…Pues yo no siento nada» provocada por las ganas de nuevas sensaciones y experiencias oníricas. Después, llega la fase de la risa fácil por nada, más tarde la de la psicodelia, durante la que todo te parece maravilloso y diferente. Cuando llegué a ese punto, me enamoré de una fotografía de Marisol que vi en una revista del corazón y ardí de deseo por ella, que en situaciones normales no me gustaba en absoluto.
Nunca lo hubiera hecho, lo que siguió me marcó a fuego para toda la vida. Empecé a sentir una angustia tremenda, como si tuviera que hacer algo, ya. Me vibraba todo el cuerpo y sentía los latidos de mi corazón en cada uno de mis órganos, en todos mis aparatos, desde los pies hasta la cabeza. Después me empezó a entrar una angustia de muerte que no tengo capacidad para describir. Todos los que estaban por allí, al tanto de la fiesta, trataron de contralarme desesperadamente para que no ‘cantara la gallina’. La casa era grande, enorme, pero no hasta el punto de que no se oyera lo que estaba pasando en la otra punta.

En un momento me aceleré a tope, y era tanta mi zozobra, que salí corriendo en busca de ayuda. Entré en la habitación de mis padres, en la que, en ese preciso instante, estaba mi madre charlando con su prima Maruja. Descontrolado, me tiré en la cama y exclamé dramáticamente: «Mamá, ayúdame». Mi madre, alarmada, pero con todo el sentido de lo que estaba pasando –no era tonta y no sería la primera vez que tenía la mosca detrás de la oreja– me largó un valium para el cuerpo, que a los cinco minutos dio al traste con toda mi angustia. Me hizo acostar en una de las muchas camas que había en aquella casa de Troya, y me quedé plácidamente dormido agradeciéndo su ayuda y susurrando: «Mamá, te quiero…»
Chema y Chemita no tuvieron tanta suerte. Ambos siguieron enganchados a la maría, que les metió hasta el cuello, a uno en el caballo, y al otro en la farlopa. Chema, en una casa de deshabituación, se enrolló con una interna que le pegó un SIDA del que murió al poco tiempo, después de arrastrar a mi madre a una vida que no se merecía. Chemita murió recientemente de un carcinoma de pulmón a consecuencia de sus excesos con la farlopa. Ambos perdieron a su mujer y a sus dos hijas –engendraron a dos maravillosas criaturas cada uno, de las que no pudieron gozar. Sus esposas, perfectas amas de casa, se hartaron, a pesar de que ambos eran adorables en otros conceptos, de sus acosos, de sus malos tratos, de sus reproches, de sus paranoias, de sus insultos, de sus amenazas, y acabaron separándose.

No tuvieron, evidentemente, la suerte que me regalaron a mí (sin meditar, ni reflexionar), de sufrir un ‘muermo’ la primera vez que se me ocurrió aspirar hasta los pies el humo de un porro de maría en flor, colombiana; lo más puro que se podía conseguir en aquella época. ¡Gracias!.
LU4E. :) no :(

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