domingo, 1 de enero de 2017

PARA EL NUEVO AÑO

Todos los años, del 21 al 31 de Diciembre, la gente en general se hace muchas propuestas para el año siguiente. Planteamientos muy variados, casi siempre de orden didáctico: Aprender algo; de orden crematístico: Fundar un negocio; de orden psicológico: Dejar un vicio. Intenciones vanas que siempre se dilatan hasta el 21 de Diciembre del año siguiente, día en el cual volvemos a hacer los mismos votos.

Siempre cambiar algo; siempre hacer que las cosas sean diferentes por conveniencias de orden personal; porque a mí me viene mejor. Pero tan genéricas como que haya paz en el mundo –que yo no podré conseguir– Que cambien los políticos de esa manera mentirosa y egoísta que tienen de hacer política –cosa para la que sólo tengo la posibilidad de mi voto, y como no voto, ninguna posibilidad– Que me toque la lotería –cosa harto improbable–. Todas, cosas que, yo, en mi soledad, no puedo nunca conseguir; cosas que se han de producir de piel para fuera. Jamás se me ocurre proponer cosas que yo podría hacer –no sin esfuerzo– de piel para dentro: No pensar nunca más en el pasado; no pensar nunca más en el futuro; no juzgar a nadie por ningún motivo y en ninguna circunstancia; no criticar a nadie (bastante tengo yo con lo mío); no querer tener siempre razón; no aconsejar a nadie a no ser que nos lo pidan previamente;  hablar con mesura, sin exabruptos, sin tacos; pedir las cosas “por favor”; dar “gracias” cuando recibamos algo; saludar al entrar; despedirse al salir; dejar a los demás libres para pensar, decir o hacer los que les venga en gana. Cosas, todas, que se pueden llevar a cabo sólo haciendo un pequeño esfuerzo. Sirven para todo el mundo y nos harían más felices a todos.





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