martes, 31 de agosto de 2010

DISEÑAN CON LOS PIES

Tengo en mi cabeza varias cicatrices: en el cuero cabelludo, tres o cuatro; a la altura de las sienes, otras dos o tres; y en las manos varias, a la altura de los nudillos. Me las he provocado trasteando en mi cocina, de acá para allá, cocinando, fregando, guardando cacharros, vasos y trebejes. Para mí, cocinar es una meditación. Estoy tan metido en mi papel de cortar, pochar, saltear, cocer, emplatar, que no me doy cuenta de lo que pasa a mi alrededor. Y, por ende, tampoco de vigilar mis movimientos, que, entre otras cosas, son los habituales de toda persona que trabaja en una cocina. Y ahí está el busilis de la situación. Si me hiero constantemente, no es por mis descuidos, sino por mi abstracción que no me permite estar pendiente de no desgraciarme con los obstáculos que me puso delante el que diseñó mi cocina. Se lo agradezco en el alma, no los obstáculos, sino que me la montara en un tiempo record y a un coste cero patatero. Y desde luego no es esa la causa de que yo sufra las consecuencias de un mal diseño. Es que todo el mundo lo hace igual, y sólo mide la estética del color y de las formas, pero nunca la funcionalidad y la comodidad para el que trabaja en ese espacio.





Me asiste la certeza de que la gente lo hace lo mejor que puede, pero, como ya he dicho, “Lo que Dios no da, Salamanca no presta”, y estamos muy lejos de que Dios nos conceda dones de los que estamos muy lejos de merecer. Por ejemplo: Las industrias no se gastan ni un puñetero duro en investigación y en diseño. Se limitan a copiar a los demás, pero esto no quiere decir que los demás lo hagan bien, simplemente lo hacen y unas veces venden y otras no. Pero ¡hay que ver lo incómodas que son las mayoría de las cosas que nos rodean!.

En Dinamarca, donde tuve el placer de estar una inolvidable semana, son más listos que nosotros (para algunas cosas, claro). Empezando por el diseño de los edredones, de las camas y de las almohadas, y acabando por la forma especial que le dan a las tablas de los inodoros. Yo suelo estar un ratito sentado en las tablas de los inodoros, porque tengo el placer de intentar resolver los crucigramas de los diarios que compro. La duración de mi estancia depende, en suma, del tiempo que tarde en acabarlo. Indefectiblemente se me duermen las piernas y empiezo a estar incómodo al poco rato. Pero en el hotel de Copenhague, después de estar en esa postura más tiempo del habitual, me di cuenta de lo cómodo que estaba. La razón es que las tablas del inodoro tienen un diseño que las hace anatómicas; se trata de una caída de fuera hacia dentro de toda la estructura, como si fuera un cono truncado, de forma que no te aprisiona los muslos. ¡Genial!. Luego me contaron que allí son todas iguales. Nunca más he tenido el placer de ver ninguna en ninguna otra parte del mundo. Los edredones no te aprisionan los pies, de manera que si estás boca arriba, puedes tener los pies cómodamente en su posición natural…




Voy a enumerar las cosas que yo cambiaría, de nuestro entorno, para que fuesen más cómodas y menos agresivas: Las campanas extractoras de las cocinas, colocadas fuera del posible contacto de las cabezas de la gente y con bordes romos en vez de puntiagudos. Los tiradores de cajones y armarios con bordes romos y, si puede ser, ocultos. Las baldas con cantos romos. Los grifos con sistema antisalpicaduras y ducha. Las tablas para cortar, antideslizantes. Luces debajo de los armarios superiores. Aprovechamiento de los rodapiés con cajones deslizantes. Dos senos de lavabo. Cajones con bordes romos; hay veces que si tiene algo de peso y están muy cargados, te muerden a mala uva.

En los cuartos de baño, grifería de la bañera en el lado largo, para que no choque la cabeza y la espalda cuando te bañas y tengas a mano los mandos. Sin embargo, la alcachofa de la ducha en el lado corto, para mejor aprovechamiento del agua y mayor libertad de movimientos. El bidet separado de la pared 15 cm para que te permita sentarte dando la cara a la grifería y a la pared. Los grifos del lavabo colocados de tal manera que al agacharte para lavarte la cara no te hagas un chichón contra ellos…






Para qué hablar de sillones, sofás y, sobre todo, sillas de despacho y de trabajo, que están diseñados con las patas de atrás. Rizan el rizo los asientos de los trenes, que yo obligaba a los que los diseñaron a hacer un viajecito de largo recorrido sin moverse del asiento.

Como veréis hoy tengo para todos. Mañana Dios dirá. Pero lo que yo necesitaría es que alguien, en alguna parte, tomara mi testigo y emprendiera una política de diseños racionales. ¡A mandar!

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