No me gusta decir esto, pero la humanidad, o cambia drásticamente, o se encamina hacia el abismo. No es la primera vez en la historia del mundo que cae una civilización entera, y es engullida glotonamente por otra manera de pensar, de sentir y de concebir la vida. Ni mejor, ni peor, diferente, que a partir de ese momento establece unas normas rígidas que, cual férula, escayola a los ciudadanos debajo de unas normas, no sé si mejores o peores, pero estrictas; que por lo menos curan los huesos fracturados, dejando al nuevo organismo en disposición de poder comenzar a caminar, muy despacio, y después de una dolorosa rehabilitación.
En un pueblo de veraneo del levante hispano, han mandado a una señora a la UVI por reconvenir a unos adolescentes que, sin ningún temor a las consecuencias, la dieron una paliza de pronóstico reservado. Y no tenían temor a las consecuencias porque no las hay; porque no están establecidas en este final de un ciclo que sufrimos todos. Se huele en el ambiente la permisividad, la falta de castigo a los que cometen fechorías, porque no es políticamente correcto. Los jóvenes están a falta de más palos que a una estera cuando la sacuden con sacudidores de mimbre para sacarla el polvo acumulado por el paso del tiempo. La juventud campa por sus respetos sin ninguna norma, sin ningún freno moral y, desde luego sin idea de castigos, porque esa idea está anticuada y es de fachas y de retrógrados.
Muchos adolescentes, y no tan jóvenes, carecen de la idea de la proporción, de la importancia y de la medida de los castigos merecidos por acciones reprobables, que antes merecían una pena y ahora no merecen nada. Hace poco condenaron a un pariente, por vandalismo, a un pago importante para reparar los desperfectos que había ocasionado junto con otros individuos de su misma estirpe, en un autobús de transporte urbano. O pagar, o la trena por una temporadita. Los padres del vándalo en cuestión, abonaron la importante suma de dinero para que su vástago no ingresase en prisión. El comentario del psicópata fue: “Si no llegáis a pagar y me meten en la cárcel, no os vuelvo a hablar en la vida”. Yo me quedaría muy tranquilo si un individuo de esa calaña me retira el saludo. Pero, claro, los pobres padres no alcanzan a entender que es mejor una bofetada a tiempo que lamentarse toda la vida. Yo lo comprendo; también soy padre. Pero la educación ciudadana está a cargo de las autoridades y la educación moral y familiar a cargo de los padres.
Para empreñar más el asunto, los ignorantes se cargaron el servicio militar obligatorio. Era muy denostado por los progres de todo pelo y condición. Decían que no era humano. No tenían ni la menor idea de para qué servía la ‘mili’. “Les enseñan a hacer el vago” –decían los sandios. ¡Pero que bien les venían las bofetadas que les daban a falta de las paternas, en cuanto se pasaban un milímetro de lo establecido en las normas militares!. Para eso servía, para sedar al individuo y quitarle la fuerza desatada de la juventud que todo lo arroya y, de paso, acostumbrarle a ser humilde y a tener respeto a algo o a alguien, aunque fuera por las consecuencias. A nadie perjudicó hacer el servicio militar: Entre otras cosas, te preparaban para la vida y para el uso de las armas en caso de conflicto militar. Pero había que tener espíritu de sacrificio y un poquito de espíritu prusiano para pasarlo bien desde el principio. Al que no lo tenía se lo metían a golpe de ‘paso ligero’, de marchas a Peñalara con la equipación completa, de bofetadas sin posible contestación a remitente, de noches de imaginarias y de eliminación de los pases pernocta y de las visitas a casa. Pero se aprendía ¡Vaya que si se aprendía!.
La juventud está ávida de disciplina y actualmente no hay nadie que se la dé. Estoy de acuerdo en que hay juventud sana, pero en una minoría vergonzante, incapaz de decantar la balanza hacia el lado productivo, positivo y sensato. Es el final de un ciclo, y es imparable. Ya nadie va a venir imponiendo normas nuevas, porque todos están a mamar: “Hoy por ti y mañana por mí” Yo hago la vista gorda hoy, para que tú la hagas mañana.
No os asustéis, cada uno en su parcela podemos hacer que nuestro entorno sea un oasis en medio del desierto, pero hasta ahí. Tendrá que venir una corriente que, con la disciplina que la ha hecho triunfar, enseñe, poco a poco, a la gente lo que hay que hacer, decir o pensar, hasta que todo se dulcifique y todos podamos gozar de una auténtica solidaridad cívica y humana.
Totalmente de acuerdo. Me preocupa que gente de mi generación (de principios de los 80) veamos con ojos de abuelo a los jóvenes de la generación de los 90, como si fuera una generación totalmente diferente.
ResponderEliminarEn diez años, la forma de educar es diferente. El entorno también lo es. En el colegio, la LOGSE fue un gran error (los profesores de la Universidad dicen que han notado un cambio drástico cuando las víctimas de la LOGSE han entrado en sus aulas). En casa, el uso sin control adecuado de los padres (ni enseñar el uso responsable) de los móviles, de Internet, de las videoconsolas y de un montón de herramientas aislantes, placenteras y viciantes también tiene que ver.
La falta de mano dura por parte de las instituciones, incluso de las Leyes que no tratan a un chaval de 15 años como un verdadero asesino por matar a un tolay que le tiró los trastos a su ¿novia? por el Metroflog hacen el resto.
Nos han metido hasta los huesos la idea de la libertad como inquebrantable. Y es verdad, pero sólo uno se siente libre de verdad cuando aprende a valorarse a sí mismo a y los demás.
Saludos.
Otra más que está de acuerdo.
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