Fernando, además de amar la excelencia, no tenía ningún miedo de enseñar todo lo que sabía, pero manos eran difíciles de igualar y eso no estaba al alcance de cualquiera. Todos los alumnos de su equipo se han colocado en las diferentes provincias haciendo un magnífico papel, corroborado por un impecable curriculum.
Eran otros tiempos evidentemente. Los tiempos en los que los Ministros del Jefe del Estado habían demostrado suficientemente su valía, su experiencia y sus títulos académicos. Sobre todo y por encima de todo, no necesitaban el dinero de la política para vivir. Todos tenían recursos económicos propios, o por familia –muchos eran aristócratas de esmerada educación y brillante dialéctica– o porque ejercían su profesión o carrera con la categoría de excelente.
En el Ministerio de Asuntos Exteriores, había una personalidad probada en asuntos internacionales, que, además de su sabiduría diplomática, sabía idiomas y no necesitaba de traductores simultáneos. En el Ministerio de Sanidad, ejercía de Ministro un médico o una persona muy relacionada con la sanidad y con suficiente experiencia en el sector…En todos los ministerios había, habitualmente, gente muy capacitada, que se jugaba el puesto ante una mala gestión. Los Ministros del antiguo régimen –la oprobiosa–, seguían viviendo en su casa de siempre y la única diferencia era que había dos agentes de la policía armada apostados en su portal.
Evidentemente no hacían de la política su fuente de ingresos, y, además no tenían, al salir de ella, un sueldo vitalicio como ahora.
Palacio de Santa Cruz. Madrid. Sede del Ministerio de Asuntos Exteriores. |
Todo esto viene a cuento de un ‘suelto’ de un periódico de tirada nacional. El que lo suscribe expresa, después del nombramiento de la Ministra de Asuntos Exteriores –que está a la vista que no sabe hablar ni un correcto castellano–: “Tengo veinte años de experiencia diplomática, hablo correctamente cinco idiomas, sin incluir el Castellano ¿Qué tiene la señora Trinidad Jiménez que no tenga yo?
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