Hace algún tiempo que elaboré la teoría del mapa del territorio y el manual de supervivencia. Decía, más o menos, que nos dejan en este territorio sin manual de supervivencia, ni libro de instrucciones. Conocemos el mapa, pero ignoramos cómo movernos en él. Nadie sabe cómo moverse en el peligroso territorio comanche que hemos elegido para tener experiencias. Entonces, todo el mundo aprende lo que le dicen sus mayores, que están tan in albis como los demás. Cada individuo se rige, más o menos, por los mandamientos de su religión, por la tradición y por las costumbres. Últimamente impera otro concepto que es ‘la moda’; ‘lo que se estila’, ‘lo progre’. Los humanos nos guiamos por estos conceptos, que emanan de estas fuentes de conocimiento ancestral. Pero esto no quiere decir que no estén equivocadas. De hecho, cada vez los conceptos que salen a la luz son más mentirosos, más tendenciosos y más interesados. Pero se rigen por el principio político de «Una mentira repetida hasta la saciedad, se convierte en verdad» Tócate la mandorla. Y es así. Tal como os lo digo. Entonces, ¿A quién hacemos caso? ¿Por qué parámetros nos guiamos?
Existe, sin embargo, ínsita en cada ser humano, una ley incontrovertible, que es la Ley natural. De ella emana una forma de vida, que ejercida, evita los problemas en nuestro camino en el territorio. Adaptándose a ella no hace falta mucho más. Lo que pasa es que esta ley está absolutamente contaminada por ideas religiosas y políticas, elaboradas para lucro, no de los hombres corrientes, sino de los religiosos y los políticos. Esta ley natural actúa cuando el individuo se enfrenta a cualquier problema, a cualquier disyuntiva. Y uno de sus principios básicos es: «No hagas a los demás lo que no quieras que hagan contigo» o «Actúa siempre en bien para todo el mundo» Si alguien sale perjudicado en el asunto, incluso tú te verías apartado, vejado o humillado con el proceder que vas a llevar a cabo, no lo lleves a efecto.
Pero este proceder, con arreglo a la ley natural que cada uno de nosotros llevamos dentro, no es interesante para los intereses de los magnates –mangantes– modernos que sólo miran su medro y su conveniencia. Si todos nos atenemos a esta ley, la consecuencia sería el equilibrio social y económico. Pero la mesura y la moderación es lo último que pretenden los políticos, los banqueros y las multinacionales. Hay un afán desmedido de ejercer la avaricia, que, según la definición de la RAE, es el afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas. Esto está muy bien para ser el más poderoso del cementerio, para acumular poder y tener acceso a todos los lujos y todo el sexo del mundo, pero es peligroso para un futuro. Posiblemente, si nos atenemos a la ley del karma, en las próximas vidas deberán elegir vivir en la pobreza y someterse a los mismos atropellos que ellos provocaron en la vida que vivieron.
He rescatado un libro, lo he desempolvado y me he puesto a releerlo. Se llama La Puerta de Todo y su autora Ruby Nelson. Respecto a la ceguera, dice, con mucha clarividencia:
«La joya oculta de la glándula pineal, el místico ojo espiritual, se dará a conocer a medida que vaya sanando su ceguera, recobrando todas sus facultades. Este precioso centro espiritual, hasta entonces abandonado en algún rincón de la mente sumergida, es la mirada que todo lo ve, el omnisciente Ojo del Alma…»
Estamos ciegos hasta que nuestra fe nos haga ver. De manera que, además de la ley natural, existe otra norma que es abandonarse en el viaje, sin miedo, con plena confianza, seguro del final feliz.
Es muy extraordinario, pero lo que os voy a escribir no tiene desperdicio. Estamos viviendo en un mundo de apariencias, en el que nada es lo que parece. Y, por tanto, no debemos juzgar por lo que vemos, porque posiblemente estemos errados. Todo en la creación es la perfecta obra del Gran Creador. Sólo nosotros los humanos creemos que no es así, que somos imperfectos, perecederos y sometidos a juicio, no sólo de Dios, sino de nosotros mismos. Creemos que distamos mucho de la perfección y que, puesto que no nos sentimos capaces de llegar a ella, andamos dando tumbos, de vida en vida, hasta que despierte la glándula pineal y veamos lo que realmente somos. Y lo que somos es la perfecta creación del perfecto Creador. Sin enfermedades, sin deterioros, sin final.
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