Agustín Delgado en una rueda de ciencia |
No he especificado, sin embargo, las otras dos causas, que no tienen tampoco ningún desperdicio. La segunda es: Las cosas se acaban. También la podemos enunciar como: Las cosas cambian, para su mejor entendimiento, porque a lo que nos oponemos frontalmente –y es lo habitual– es a que las cosas cambien ni un pelo de como son. Aunque sean malas. Pero hay una propensión del ser humano a aferrarse a lo que tiene, como el cuento del lisiado que descendiendo en su silla de ruedas por una pendiente, en una carrera desenfrenada, clamaba a la Virgen: “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy…”.
Rápidamente nos acostumbramos a todo y en cuanto nos dan un lecho procuramos hacernos el hueco a nuestra conveniencia. Y mucho cuidado con que nadie lo cambie. O los papeles en desorden encima de la mesa de despacho, o la manera de andar, hablar, vestir, comer…Cada cual tiene ‘su’ manera y se resiste como gato panza arriba a que nadie intente cambiar sus estúpidas costumbres. Que, entre otras cosas, seguro que pueden ser mejoradas.
Ceremonia chamánica |
El Universo, entre sus muchas leyes, posee una ineluctable, que es la ley del cambio. Todo cambia, todo es cíclico. Y lo que hoy está arriba, mañana estará indefectiblemente abajo. Y lo que hoy es, mañana no es. Pero el ser humano se cree que está por encima de las leyes universales, y que va a ser eterno e inmortal. Y ese absurdo pensamiento, le hace aferrarse a cualquier ramita que aflore en la pared del precipicio, sin darse cuenta de que lo mejor que puede hacer, ante lo inevitable, es soltarse y rezar.
Yo siempre tengo en la retranca de mi pensamiento, la consecuencia de cualquier cosa que me pase o esté próxima a pasarme, o que yo imagine que me va a pasar. No me importa tanto el hecho en sí, como sus secuelas, que son las que van a repercutir en mi vida próxima futura. El desastre acaece, fustiga y desaparece dejando una leve huella. Las consecuencias son las duraderas y esas son las que rechazamos de plano.
Ficción: Mi hijo ha perdido su empleo y con él su forma de vida. Él lo ha perdido, yo no. El hecho es que su pérdida de trabajo va a traer consecuencias. Para él inmediatas, pero me estoy oliendo que para mí también. Rápidamente va a querer venir, por un tiempecito, a mi casa hasta que se aclare el panorama. Y yo no me voy a oponer. Soy un buen padre. Pero ¡Ay, dolor! Me va a cambiar la vida el tiempo que esté en casa, en muchos aspectos. Y eso es lo que me jode, que me saquen de mis casillas y que me cambien mis costumbres. Yo, que soy intransigente, voy a tener que adaptarme en muchos aspectos a la nueva vida, y rogar que no surjan dificultades mayores. Él tiene distintas ideas, diferente manera de vivir y otra manera de ver la vida ¡Oh, juventud que todo lo arrolla! Y el caso es que a mí me va a amargar la vida porque voy a tener que estar pendiente de él, y me va a desorganizar la casa, y se va a meter en mi vida, y me va ha a controlar mi sistema y mis horarios y… Pero eso no es real. Primero tendré que esperar a que venga (si viene), y después, como es mi casa, él se tendrá que adaptar a las normas que ya están establecidas. Y si quiere, allá él, y si no quiere, también allá él.
Agústin Delgado y su esposa Lucy |
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