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¿Abuelo, tú eres feliz?
- - Pues…a veces. Unas veces más y otras
menos; unas veces sí y otras no. ¿Por qué lo preguntas?
- - Por nada. ¡Es que yo soy completamente
feliz!
Esto es una
conversación corta entre un niño de cinco años y su abuelo. Después, el abuelo
llamó a su hija (madre del niño) para contarle la feliz nueva: Montse, te llamo
para decirte que tu hijo es “completamente feliz”.
Fenomenal que un niño
de tan corta edad, no sólo haga esa pregunta tan madura, sino que se juzgue
como ‘Completamente feliz’. Razones tiene. Sus padres nunca le chillan, siempre
razonan con él antes de obligarle. Nunca le previenen de los peligros cuando no
los hay, nunca le insultan. Un niño, en los tiempos que corren, en los que lo
primero que le ocurre al padre es decir lindezas como: “Aparta de ahí que te
pego un bofetón”. O: “Cállate, estúpido ¡Qué sabrás tú de esto!”…
¿Qué hacemos con los
niños? ¿Qué estamos haciendo con ellos? Trabajamos todo el día para darles de
comer y para pagarles el colegio y luego les maltratamos con chillidos,
exabruptos, malas palabras o bofetadas ¿Por qué? ¿Vertemos nuestras
frustraciones en los pobres críos, que no saben por dónde les vienen los tiros?
¿Por qué no contamos hasta cien antes de soltar el sopapo?
¿Qué hacemos con los
críos? ¿Les dejamos que chillen, digan palabrotas e insulten a los mayores, y
les reímos las gracias? ¿Queremos que luego, al ser mayores dejen de hacer lo
que gratuitamente les hemos estado permitiendo? Parece que ambos párrafos son
un contrasentido, pero no lo son en modo alguno. Nunca se debe corregir con la
violencia y con los gritos, pero sí con normas, barreras y límites. Un crío no
puede cometer un desafuero a menos que lo pague con la privación de lo que más
le gusta: TV, consola, play o similares. Y debe de estar enterado que cualquier
salida de tono tiene como consecuencia un castigo. Pero hemos de hacerle notar
que no le castigamos nosotros sino él, que sabe, de antemano, a qué atenerse.
¿Qué hacemos
privándoles del amor al que tienen derecho? Las normas, los límites y las
barreras pueden ser tan amorosas como un abrazo, un beso o una frase de
adulación merecida. Reprenderles con frases como: ¿Cómo tú, siendo tan bueno y
tan inteligente, has podido cometer el error de pegar a tu hermano menor? O: ¡Has
suspendido cuatro asignaturas esta evaluación! Fíjate lo mucho que puedes
mejorar. Si te esfuerzas sólo un poco, con tu inteligencia puedes aprobarlas todas.
Yo te ayudaré, no lo dudes…, es acostumbrarles a la reflexión y al amor. Cuando
sean mayores nos lo agradecerán con creces y nos amarán igual que les hemos
amado. Y, es más, ellos harán lo mismo con sus hijos.
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