Ando siempre a vueltas
con las causas del dolor en el mundo. El chamanismo tiene tres causas
fundamentales que justifican el dolor de los humanos: 1.- La gente sufre porque
los demás no se atienen a su voluntad; no piensan, no hacen, no dicen lo que
ellos –yo, tú, él– quieren, y eso produce dolor, frustración, desencanto,
desamor, odio…
La segunda causa es: La
gente sufre porque las cosas se acaban.
La tercera, e
ineludible: La gente sufre porque los demás se mueren.
La gente se muere. Es
un gran vicio y una ordinariez de tamaño sumo; pero desde que el mundo lo es,
la gente se empeña en dejar este mundo cuando llega su fecha de caducidad. E,
indefectiblemente, cuando esta llega, la gente la palma. El muerto al hoyo y el
vivo al bollo.
Pero esto, lejos de constituir
la conclusión del camino y la continuidad por otro diferente, se erige en el
mayor drama que se puede dar en la humanidad: La gente se muere. Y sume a sus
parientes y amigos en un hondo pozo de dolor que sólo se lenifica con el
tiempo. Y, a veces, es el dolor tan profundo que ocasiona la muerte de la
pareja, del hijo, de los padres o de un amigo.
Tengo un psicólogo
amigo que opina que el dolor de la muerte hay que asumirlo, meterse en él y,
como dice el chamán, no juzgarlo y sumergirse en sus heces hasta las últimas
consecuencias. Hay que sufrir sin paliativos, hay que retorcerse y sentirse
morir por dentro; hay que levantarse cada mañana con la angustia de la pérdida
y no descansar en el dolor hasta que no nos rinde el sueño.
Mal asunto. El apego es
la causa fundamental. Buda dice que la causa del dolor en el mundo son los
deseos. Pero uno no podría vivir ni un solo instante de su vida sin desear
algo: levantarse, comer, hacer el amor, dormir, pasear, trabajar…Entonces, al
parecer, está equivocada la idea de Buda. No, en modo alguno, sólo está mal
traducida. Ya que no podemos vivir sin desear hacerlo, traduzcamos la palabra
por apego. La humanidad sufre por los apegos, eliminamos los apegos y
desaparece el sufrimiento.
Y ¿Qué es el apego? Es
el deseo sin el cual yo no puedo ser feliz. Una mujer, un hombre, una casa, un automóvil,
son los objetos de nuestros apegos. Y si no lo conseguimos no podemos ser
felices. Nos arrastramos taciturnos, cariacontecidos, mustios, por la vida,
denotando a las claras que no estamos completos, que nos falta algo. Pero basta
con considerar que si la causa de mi apego; lo que no me permite ser feliz,
desaparece, ¿nunca más podré ser feliz?
De niño sentíamos apego
por una cosa diferente cada cuarto de hora. Pero una cosa causaba dolor con su
pérdida e, inmediatamente, nos fijábamos en otra diferente que nos hacía
olvidar la primera causante de nuestro desasosiego, Juguetes rotos que nos
sumen en la desdicha y son inmediatamente olvidados por otro juguete, incluso
menos brillante que el anterior. Juguetes rotos.
Cuando la gente nos
deja sentimos tal dolor que nadie; ni siquiera García Márquez lo podría
describir. La gente intenta consolarnos, pero carecen de la locuacidad, la verborrea
y la creatividad para calmar nuestra ansia. Nos dicen “Te acompaño en el
sentimiento” porque es lo que hay que decir; porque es lo que hemos aprendido.
O: “No pienses, diviértete. Es cuestión de tiempo…”
Nadie lo siente. Nadie
sabe qué decir. En un sepelio, al que asistí por pura obligación –mi querido
hijo Pablo había fallecido en un desgraciado accidente– me sentía desgarrado,
roto, dolorido, obnubilado y como no creyendo, todavía lo que había sucedido;
culpando a Dios del hecho absurdo de la muerte de mi hijo.
Una persona anónima se
me acercó, en medio de la multitud que se agolpaba curiosa e indiferente, y me
musitó al oído estas palabras que constituyeron para mí un bálsamo maravilloso.
«No le des, al que se
ha ido, el poder maligno de amargarte la vida».
Él era bueno, amable,
cariñoso, listo como un conejo, sano como una manzana. Era el hijo que cada uno
quiere tener. Sin embargo se fue. Nunca me hizo sentir dolor, nunca discutimos.
Un cate, de vez en cuando, con la mano abierta y sin afán de producir dolor;
nada más.
Con la perspectiva del
tiempo las cosas carecen de importancia. Él nunca pensó, lo sé, hacerme daño
bajo ningún concepto, en absoluto. Nos amábamos tiernamente. ¿Por qué darle el
poder de amargarme la vida?
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