Julio Cesar |
No obstante, a pesar de hacernos conscientes de los mandatos ancestrales de nuestro cerebro reptiliano o paleocerebro, debemos “Dar al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios” ¿Qué quiero decir con esta afirmación evangélica? Que para sobrevivir en medio de los lobos, no hay otro sistema que cumplir con sus normas, o suicidarse. Si es eso lo que quieres, suicídate y lucha contracorriente; si quieres vivir en sociedad, paga tus impuestos, cumple con las normas establecidas, no te pongas al margen de la ley y revístete de paciencia y anchas espaldas. Hay gentes que viven ‘a su aire’ mendigando en las calles, sin trabajo, sin familia, con su propio horario, comiendo lo que les dan, durmiendo en donde pueden y aseándose cuando toca. Otros se apartan del mundanal ruido y se instalan en el campo viviendo de lo que les da la tierra y del fruto de su trabajo. Son distintas formas de plantearse la movida. Pero si quieres vivir en sociedad, tendrás que acatar las normas de supervivencia. Las aceras están para los peatones y la calzada para los vehículos. Si te empeñas en caminar por la calzada, tarde o temprano unos de esos locos que se aferran al volante de su automóvil para sentirse importantes, te llevará por delante. La prudencia y un mínimo sentido de la supervivencia te indican que lo adecuado –en tu defensa– es deambular por las aceras.
Para tu cuerpo también existen normas tácitas establecidas desde hace milenios. El organismo humano responde a los mandatos de tu programa mental: Eso es palmario. Y si tienes un buen programa, el sistema funciona sin fallos. Pero ¡Ay si el programa es malo! Entonces acecha la enfermedad, que no existe como tal, sino como un fallo de la interconexión entre cerebro y órgano. Los órganos y aparatos del sistema están concebidos para durar indefinidamente; el límite lo marcas tú con tu ‘programa’. La enfermedad no existe, la fabricas tú con tu ‘programa’. Vives como piensas; si piensas bien, vives bien. Pero, dicho esto, es impepinable que tienes que cuidar tu cuerpo dándole el aseo, la alimentación, el ocio y el descanso que necesita. ¿Por qué? Por una cuestión muy sencilla; porque si te dedicas a contaminarlo, a someterlo a tensiones, a abusar de los alimentos o de la bebida, o de las drogas, o de la falta de sueño, o de los excesos de sexo o adrenalina, los órganos no responden bien, de por sí. Pero, además, el que así procede, es vergonzante en el fondo de su corazón. Quiere decir, que la ley natural le indica que no está bien lo que hace y que de seguir con este proceder, las consecuencias serán muy negativas. El tabaco en principio no perjudica, lo que perjudica es lo que tú piensas del tabaco.
Todo empeño humano, todo afán, todo trabajo es saludable. Sólo se vuelve nocivo cuando lo haces por obligación, o cuando estás trabajando aquí y estás pensando allí. De forma que el trabajar no perjudica. Es más, me atrevo a decir que si trabajas con gusto de lo que haces y sientes el gozo de la obra bien hecha, aunque trabajes mucho, no necesitarás vacaciones, ni desconectar, ni ‘tirarte a la bartola’, ni ninguna de esas chorradas que esgrime la gente para justificar sus ganas de largarse a donde sea, porque ‘no les gusta lo que hacen’. Para esto hay una fórmula mágica: “Si no te gusta lo que haces, hazlo como si te gustara.
Para resumir: Acata las normas si quieres vivir en sociedad. Cuida tu cuerpo y dale el descanso que te pide. Haz tu trabajo con los cinco sentidos, sin pensar en la hora de terminar. Y nunca pienses en la enfermedad. No existe. Sólo está en tu mente.
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