Caída del sol en un ojo de la 'pasarela' |
Cuando yo me enfrento a una desgracia, del tipo que sea, reacciono como todo el mundo con respecto a cagarme en todo, buscar culpables y cómplices. Pero esta fase dura cada vez menos porque ya tengo integrado el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura; el mayor lenitivo del mundo: la comprensión de que todo lo que me pasa lo he programado yo mismo, para tener una experiencia imprescindible para mi crecimiento espiritual. Karma o la ley del karma lo llaman algunos, pero se refieren siempre al débito que adquieres por tus malas acciones, que luego tendrás que purgar en una vida posterior. Para mí simplemente escojo una experiencia y no me gusta considerarla como un castigo, simplemente necesito la experiencia para avanzar, siendo consciente de lo que hice mal y que, habitualmente, tengo que sufrir en mi carne mortal.
El sol dentro del campanario de San Lázaro |
Inútil defecar en sitios inadecuados; ocioso buscar culpables donde no los hay; estúpido achacar a Dios el error de mi responsabilidad. Nada de esto conduce a nada positivo cuando llegas a la convicción de que he sido yo el que he comprado mi viaje en pack con medias pensiones y extravío de maletas garantizado. Todo lo que me pasa a lo largo de este periplo en la Tierra, todas las personas que cumplen impecablemente con su papel al darme ocasión de jurar en arameo, lo he programado yo antes de llegar. Nadie tiene la culpa de lo que pasa, sólo yo y mis elecciones kármicas.
“Tengo la cabeza muy espesa en este momento para considerar la propuesta. Te aprecio y te admiro. Posiblemente tengas razón, pero déjame pensarlo” –me dice cerrando la puerta de su automóvil y haciéndome una señal de despedida con la mano–. Adiós, Toño. Que la paz del Señor esté contigo. Y una dosis curiosa de esa paz para inyectármela en vena directamente, que falta me hace muchas veces.
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