SABIDURÍA UNIVERSAL
Hay tres Shih tzu en
casa, además de un Pastor de Brie –Fredy–, una Cocker –Polka–, una Chiguagua
–Mika–, que comparten su vida con un Guacamayo Jacinto –Jacin para los amigos–,
una Cacatúa de cresta naranja –Chico– , una lorita gris de cola roja –Curra–,
un gato birmano –Brian– y una gatita siberiana, Sugar.
Se sobreentiende el
amor que se siente por los animales en esta familia. Yo era ligeramente
reticente al trato ineducado con los animales, en el sentido de darles de comer
en la mesa, dejar que hagan su voluntad, que rompan, ensucien y trasgredan a su
antojo. Pero no había entrado en el entendimiento de que todos formamos una
gran familia en la que cada cual juega su papel. No me contradigo. Antes no
creía en el papel, al mismo nivel, que juegan los animales en nuestra vida y
que no se les puede considerar como inferiores, sino como iguales, con su
educación, con sus normas y con sus límites.
Fue a raíz de la
lectura del libro “Amigos o parientes” de J. Allen Bonne cuando empecé a
considerar la posibilidad de la transmisión de ideas entre nosotros y los
animales de cualquier escala zoológica, desde un caballo hasta una bacteria. Y a
creer firmemente en la posibilidad de aprender de ellos, de sus costumbres, de
su sociedad, de sus normas y de sus apetencias.
Empecé a considerar que
ellos están en directo contacto con Dios –sabiduría Universal– y que no les
hace falta aprender a vivir. Nosotros perdimos el contacto con esta sabiduría
universal cuando creamos nuestro monigote –ego– que nos hace considerarnos los “reyes
de la creación” Ahora creo que somos los máximos destructores de esa creación
sobre la que pretendemos reinar.
De los tres Shih Tzu,
dos son hembras. Era inevitable que, tarde o temprano, una de ellas se quedara
preñada. Le tocó a Lola: Viva, lista, blanca y negra y escapista por
naturaleza, igual que su pareja, Neko, un macho precoz que empezó sus prácticas
sexuales con 9 meses, lo que parecía imposible para los veterinarios. La preñez
cambió el carácter de Lola, y de ser una candelilla, nunca quieta detrás o
delante de las carreras desenfrenadas de Neko, pasó a ser callada, reflexiva,
tranquila y blanco de las iras envidiosa de Ana, café con leche y la más
pequeña de los tres.
La extrañeza del
veterinario se transformó en asombro cuando, no sólo contempló la posibilidad
de que un macho de nueve meses dejase preñada a una hembra, sino que, además, la hiciese concebir cuatro crías.
Debía de parir a los 58
a 62 días después de haber sido montada por el macho, y esto, según dicen, de
manera matemática; tanto que si a los 63 días no ha parido hay que llevarla
urgentemente a hacer una eco doppler. Si el cálculo estaba bien hecho, la fecha
feliz debía de ser alrededor del día 25 de Enero.
Todo empezó a indicar,
el día 26 que la hora se avecinaba. A nosotros nos pilló en el pueblín, de
manera que tuvimos que seguir el parto vía telefónica, wasap y fotografías. A
las 23:00 me llamó mi hermana para comunicarme que había nacido el primer
cachorro y que era igualito que la madre.
Me encanta Neko; es el
cásico perro golfo, buscavidas, listo, movido, a su aire, y escapista. Tiene
una planta preciosa y un color bronce, entre negro, chocolate y café con leche,
que me alucina. Además su pelo es coherente y aunque no le peines da el pego.
La verdad, es el perro que me hubiera gustado tener sino hubiera sido por los
tres gatos que hay en casa: Gandi, Iris y Luna. Sin embargo, dada la relación
que se había establecido entre Neko y Sugar, empecé a considerar la
posibilidad.
Mi pareja, enamorada de
los tres gatos, nunca se había definida al respecto, pero el día en el que, de
los cuatro futuros perritos Shih Tzu, nos adjudicaron uno, la hizo tanta
ilusión que me llené de alegría y, desde ese momento empecé a desear al futuro
cachorro que se iba a parecer a su padre. Nacería con igual pinta, igual color,
igual carácter.
El que la primera cría
en nacer fuera igual que su madre, Lola, blanca y negra, no me extrañó, sin
embargo esperaba que en cualquier momento me comunicaran el nacimiento de “mi”
perro, chocolate, negro, café con leche y blanco igual que su padre.
Tuve un perro, Foxterrier
de pelo duro, a quien llamé Choper. Era fantástico y formaba parte indivisible de
la familia. Jugaba, de igual a igual con mi hijo Pablo. Ambos se mordían, se
revolcaban y jugaban a todas horas. Cuando se fue de este mundo Pablo, a
consecuencia de un desgraciado accidente de automóvil, Choper se tiró debajo de
las ruedas de un coche, para acompañar a su querido compañero de juegos, sin el
cual su vida podía ser muy diferente.
A mi Shih Tzu lo iba a
llamar igual: Choper, para recordar siempre a su precedente y a su amo Pablo.
-
Hola, Enrique: Ya ha nacido el segundo.
Igual que la madre también.
¡Carajo! –Pensé– ¿Será
el próximo “mi perro”…?
A las 24:20 nació el
último perrito y, como los tres anteriores, era igualito que la madre que los
parió. Pues yo estaba seguro de que mi perro iba a ser chocolate, negro y
blanco como su padre. Vaya desilusión. Mi pareja me preguntó si me costaba
mucho trabajo quererlo igual aunque fuera blanco y negro como su madre. Bueno…yo
quería uno igualito que el padre, no que la madre, pero ¡Qué se la va a hacer!
Es mi perro y lo querré de cualquier color.
Cuando tenían 3 días de
edad llegamos a Madrid y lo primero que hicimos, después de los abrazos de
amor, fue ir a la paridera. La habían colocado en un altillo que hay en el salón,
con una chimenea, un confortable sofá corrido, una mesita de centro y una TV
–que no falte nunca una TV en ningún sitio– . Habían dispuesto en una caja de
plástico una manta confortable, y encima estaba Lola, recostada del lado
derecho y mostrando a sus tres cachorros como cuatro prolongaciones de cuatro
de sus ocho pezones. Chupaban y chupaban, y cuando se hartaban de leche se
quedaban dormidos haciendo un ovillito.
Estuvimos extasiados
contemplando el espectáculo que se nos ofrecía gratuitamente: Una madre que,
sin haber aprendido de ninguna fuente humana, había parido a sus cuatro crías
sin ayuda, las había lamido, las había quitado la placenta, en las cuatro
ocasiones se la había comido y las había ayudado, una por una, a encontrar el
pezón que las iba a alimentar durante dos meses. Sus movimientos, todos ellos,
están milimétricamente estudiados para sus fines. Nadie la dice cómo ponerse
para no molestar a las crías; nadie la ordena comer las placentas, que son una
fuente de proteínas, minerales y principios inmediatos necesario para el duro periodo
de lactancia; nadie la impulsa a apartarse de sus cachorros una vez alimentados
convenientemente; nadie la dosifica la cantidad de leche que mama cada uno,
pero ella lo percibe.
Es el milagro de la
conexión con la Fuente que hemos perdido los humanos. Ellos, los animales,
saben lo que tienen que hacer en cada momento porque están constantemente
conectados a la Fuente Universal de sabiduría, que les indica cómo reaccionar
ante cualquier eventualidad, a dónde dirigirse en sus migraciones, y cómo
plantearse una selección de la especie.
Ellos viven el momento
dignamente. Siguen los mandatos de la Fuente y se pliegan a sus necesidades
vitales. Nosotros hace miles de años que fabricamos un ‘monigote’ que le dimos
a llamar ego, que nos hizo creer que podíamos vivir separados de La Fuente. Y
así nos va desde hace milenios. Somos un triste remedo de los animales. Somos
sus súbditos más torpes. Constantemente nos enseñan cosas que despreciamos.
Cuando desapareció la
discreta penumbra que envolvía la escena, me empecé a dar cuenta de que había
un cachorro diferente al resto: Mirado desde un especial ángulo parecía marrón y
blanco en vez de negro y blanco como los demás. Me dio un vuelco el corazón. Lo
tomé suavemente entre mis manos temblorosas y descubrí con alborozo un
botoncito de carne en su abdomen, denotaba a las claras que era un macho; un
varón marrón, negro, café con leche y blanco igual que Neko. Era el cachorro
con el que había soñado: Chopper.
No hay comentarios:
Publicar un comentario