lunes, 4 de octubre de 2010

RAPHAEL

Siempre he tenido en gran estima a un personaje que me ha seguido durante gran parte de mi vida en este plano. A pesar del concepto que me inspiraba, de excesivamente afectado e histriónico, no me podía sustraer a sentir una envidia sana cada vez que le veía actuar. En mi ignorancia, creía que tendía a la ambigüedad sexual, y cuando se casó pronostiqué una rápida ruptura de un matrimonio que, a mi manera de ver, no podía tener futuro. Pero nada es lo que parece y plantearse juicios de valor a priori es una mala técnica que casi siempre es equivocada. No sólo su matrimonio ha durado mucho más de lo previsto, sino que engendró tres hijos bellos, trabajadores y educados.





Me extrañó su episodio de salud, que llevó su familia en el más estricto silencio. También me alegré de su recuperación después de una intervención grave y arriesgada que, sin embargo tuvo un final feliz. Todo esto es mucho más de lo que su discreción ha dejado que el público sepa. Pero le debía a España una explicación, que si bien no se trataba de una exigencia, constituía una obligada catarsis frente al pueblo que le aupó a lo más alto del panorama artístico.





La serie televisiva sobre su vida y circunstancias, también ha sido una sorpresa que, sin embargo, ha venido a completar una fase muy interesante de la vida de este gran personaje; de esta bestia artística sin parangón en el concierto mundial. Vi la primera entrega con el interés de quién está recibiendo noticias de un pariente muy cercano, y con el miedo de mi crítica inmisericorde hacia lo que se sale del más estricto purismo. No pude hacer ningún reproche, ni de los personajes –Juan Ribó está sublime, junto con el resto del elenco–; ni del guión, exento de sensacionalismo, triunfalismo o sensiblería; ni de la puesta en escena: maestra, comedida y con una gran fotografía. Por momentos se me olvidaba que el que aparecía en la pantalla era Juan en vez de Raphael. En otros me brotaban las lágrimas, igual que cuando oigo alguna de las canciones de su último trabajo discográfico, en el que le acompaña lo más florido del panorama vocal actual de España; desde Bisbal hasta Sanz, pasando por Sabina, Serrat, Bosé…Un disco redondo con la única arista de un ramploncillo Adamo, que más vale que se hubiera callado, porque lo que canta no es más bello que el silencio.





Es curioso lo mucho que ignoramos del prójimo. Aunque, a toro pasado, se colocan muchas piezas del puzle de nuestras ideas erráticas. Él no pudo aguantar su soledad y, como muchos otros, se refugió en unos forzados estados alterados de conciencia que le sacaran de la realidad, no deseada, que estaba viviendo. Nadie fue capaz de detectar nada sospechoso en su impecable profesionalidad, pero él estaba muriéndose por dentro a causa del alcohol que ingería para llenar de nada sus ratos de soledad. Y así, se deterioró su víscera hepática hasta el punto de degenerar en una cirrosis alcohólica.

El miedo le hizo enfrentarse a todos sus fantasmas con tal de darle la espalda a la intervención que había de salvarle la vida. Después, rosas. Cincuenta años de ejercicio profesional sin una tacha, dan para mucho. Pero hasta para el más valiente guerrero llega el día de la retirada. No para este titán. Preguntado por su futuro, contesta: “Después de cincuenta años de experiencia..” Y uno piensa en que la respuesta va a ser: Nada…Pero su contestación es: “Después de cincuenta años de experiencia, ahora es cuando empieza mi vida consciente; ahora es cuando tengo todo por hacer”.





Quiero participar, a partir de este momento, en el resto de la vida de Raphael, que me enseñará mucho más de lo que yo he sido capaz de aprender en la mía. Espero ávidamente la segunda entrega de su vida. Comentaré mis sensaciones.


Raphael y Juan Ribó

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