miércoles, 6 de octubre de 2010

TRISTE DESCONOCIDA

Arcada del puente de la pasarela de Villalobón


Triste desconocida. Rayas los cincuenta, bien vestida con ropa cara, bolsas pesadas en cada mano, andar vacilante; subes las escaleras con dificultad. Voy detrás de ti y pienso en echarte una mano; por lo menos hasta subir las escaleras. Alguien se me adelanta. Un hombre más o menos de tu edad, también bien vestido, te quiere ayudar a llevar los bultos. Le rechazas de manera desabrida mirándole con un infinito desprecio, pero no dices palabra. Tu boca yace en un rictus de repulsa eterna. Os adelanto pero no puedo remediar volver la mirada de soslayo para contemplar la continuación de la escena. Te veo con tus bolsas y a él detrás. Reflexiono sobre la ocasión. A los pocos momentos me vuelvo descaradamente con intención de ver un posible final. Él te ha adelantado varios pasos y sigue su camino con aparente despreocupación. Tú sigues con tu andar renqueante, tu respiración agitada, tu cabeza postrada y tus bolsas en las manos.

¿Qué puede provocar un episodio así entre dos personas? Evidentemente la solicitud de él, en ayuda de la mujer hundida, denota claramente su culpabilidad. Pero ¿Qué pecado puede cometer un ser humano para merecer tamaña repulsa por parte de su pareja? ¿Qué puede haber hecho tan agresivo, como para granjearse su odio, al menos momentáneo?

Nos movemos en parámetros muy equivocados, que nos causan una gran inseguridad, un enorme egoísmo, y una pretendida posición más elevada, en ocasiones, que la del resto de los mortales. O, eso nos creemos. ¿Puedes tirar la primera piedra en cualquier caso que venga a cuento? Yo, no. Tú, no sé. Quizá seas tan orgullosa como para creerte incorruptible, impecable y perfecta. Aunque te lo creas, no lo eres en absoluto. Eres una persona como las demás, con tus virtudes y tus vicios, con tus pájaros en la cabeza y tus mariposas en el estómago ¿Quién te crees que eres para erogar premios y castigos? ¿Dios? ¿El santo San Pedro? No eres nadie, aunque te lo creas. Y no tienes ningún derecho a juzgar, a despreciar, a humillar.

Tienes la justicia de sentirte herida, pero hasta ahí; ni un ápice más. ¿Te hirieron? Pregunta por qué. ¿Te sentiste abandonada? Pregunta por qué. ¿Te traicionaron? Pregunta por qué. Quizá no te guste la respuesta; a lo mejor no te conviene o no te interesa. Pero, créeme, en todo conflicto entre dos personas, cada una se mira su propio ombligo sin echar una mirada al del prójimo. En cada conflicto hay que plantearse la pregunta –si te consideras inocente– ¿qué he hecho yo para merecerme esta situación?

Y, en definitiva, tu calidad de vida posterior depende de la calidad de tu reacción ante la situación inesperada. No aumentes el drama inútilmente. Si tú reacción es meditada, pausada y benévola, todo va a salir bien; quedaréis como amigos, aunque no podáis seguir viviendo juntos. No pasa nada; la vida sigue y lo que hoy te parece un desastre, posiblemente sea el inicio de un gran éxito futuro. No te preocupes por una situación de pareja que, seguramente, se queda muy por debajo de la importancia de otras que no quiero enumerarte por no hacerte temblar.

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