sábado, 7 de noviembre de 2009

PRESTIGIO


PRESTIGIO

7.11.09


No pienso añadir ni una sola gota de tinta al relato, que es lo suficientemente expresivo como para no necesitar adornos, ni lamentos, ni jipíos, ni quejidos. La tenacidad de los hechos les hace impecables en su explicación –fueron como fueron-, y auténticos en sus consecuencias –no sé si buenas o malas todavía.

Todo surgió a raíz de la separación de mi primer matrimonio. El carácter de ambos era incompatible, pero yo –lo confieso- creo que eché más leña al fuego. Las sevicias de última hora y mis ansias de libertad, sin ninguna reflexión, como actúan los que huyen de una casa en llamas tirándose por la ventana, me indujeron a firmar unos papeles que declarban mi sentencia económica de por vida. Di mi consentimiento a una cantidad mensual desorbitada que, a partir del primer mes de separación efectiva, me fue casi imposible pagar, y me condenó a una vida muy por debajo de las posibilidades que me brindaba mi sueldo. La judicatura –que a veces resulta razonable en sus sentencias- rebajó inicialmente la cantidad con la que tenía que compensar a mi ex consorte, pero no hasta el punto de poder atender cómodamente el pago.

A trancas y barrancas, fui pagando la cantidad impuesta. La vida es imprevisible y nunca deja de sorprenderme. Llegada mi jubilación, a los 65 años de mi sana y jovial existencia, decido continuar en mi puesto del sistema autonómico de salud, hasta los 70 años. Me asiste la ley, y sólo tengo que cursar una petición de continuación en mi servicio. Dios, tozudo en sus previsiones, y yo, ingenuo en las mías, decidimos que la administración no vele por sus administrados –como la lógica indica que debía de ser- y que no me avisen de las normas ni de los procedimientos. No se jubilan tantos funcionarios a la vez –pensé cándido- Avisarán a tiempo. La notificación no se produjo y retrasé involuntariamente la presentación los papeles seis días. Las normas son taxativas y muchas veces prevalecen sobre las leyes. A pesar de recurrir la resolución que me separaba de mis quehaceres y me dejaba con la mitad de mi sueldo, no se produjo ninguna variante a la decisión inicial de la administración. El juez, revestido de pontifical, nos expresó su pesar por su sentencia y, a pesar de decirnos que teníamos razón; que no había existido mala voluntad por mi parte, y que lo único que reclamaba era mi derecho a seguir prestando mis servicios, nos adujo que no tenía apoyatura jurídica para darnos la razón definitivamente, que las normas son las normas y que le encantaría que recurriéramos a otras instancias.

Me quedé con la sentencia, con el sueldo de jubilado, que suponía el 50% del que venía percibiendo, y con más dificultades que nunca para atender al pago de una cantidad mensual, que ya no me permitía ni descansar una semana al año, porque, creedme por favor, si no trabajaba constantemente, no ganaba lo suficiente para pagar.

Decidimos pedir una modificación medidas, que no fue atendida hasta que no se demostró, por la segunda declaración de hacienda, que percibía la mitad por todos los conceptos. A pesar de ello, y aunque las pruebas eran abrumadoras, el juez (curiosamente, el mismo que me juzgó en el caso del despido por presentar los papeles seis días después de los que indicaba la norma), alegando que después de mi jubilación tenía más tiempo para atender a los enfermos y que yo era una persona de mucho prestigio, no admitió la modificación de medidas. Recurrida la sentencia, los magistrados que decidieron, posiblemente instaurados en la comodidad de una ratificación, en vez de estudiar el caso en profundidad, se apoyaron en los mismos estúpidos argumentos del juez inicial: “Era una persona de mucho prestigio, tenía mucho tiempo para trabajar, y veía a pacientes de Valladolid y de Burgos.” ¡Toma chorrada máxima de argumento! O sea, que si tienes mucho tiempo puedes ganar mucho dinero. ¡Jódete y baila! Pero la consideración es que esto no es Nueva York donde un médico cobra 300 dólares por una consulta, que allí no se ha instaurado el sistema de compañías de seguro libre de enfermedad, que tienen en su plantilla a médicos con contrato de prestación de servicios, que es lo más indigno que cualquier gobierno, de cualquier país, puede aceptar. Esto es Palencia, una ciudad de 80.000 habitantes, a 45 Km de Valladolid. Y que el sentido del flujo es diferente al que los magistrados quieren demostrar saber. La gente de Palencia acude, en masa, a las consultas de Valladolid y Burgos, no al revés. ¡Ojalá fuera así y la gente que más tiempo libre tiene, en concepto de jubilación, tuviera la capacidad, sólo por ese concepto, de ingresar un pastón mensual en su cuenta bancaria! ¡Qué estupidez! ¿Nos toman por gilipollas, o así? ¿Están de cachondeo, o han comido mierda de gato para desayunar?.

Concluida la primera parte del relato, en el que el prestigio se hace protagonista involuntario, continúo con lágrimas en los ojos. Pero no se crean que de pena, de la risa que me producen los acontecimientos y los argumentos esgrimidos para justificar acciones estultas, incultas e incompetentes.

Hace unos días, recibo la llamada telefónica de la directora médica de una determinada compañía de seguros médicos, en la que presto mis servicios hace 30 años, para decirme que voy a recibir una carta en la que me dicen que, debido a reestructuraciones internas, y puesto que nuestra relación se rige por una contrato basura de prestación de servicios, que sólo obliga a cualquiera de las partes, con un razonable plazo de tiempo, a rescindirlo unilateralmente. A partir del día 1 de Enero del 2010, prescinden de los servicios que venía prestando a la compañía. Sin más explicaciones, sin un motivo plausible, después de 30 años de prestaciones impecables, siendo el mejor, atendiendo a sus pacientes impecablemente, y teniendo la mejor consulta de la autonomía, prescinde de mis servicios…

Después del calentón inicial, intenté ponerme en contacto con la persona que firmaba la carta que, obviamente, no era la directora médica que había hablado conmigo. Fue totalmente imposible. El primer día se pasó reunido las 24 horas. El segundo día, me dijo su secretaria que salía de viaje y ya no me podía atender en una semana. Es un cagao; no quiere dar la cara. Le pasará la patata caliente a la inútil de la directora médica que no fue capaz de citarme en su despacho y decirme a los ojos lo que me dijo a los oídos –pensé- Efectivamente, me llamó la esclava, lameculos, para preguntarme qué quería decirle a su jefe. Que sentía no haberme podido atender por un viaje imprevisto (podía hablar con su esclava, pero no conmigo).

Ante la inutilidad de la conversación, seguí dándole vueltas al coco, intentando defenderme como felino panza arriba. El que había sido director de la compañía de seguros que había prescindido de mis servicios de una manera aviesa, y que ahora ocupaba un cargo de responsabilidad superior en otra compañía rival, se había relacionado bien conmigo. Era un tipo dialogante que me caía bien. Me atreví a llamarle para pedirle consejo o consuelo. No estaba. En su lugar me atendió otra directora médica. No sé si actué bien, pero mis ansias de buscar cómplices y de reivindicar mi postura, me impulsaron a contarle mi caso. Después de oír mi relato pacientemente y de prometerme que se lo iba a trasladar a su jefe, me dijo que no la extrañaba el procedimiento y que siempre se quitaban de encima al profesional más atractivo para los pacientes. Es decir, el de más prestigio.

¡Qué paradójicas resultan a veces las acepciones! Prestigio. Según el diccionario de la lengua:

prestigio

m. Renombre, buen crédito e influencia.

Cualquiera de las tres acepciones: Renombre, buen crédito e influencia, son positivas. Nada tienen de sesgo o retranca dentro de ellas. Únicamente la influencia, si le buscamos tres pies al gato, pudiera ser positiva o negativa. Pero en este contexto siempre se considera como cualidad positiva. Influencia positiva de opinión, de sabiduría, de trato…Poder o capacidad de una persona para influir sobre otra u otras.

Pero, singularmente, mi renombre, mi buen crédito y mi influencia. En suma, mi prestigio. Me han servido para estar económicamente con la mierda al cuello, como para pedir a la gente que por favor no hagan olas. Y para verme defenestrado de un trabajo que me proporcionaba cierto colchón económico, para poder atender a mis obligaciones.

Sin embargo, y por encima de todo: Siempre que llueve, luego escampa.
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