Estoy absolutamente
convencido de que el 98% de las enfermedades que padecemos tiene una etiología
psíquica y mental. Esto quiere decir que tengo por seguro que la causa del 98%
de las enfermedades son conflictos emocionales, que estamos padeciendo a diario
y que, según la intensidad y la manera de vivirlos, producirán una enfermedad
leve, como un romadizo, o un grave padecimiento, como un carcinoma.
Este es el motivo por
el cual, a fuer del miedo que me da en ocasiones, pregunto a mis pacientes
–para su beneficio y para mi experiencia– si tienen o han tenido, antes de la
enfermedad, algún conflicto emocional que puedan relacionar con su patología.
En ocasiones tengo que repetir la pregunta varias veces para que la persona se
centre en mis verdaderas intenciones, ya que, el 80% del público está tan ajeno
a estos conceptos que no caben en su cabeza. Una vez captada mi intención, las
respuestas son muy variadas. Unas personas reconocen inmediatamente sus problemas
afectivos y los relacionan con sus síntomas, a otras les cuesta algún trabajo,
pero acaban reconociendo la evidencia de sus pesares.
El otro día recibí a un
paciente con un problema importante de falta de audición súbita de un oído, al
parecer sin antecedentes previos. Únicamente se había sometido a una
intervención de varices. Volveré a este aspecto en el momento oportuno. Desde
el final de mi pregunta se mostró como extrañado y ajeno a cualquier conflicto
que pudiera haber sido la causa de su enfermedad. No tenía, ni había tenido
problemas personales, ni familiares, ni de amistad, ni laborales, ni
religiosos, ni sociales, ni políticos, ni traiciones, ni peleas…nada de nada.
En suma, era un tipo feliz.
En esa primera consulta
no logré hacerle reflexionar sobre el posible motivo emocional de su problema,
pero no pierdo la esperanza de que, viniendo él solo, pueda soltársele la
lengua, atada por la presencia de su pareja. Lo cierto es que se definía como
un tipo feliz y sin complicaciones. Bien es verdad que dejó traslucir, de pasada, un ligero
disgusto con la situación política. Pero la realidad es que hay pacientes que
un primer impulso se definen como personas felices y sin complicaciones, pero
la procesión va por dentro.
Todo el mundo tiene
unos parámetros sobre su fortuna personal, sobre su suerte y sobre su
conformismo con las situaciones de la vida. Y a ellas se atienen y se aferran
como un náufrago a su tabla de supervivencia. Sin embargo cantan de plano en
cuanto les das la primera vuelta de tuerca.
-
¿Qué tal se lleva con su marido?
-
Pues, hombre…es un poco vago, le va la
cerveza más que aun tonto un lápiz, no colabora en las labores de la casa. Es
sexualmente inactivo. Pero algo hay que tener. Y según está el mercado, mejor
que sea así.
-
¿Y su hijo?
-
Pues, hombre…no estudia, lo deja todo
por medio, es un porreta y esto le produce mucha agresividad y cambios de
carácter, pero peor sería no verlo.
Quizá he exagerado los
términos para que se note la incapacidad de algunas personas para hacerse cargo
de la realidad. Pero existen muchas que tienen una capacidad infinita de
aguantar lo indecible, pero haciéndose daño a sí mismas. Porque pasan por alto
lo que les rodea, porque consideran que podía ser peor, o porque creen que no
se merecen otra situación, pero se producen conflictos de todo tipo que, a su
vez, son la causa de sus enfermedades.
El médico que vio en un
primer momento a mi paciente, se apoyó en la intervención de varices, para
explicar las causas de su sordera súbita, considerando que había un microtrombo
que había producido la hipoacusia sensorial por isquemia territorial. A mi
manera de ver, nada más alejado de la realidad. Debemos de empezar a considerar
seriamente la actitud psíquica del paciente como la causante de la hipoacusia y
no el microtrombo maldito que camina por vía hemática y se localiza allí donde
puede hacer más estragos.