viernes, 28 de mayo de 2010

O TITE TUTE TATI…






Agradezco el interés que puedo suscitar en mis lectores. Con que sólo uno de ellos mejore su calidad de vida, yo me doy por satisfecho. Pero, de vez en cuando hay que poner a la gente en su verdadera perspectiva. Me comenta una asidua seguidora, lo mal que he tenido que estar para escribir Espero un milagro o una señal del cielo. No, una cosa es una cosa y dos son dos. He escrito la entrega, no en plan quejumbroso –ya lo advierto al final- Lo que me ha suscitado las inmensas ganas de escribirla, es que la gente se cree que uno está por encima de las circunstancias del resto de los humanos. ¡Va! ¡Este hijo puta, qué sabrá de penas! Médico especialista, con un consultón de la órdiga (que no cunda el pánico. Revisar significado en el diccionario de la RAE), con prestigio, presente en todas las compañías de seguro médico, escritor, contertulio…Pero si vosotros me contáis una pena, está bien claro que os puedo apabullar exhibiendo la superioridad de mi currículum vitae. Y esto es precisamente lo que pretendo. Porque estoy ahíto de que la gente se crea, de verdad, que está muy mal, y que lo pregone a los cuatro vientos. El vicio nacional es (aparte del que estáis pensando) es contar penas, propias o ajenas, pero contarlas. En cualquier conversación en la que metas subrepticiamente la oreja, siempre salen a relucir los dolores, los médicos y el hospital. Alegrías sólo de los nietos, siempre que no tengas coliquillos o que no estén a punto de salirles los piños.






Y, claro, a mí no es que me importe demasiado dar una u otra imagen, pero, en aras de la credibilidad, debo de poner las cosas en su sitio. Nada es lo que parece; y, de dinero y santidad, la mitad de la mitad; y de esa mitad, la mitad.

Creo que el final del relato, especifica fehacientemente, todas las ventajas y enseñanzas que he extraído de la ponzoña de los acontecimientos. Simplemente bebed de la última parte y no os quedéis con el drama de la primera. Vivo feliz a pesar de las circunstancias ¡Lo juro! Y eso es lo que quiero que comprenda la gente: que se puede vivir feliz a pesar de las circunstancias adversas y de las zancadillas que tú, sibilinamente, te has colocado en el camino, para caer como un pardillo.




O TITE TUTE TATI, TIBI TANTA TYRANNE TULISTI “Oh Tito Tacio, tirano, tú mismo te atrajiste tantas desgracias”.

jueves, 27 de mayo de 2010

LA RIVALIDAD



Se podría decir que es apasionante, y realmente lo es, la carrera desenfrenada de los espermatozoides, trompas arriba, para conseguir fecundar el óvulo maduro y totalmente receptivo. Cuarenta millones de espermatozoides, de los que el 75% están vivos y funcionantes, en su contacto con las paredes vaginales, comienzan su loca carrera para entrar los primeros por el hocico de tenca, reptar a través de las paredes del útero, y buscar compulsivamente el óvulo al final de la trompa de Falopio. Es una auténtica carrera de obstáculos en la que treinta millones de individuos compiten por ser el primero en llegar al óvulo y penetrar en él para fecundarlo. Sólo perforará la membrana pelúcida el mejor, el más dotado y el más rápido entre treinta millones. Es para considerarse un triunfador: ¡Uno entre treinta millones!. Es mucho más de lo que puede proporcionar ganar cualquier competición humana entre dos, hasta un maratón de 400 ó 500 individuos. Diez mil, me da igual ¿Qué es eso comparado a una carrera entre 30 millones? Una carrera en la que sólo consigue el premio el más apto, el mejor. Los demás mueren en el intento. Muchos encima del óvulo. Otros se fueron quedando por el camino. Pero el espermatozoide que fecundó el óvulo, mediante el que yo me multipliqué hasta llegar a ser un feto maduro, fue mi paladín, mi vencedor. Yo soy un vencedor, un triunfador: Uno entre treinta millones. Es para sentirse satisfecho.






Pero esta competición desenfrenada por el triunfo final, quedará como un estigma en todas las memorias, de todas las células, de todos los órganos de la anatomía de los seres vivos. La competición está impresa en la piel y en el cerebro de todos los animales que pueblan la tierra, vuelan sus espacios y nadan en sus océanos. Gracias a esta competición, se lleva a cabo la selección de las especies, mediante la cual, sólo será capaz de preñar a las hembras el más fuerte, el más veloz y el más inteligente, para que sus genes puedan mejorar la calidad de la nueva generación.





Con estas premisas, no me extraña que en este planeta la competición sea el mandato fundamental de cada ser humano. Competir para todo, para concebir, para nacer, para luchar, para jugar y para morir. Vivimos en una constante competencia. Pero en una confrontación, de cualquier tipo, bien sea deportiva, científica, cultural, siempre hay un ganador, que se alegra y lo festeja por todo lo alto con las gentes de su entorno. Y un perdedor, que se queda defraudado y maltrecho, sólo con la esperanza de ganar en una próxima ocasión. La parte buena y la mala, el yin y el yang de la vida. Lo mejor y lo peor. Eso es lo que traen las competiciones, un perdedor y un ganador.






En el libro que me tiene ocupado en estos momentos Las voces del desierto, de marlo Morgan, ‘los auténticos’, como a sí mismos se nombran los aborígenes del desierto de Australia, desarrollan su creatividad, y la muestran al resto de la tribu, simplemente para divertirse. No hay en el hecho ningún afán de competir, simplemente se divierten. Cada cual muestra sus habilidades al resto, no para demostrar su nivel, sino para entretener a los demás. Así se evitan la parte negativa de la competición en la que unos ganan y otros pierden. Y me parece bien. Y me parece mal que siempre tenga que haber un perdedor, pero comprendo que así se fomenta el instinto de superación que, de otra manera, se iría agotando hasta convertir al ser humano y a los animales en un museo de horrores.





Distinguir, no obstante, entre la competencia leal, en la que se exhiben los logros fruto del trabajo y de la constancia –nada se consigue sin esfuerzo- . Y aquella otra modalidad de competición, muy utilizada hoy en día, en la que la verdadera destreza del que compite no sirve para nada, porque los que la juzgan están absolutamente mediatizados o plegados al poder, al dinero o a la amenaza.

miércoles, 26 de mayo de 2010

ESPERO UN MILAGRO O UNA SEÑAL DEL CIELO





Parece que aceptamos mucho mejor los consejos de un rico en materia económica, de un cocinero en materia culinaria, y de un viejo en materia de experiencia. Plasmo en esta entrega todas mis sombras, para que no os quejéis de la vida y de vuestras circunstancias. Para que deis gracias todos los días por lo que tenéis y por lo que no tenéis.

Un pequeño popurrí de entrada, para ir abriendo boca, y luego entraremos en la ‘farsa’ que rellena el drama.

Llegué a Palencia con buenos auspicios, y bendecido por mi jefe y por mi familia. Como no había ningún otorrino en la antigua Residencia Lorenzo Ramírez, me chupé todas las guardias durante dos años. Dormí en una habitación de la segunda planta y comí con los médicos de guardia, con las enfermeras internas y con el cura. Salieron las oposiciones para cubrir la plaza de Jefe de Servicio, que estaba ocupando yo con carácter interino, y se la dieron a otro que llegó con ínfulas de general con mando en plaza, mal encarado, mal educado y mal oliente. Como colofón, y para no haceros largo el inicio del relato, un buen día se le ocurrió la feliz idea, muy en consonancia con su calaña, de cambiarme el diagnóstico y el tratamiento, delante del paciente que yo acababa de ver. Le mandé a tomar por culo, me segregué voluntariamente del servicio y me fui al ambulatorio para ver 50 pacientes al día y operar, a los oportunos, en horas de quirófano en el Hospital ‘San Telmo’.




Gané por oposición la plaza de Jefe de Servicio del susodicho Hospital ‘San Telmo’, dependiente de la Diputación. Me incompatibilizaron y me quedé sin enfermos. Solamente veía a los funcionarios de la Diputación, a los gitanos, a los internos de la cárcel provincial, y poco más, gracias a una nefasta gestión de los diputados que por entonces regían los destinos de todos los profesionales que trabajábamos en la sanidad provincia. Poco después perdí a un hijo en un accidente de tráfico, me desahuciaron de la vivienda donde, al mismo tiempo, pasaba consulta desde hacía 15 años, mediando algunos enjuagues oscuros por parte de los abogados que llevaban mi caso, que nunca llegué a entender. Me separé de mi primera mujer. El juez me condenó a pasarla una pensión mensual compensatoria muy próxima a los dos mil euros…
Espero pacientemente, que los acontecimientos me enseñen el camino. Mi panorama humano no puede ser más desalentador. Pero, por el contrario, mi faceta divina está empezando a entrar en una fase apasionante. Me encuentro inerme ante una situación que, posiblemente, yo me haya creado, consensuando los acontecimientos hace mucho tiempo. Espero, insisto, que me haya dejado un resquicio que equilibre la balanza de alguna forma. Simplemente para que yo consiga la paz de espíritu que ahora me falta.





Nunca pensé, ni por lo más remoto, que, yo, médico especialista, bien formado, amable y contemporizador, con una consulta agradable y aromática, tuviera problemas económicos. Creía que siempre iba a tener la capacidad de generar el suficiente dinero para subvenir a mis necesidades y las de mi familia. Por tanto, nunca pensé en guardar. El dinero que entraba, salía al poco tiempo, pero nada se quedaba en la bolsa. Nunca pensé en el futuro, posiblemente aleccionado por mis maestros que me insistían siempre en vivir el momento puro y duro, sin reparar en el pasado y sin crear el futuro. Sin embargo, los acontecimientos se fueron concatenando para quitarme la tranquilidad, la paz y el sueño. Hace doce años, la situación familiar llegó a la cima de su deterioro, culminando en una ruptura total, antecedida de una firma de un documento en el que me comprometía a pasar a mi primera esposa, una cantidad superior a la que yo podía asumir. Firmé mi sentencia por querer acelerar los trámites de mi salida de aquella casa, que sólo me proporcionaba disgustos sin cuento.

Aquello fue el principio, luego, el juez determinó una cantidad desorbitada, que me tuvo anclado al ecúleo de mi mala cabeza en el primer trámite de mi divorcio. Los pródromos de lo que estaba por venir, en materia de desastres, fue un expolio de cuatro millones de pesetas, en negro, que el abogado de la parte contraria me exigió, como condición sine qua non para firmar la venta del piso familiar. Mi leguleyo, no tuvo cojones para oponerse y yo caí en el primer garlito.






Poco después, mi ex mujer me pidió un aval bancario para alquilar un piso en Madrid. Aproximadamente al año, dejó aquel alquiler, sin ninguna deuda contraída, lo que me exoneraba de mi aval. Sin embargo el banco Zaragozano, en castigo por subrogar la hipoteca de mi piso, ejecutó el aval y todavía colea una deuda de las cantidades mensuales que ellos dicen que tengo que seguir pagando indefinidamente. La subrogación de la hipoteca se debió a un cambio de las condiciones de la misma, justo el día que teníamos que firmar la compra de mi actual vivienda. Podía haber aplazado el acto, podría haber dado plantón a notario, vendedora, etc, pero no lo hice. A los dos meses, como es natural, cambié la hipoteca de banco, y en ‘premio’ ejecutaron el aval. Esta es la segunda que le debo a mi mala planificación.

Iba viviendo, a pesar de pasar a mi ex esposa una cantidad muy superior a lo normal, rondando a los 2000 euros al mes, con las oportunas subidas en razón del aumento anual del IPC. Se comprende que por mucho que yo ganara, ella se llevaba más del setenta por ciento.

La ley establece que los médicos, en razón de su utilidad social, puedan estar trabajando hasta los 70 años. Y a pesar de que El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, yo pensé, pobre mortal, que la empresa debía velar por la vida laboral de sus trabajadores. De esta manera, y como no se jubilan cientos de personas al año; ni siquiera al mes, y mucho menos al día, lo normal es que comunicaran al currante la proximidad de su jubilación y la posibilidad de pedir la continuidad en el servicio hasta los setenta años. No fue así, y veinte días después de mi petición, recibí un papel denegándola porque no se adaptaba a la norma. Había entregado los papales seis días después del plazo máximo de recepción. En ese momento se me cayó el cielo encima de la cabeza como a los guerreros galos. No podía ser que después de treinta años de trabajo impecable, me despidieran de esa forma tan sibilina. Además, de un plumazo, dejaba de percibir la mitad del sueldo, que me era imprescindible para seguir viviendo y pagando la cantidad exigida por ley a mi ex mujer. Recurrí con la ayuda de un abogado de gran prestigio. El juez le dijo que sabía positivamente que teníamos razón; que era kafkiano que por esa norma me separaran del servicio. Lo único que quería era seguir trabajando ¡Dios mío! No pedía dinero, ni prebendas, ni exenciones de responsabilidad, sólo seguir trabajando. Pero concluyó en su sentencia que: ‘Aunque teníamos razón en lo sustancial, él no tenía apoyatura jurídica en lo particular’. Nos recomendó que recurriéramos a instancias superiores, pero el coste del procedimiento me echó para atrás.

Me vi abocado a tener que dejar la consulta, no en vano estaba pagando cerca de mil euros de alquiler. Las compañías no daban para tanto, y con la merma del 50% de mi suelo oficial, no podía mantenerla abierta. Pedí modificación de medidas para bajar la cantidad de la asignación mensual a la ‘antigua’, y, aunque se demostró, en dos ocasiones sucesivas, que las declaraciones de hacienda presentadas, aclaraban que percibía la mitad que en las anteriores, el mismo juez que había fallado en mi contra en el afaire anterior ¡Qué casualidad!, adujo que yo tenía mucho prestigio y, al jubilarme, mucho más tiempo para trabajar. De esa manera creía conveniente no rebajarme ni un euro de la cantidad mensual a pagar.






Esta nueva vuelta de tuerca me dejó sin aire físico para respirar. No sabía qué hacer, ni cómo hacerlo. Pero los caminos del Señor son inescrutables y, de la noche a la mañana, mi segunda esposa percibió un dinero, correspondiente a un reparto de su padre, suficiente para invertir en un piso, que nos liberaba del pago mensual de mil euros, y nos proporcionaba un poco de aire fresco para seguir respirando. Mi estado de ánimo es muy similar al condenado de por vida; al privado de libertad. Porque estoy obligado a trabajar, todos los días del año, sin posibilidad de vacaciones, porque si no trabajo, no cobro, y si no cobro no puedo pagar la asignación mensual, y si no pago la asignación mensual, el Sr. Juez me mete en la cárcel.

Pero los acontecimientos son inciertos, y cuando uno cree que ya no puede pasar nada más, va y pasa. Recibo una carta de la compañía de seguros que me proporciona el 70% de los pacientes que veo en mi consulta, y por tanto me mantiene con el agua al cuello, pero a flote, comunicándome su intención de prescindir de mis servicios. Ni un motivo, ni una razón, nada. Solamente que después de 25 años de trabajo excelente para la compañía, me dan la patada de charlot. Por más que moví el asunto, no pude hacer absolutamente nada para hacerles entrar en razón.

Es evidente que, desde alguna instancia del más allá, me están diciendo que pare, que deje de pasar consulta, que estoy destinado para otros fines. O al menos eso es lo que yo creo. Ahora sí que sí. Ahora sí que tengo que dejar de trabajar, porque, ante la alternativa de pedir otra modificación de medidas, y que el juez vuelva a condenarme al mismo pago, con otra salida de pata de banco, y ante la premura de mi situación, me veo obligado a dejar las compañías y quedarme exclusivamente con la pensión de la seguridad social. Creo que aduciendo esto, se creará un procedimiento de urgencia que me permita pagar menos de la mitad a mi ‘ex’, aunque nosotros nos quedemos también a verlas venir.

Hace más de dos años que estoy cosechando deudas mensuales en el banco, que enjuga mi segunda esposa, con el dinero de la herencia de su padre.
Me levanto todas las mañanas con un proyecto nuevo para sacar un poco la cabeza. Hasta ahora ninguno ha funcionado. Pero doy gracias a Dios por lo que tengo, y por lo que no tengo. Espero un milagro o una señal del cielo. De momento me mantengo con mi meditación, mi Chi Kun, mi Tai Chi y mi ‘vivir el momento’.

Aparte de todo este melodrama ¿Qué he aprendido de todas estas especiales circunstancias que me ha tocado vivir?

He llegado a la absoluta certeza de que:

1º. Nadie tiene la culpa de nada de lo que me ha pasado. Es inútil buscar culpables. No existe la culpa. Simplemente todos los papeles que han representado los actores que yo elegí para llevar a cabo mi representación, han sido impecables. Todos ellos, desde el primero hasta el último, han sido magníficos figurantes en el folletín que yo compuse. Se podía pensar que han sido mis comparsas, que los he manipulado desde hace mucho tiempo para que llegaran a recitar sus papeles como maestros consumados en el arte de Talía y Melpómene, y en cierto modo, sí, todos manipulamos a los demás para llegar a nuestra meta, y luego nos quejamos.







2º. Doy gracias a Dios por lo que ha pasado, porque podía haber sido mucho peor. En realidad mis pretensiones se han llevado a cabo siendo fieles, en todo momento, a mis requerimientos.

3º. Mis intentos diarios para controlar las situaciones me han hecho perder la calma, la presencia de ánimo y el tiempo. En realidad, si hubiera sabido en su momento las causas íntimas de las cosas, hubiera sido más feliz. Si hubiera tenido la certeza, como ahora, de que no podemos controlar nada, no tendría tantas cicatrices.

4º. Lo importante no es la meta, que queramos o no vamos a alcanzar, lo importante es el camino (¿Os suena?). Lo importante no es el camino, es cómo hacemos el camino. Si de todas maneras vamos a alcanzar la meta, hagamos bien el camino, alegres, confiados, sueltos, gozando, gustándonos, recreándonos en la suerte.






5º. Lo importante en esta vida es el amor que podamos dar a la gente que nos rodea. El inmenso amor que atesoramos y que tenemos que hacer circular, porque si no, se va a pudrir y se convertirá en inútil. Y bien es sabido que lo importante no es lo que tienes, sino lo que haces con lo que tienes. Este concepto parece muy sobado. Todos los comunicados hablan de dar amor de una manera meliflua y chocante; posiblemente irrelevante. Pero, para dar amor, primero hay que tenerlo; y para tenerlo hay que hacerse conscientes de que lo tenemos. Y esto no es fácil. Hay que intentarlo.

6º. En Rebirthing hay una técnica que se llama ‘dejar partir’. Consiste en soltar una situación que estás visualizando, sea buena o mala, centrándote en la próxima e inmediata respiración consciente. Es otra cosa que tengo en mi corazón en el momento actual: Hay que ‘dejar partir’, todo: situaciones, amores, dinero, fama, prestigio, odios, rencores. Para quedarte sólo con el amor, que es imprescindible que demos a manos llenas. Y no os preocupéis, el amor es lo único que se multiplica exponencialmente cuando lo das. Todo lo demás, se reparte, el amor se comparte, y, a medida que lo haces, curiosamente crece en ti, te llena y te hace estallar un mundo de estrellas en tu corazón.





7º. Lo último que he podido sacar en limpio de todo esto, es que es fácil creer en lo palpable, en lo que vemos. Pero tener verdadera fe; aquella fe del evangelio; esa que te impulsa a creer en lo que no ves, es lo realmente complicado. Y para esto hay que derrochar grandes dosis de confianza y optimismo.

Amor magister est óptimus. “El amor es el mejor maestro”

martes, 25 de mayo de 2010

UNA DE LAS ENTREVISTAS EN TV

Aquí tenéis una entrevista que me hicieron en TCyL 7, con motivo de la publicación de mi libro "Diccionario Gitano-Español, Español-Gitano" Por su amplitud no hago más comentarios.

Si lo queréis ver mejor, hacer doble clic encima de la imagen y seréis remitidos a yo-tube.


TVCyL 7

domingo, 23 de mayo de 2010

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO



Cada uno elige sus circunstancias, su entorno, su medio de vida y sus anécdotas. Todo el mundo, de una forma u otra, se queja, reniega y cuenta sus cuitas a los cuatro vientos. Cada quidam se afana por protestar, despotricar y lanzar dicterios a través de cualquier medio, escrito o hablado. Yo mismo, de vez en cuando, tengo la compulsión heredada, de meterme con los personajes que no me gustan y que creo que yo no me he fabricado. Craso error de principiante.





¿Qué pensarías si alguien te asegurase fehacientemente que eres tú, y solamente tú el que has elegido tus circunstancias, tu medio de vida y tu físico como forma de aprendizaje? ¿Cómo te quedarías si te proporcionaran la convicción de que estás viviendo tu propia película, y que, cada episodio, cada plano, responde a unos ensayos previos y a un guión perfectamente estructurado? ¿Y qué dirías si supieras que el guionista eres tú mismo? ¡Horror y desesperación! ¿Pero, qué me estás contando? ¡Yo alucino contigo, chico! ¿Pero cómo voy a escribir yo este papelón de novela romántica venida a menos, o este drama en tres actos, o esta comedia neorrealista? ¿Tú te crees que yo soy tonto? ¡Vamos, me pego patadas en el culo corriendo para huir de mi guión, chaval! ¡Que eres un ignorante!
Sí, pero, digas lo que digas, aunque te pongas haciendo el pino, aunque te desgarres las vestiduras y te meses los cabellos, eres tú el que has pactado todos tus gags y todos tus dramas. Tú eres el que entras en escena y tus papeles son los que tú has escrito previamente, con pelos y señales, puntos y comas. Es lo que hay ¿Qué quieres que te diga? Muy poco fácil de entender, pero es lo que hay.





Crees que controlas. Es más, intentas controlar en cada momento, pero tú no controlas nada. Tu experiencia te lleva donde quiere, sin oportunidad de oponerte. O, por mucho que pienses que te resistes, al final vas a llegar a vivir lo que tú querías. Y luego, por supuesto, te vas a quejar. Eres un quejumbroso. Tú frase favorita es : “Lo tuyo es una exageración; lo mío es insoportable!. Hay quién no aprende nunca y se cree que tiene mala suerte, o mala leche, o mal destino, o que le ha mirado un tuerto o que les han echado ‘mal de ojo’. Bueno, si eso les consuela…Pero tú no seas tonto y no te lo creas. Hasta a la ‘santera’ la creaste tú con tu afán de superación personal y tus ansias de conocimientos.




Déjate fluir, majete. No te resistas. Ya lo dice el Zen: Déjate doblegar como el junco ante la tempestad. Si te resistes te quebrará el vendaval. Entiéndeme, esto no quiere decir que te acuestes a dormir y no des ni golpe. Luego no te justifiques: Es que fulano me dijo… No seas cachondo. Yo no he dicho que te rasques la barriga, indolentemente, desde la mañana a la noche ¡Total, como todo va a pasar, quiera o no quiera…! Mira, has interpretado mal mi intención. Lo importante no es la meta, lo importante es el camino. Lo importante no es el camino, lo importante es cómo hagas el camino. De manera que, a la meta vas a llegar, te pongas cómo te pongas, pero habrás hecho un camino espléndido y relajado, o te habrás tropezado con cada piedra del sendero. Habrás estado alegre y confiado, o cabreado y alerta constante. Llegarás con multitud de amigos o con un zurrón de enemigos. Así que, levántate, mira al cielo y da gracias a Dios por lo que tienes y por lo que no tienes, y emprende el nuevo día abriendo el corazón a tus circunstancias.
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