Definiciones: Alteración
leve o grave del funcionamiento normal de un organismo o de alguna de sus
partes debida a una causa interna o externa.
Cosa
que perturba o daña a una persona en lo moral o en lo espiritual y que es
difícil de combatir o eliminar.
El
término enfermedad proviene del latín infirmitas, que significa literalmente
«falto de firmeza». La definición de enfermedad según la Organización Mundial
de la Salud (OMS), es la de “Alteración o desviación del estado fisiológico en
una o varias partes del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestada
por síntomas y unos signos característicos, y cuya evolución es más o menos
previsible”.
La
salud y la enfermedad son parte integral de la vida, del proceso biológico y de
las interacciones medio ambientales y sociales. Generalmente, se entiende a la
enfermedad como la pérdida de la salud, cuyo efecto negativo es consecuencia de
una alteración estructural o funcional de un órgano a cualquier nivel.
Las definiciones son intachables. Todo el mundo estará
de acuerdo con ellas aunque, ninguna lleva implícitas las causas de la
enfermedad. En una de las definiciones, sin embargo, leo: “Alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes
del cuerpo, por causas en general conocidas, manifestada por síntomas y unos
signos característicos, y cuya evolución es más o menos previsible”. Esta
definición implica que las causas de la enfermedad son en general conocidas.
Subrayo el término porque quiero resaltar el error de bulto de esta aseveración.
Las enfermedades tienen, en general, una causa conocida para el médico que la
investiga, pero a éste, al médico, le es desconocido un dato fundamental para
empezar a argumentar de una manera lógica. La mente es despreciada por la medicina oficial, igual que el
funcionamiento de nuestro sistema planetario era desconocido y despreciado por
los ‘sabios influyentes y los políticos” de la época de Galileo. La Tierra no
era el centro del sistema planetario alrededor de la cual giraban el Sol y el
resto de los planetas; la Tierra era un planeta más girando alrededor del astro
Sol, centro ‘actual’ de nuestro sistema. Y eso le costó la vida a Galileo,
igual que puede costarle a cualquiera que proclame, con todas las fuerzas de su
garganta, que la causa fundamental de todas las enfermedades no es, como causa primigenia,
la alteración de un órgano, puesto que
la alteración fisiológica de ese órgano es debida un conflicto mental que,
secundariamente, altera a dicho órgano.
La sanidad no avanzará hasta que no cuente, en sus
escasas y manipuladas investigaciones, con el poder de la mente, muñidora, en
todos los casos, de las enfermedades que aquejan a la humanidad. Y la
sanidad no se sentirá libre para decidir sobre su futuro hasta que la industria
farmacéutica no tenga un alma capaz de enternecerse por los miles de ciudadanos
manipulados vilmente por sus ansias de ganar miles de billones, a costa de sus
enfermedades fabricadas por su propia mente manipulada.
Actualmente la sanidad; la medicina en general, está
férreamente ordenada por la multinacional de la farmacia. No se receta ningún
medicamento que no salga de sus fábricas y los visitadores médicos se encargan
de presentar los nuevos medicamentos refrendados, la mayoría de las veces, por
estudios ineficaces y carentes de la seriedad debida, escritos por
profesionales absolutamente manipulados. La Farmacia –con mayúsculas– persigue
implacablemente a cualquiera que fabrique medicamentos naturales o ponga en el
mercado remedios naturales sin los efectos secundarios que tienen, el cien por
cien de las ocasiones, los medicamentos petroquímicos. Ha luchado desde hace
años contra los laboratorios que fabrican productos homeopáticos y actualmente
pretenden prohibir taxativamente todo tipo de propaganda, oral o escrita, de
cualquier remedio natural aunque haya demostrado su eficacia desde hace cientos
de años. De esta forma se aseguran el desconocimiento de los ciudadanos de la
Tierra y, por tanto, sus beneficios tera billonarios durante los próximos 100
años.
No existe, yo diría, ningún ciudadano de más de 70
años que no consuma habitualmente medicamentos para los dolores, para el aparato
digestivo, para la tensión arterial, para la próstata, para el exceso de
glucosa en el torrente circulatorio, para las infecciones leves de todo tipo de
aparatos… No hay ningún ciudadano de más de 70 años que no tiemble con cada una
de las campañas de radio y televisión alertándolos de la próxima epidemia
gripal, que requiere la utilización de vacunas preventivas, en otoño. De las
consecuencias nefastas de las alergias y su influencia negativa para el aparato
cardio- pulmonar, que requieren antihistamínicos y la colaboración de otros
medicamentos que palían los efectos secundario que, necesariamente, y como
diría un querido maestro, conlleva necesariamente todo medicamento que sea
eficaz. De la necesidad, después de los “55” años de ponerse la vacuna para
prevenir la neumonía neumocócica. De la imprescindible visita a los servicios
de salud ginecológica para la detección precoz del cáncer de útero, de mama y
de la madre que nos parió¡¡¡¡ Un desastre.
Yo predico con mi ejemplo. Antes de mi jubilación,
allá por el año 2000, me detectaron una hipertensión para la que el profesional
me mandó unas pastillas y me recomendó que las siguiera tomando toda la vida
aunque mejorase. Atento a sus indicaciones empecé a utilizarlas. A los tres
meses escasos de comenzar el tratamiento me bajó la libido hasta el tercer
sótano. Quiero expresar que mi órgano sexual no funcionaba. Consulté mi
problema y me dijeron que era una consecuencia secundaria, lógica, de la
ingesta del medicamento hipotensor. Dormí la anécdota, y a la mañana siguiente
decidí abandonar el medicamento definitivamente, “como el que abandona unos
zapatos viejos”. Recuperé mi potencia y mi apetito sexual y, sobre todo redimí,
una nueva vez más, mi teoría de la mente, según la cual no existe ninguna
enfermedad que no sea causada por ella. “No existe ninguna enfermedad que no
sea causada por un conflicto emocional (mental) hiper agudo y vivido en
aislamiento”. Afirmándome en mi creencia dejé de tomar medicamentos de ningún
tipo –excepto los homeopáticos– y a día de hoy sigo sin tomarlos.
¿No creen ustedes que sería útil y práctico para la
humanidad, en vez de gastarse billones en propagandas de concienciación
ciudadana para el consumo de medicamentos petroquímicos, utilizarlos para
investigar los efectos de la mente sobre los procesos morbosos orgánicos? ¿No
creen ustedes que si todo el mundo fuera consciente de que su mente provoca sus
propias enfermedades, no se vaciarían los ambulatorios? ¿No creen ustedes que
si todo el mundo fuera consciente de que nos están manipulando para que
enfermemos, se opondrían frontalmente a las maniobras de gobiernos e industria farmacéutica,
que obtienen beneficios tera billonarios de nuestro dolor y nuestras
enfermedades? ¿No creen ustedes que si todo el mundo fuera consciente de que su
mente es todopoderosa creando desgracias y cataclismos, no se dedicaría toda la
humanidad a crear paz y concordia en todos los puntos cardinales de la Tierra?