viernes, 27 de agosto de 2010

DOS POR UNO




Tengo dos cuestiones para ofreceros hoy. Ambas son complementarias. A ver si las puedo ensamblar. La primera me la ha sugerido una querida amiga a quien veo mucho menos de lo que quisiera. No por mí, es un problema suyo: Me tiene miedo. Y no sé el porqué. Cuando ella quiera me lo aclarará; yo no se lo voy a preguntar porque puede resultar embarazoso. El caso es que me ha sugerido contarla mi sistema para no pensar –uno de los mil-, pero este es uno de los que siempre me da lo que espero de él. La técnica es muy sabida, y tan antigua como el cristianismo. Jesús de Nazaret lo dijo textualmente: “Baste a cada día su afán”. ¡Qué poquito y qué grande! Expresa en muy escasos caracteres, lo que se puede escribir en un infolio de cien páginas. “Estate en lo que estás”. ¡No pienses! -añado yo. Y para no pensar, uno de los métodos es rezar. Una de las virtudes de la oración, aparte de la invocación y la petición, es que no piensas en otra cosa. Y lo mismo te digo de los mantras o de las retahílas o las melopeas; todas sirven para no pensar.

La mía; la que me proporciona más de lo que la doy, es sencillamente: “Estoy sano, feliz, energético y vital; y tengo todo el dinero que necesito para subvenir a mis necesidades” La repito constantemente, haciendo el esfuerzo mental de, verdaderamente, sentirme como pienso. De esta manera –como ya sabéis- las células del cuerpo se acostumbran a ese estado de bondad que expresa mi retahíla, y se instalan en él ofreciéndome la salud, felicidad, energía y vitalidad que necesito. Y, como de costumbre, no hace falta que me creas, sólo te pido que lo hagas y compruebes los resultados.

“A lo que vamos, tuerta”. La segunda se relaciona con El Secreto, y su tesis. En ella anima a crearte tus circunstancias y tus objetos de valor, ya sean coches, casas, joyas…Y como propuesta de trabajo está bien, pero no cuenta –y esta es la segunda sugerencia- con que el 10% de lo que nos pasa está fuera de nuestro control. En éste 10% de incertidumbre influyen millones de factores externos que escapan a nuestra supervisión. Pasan, porque tienen que pasar, o porque los hemos pactados previamente. En definitiva, pasan, y se acabó. Y ¿qué podemos hacer con estos puntos negros de nuestra vida diaria? Ante ellos, y ante la inutilidad de cambiar sus efectos, que llevan ínsitos en su estructura, lo que debemos hacer es reaccionar positivamente. La mayoría de las desgracias nos las auto provocamos cuando reaccionamos mal ante éste 10% de cosas que no podemos controlar.

Mi hijo tira el café, por descuido, encima de mi camisa nueva. Le pongo a apear de un burro, culpo a su madre de lo mal educado que ‘le’ tiene. Jurando en arameo voy a cambiarme de camisa para llegar a mi hora a la oficina. Como: “Vísteme despacio, que tengo prisa”, no encuentro camisa limpia. Otra bronca a mi mujer. Mi hijo pierde el autobús y le tendré que llevar al colegio. En la autopista me enrabieto mucho más que de costumbre. Mi hijo se va sin despedirse. Yo llego tarde y pierdo un negocio que estaba hecho. Vuelvo a casa y encuentro una nota: Mi mujer me abandona y mi hijo se va a vivir con ella. ¡Tiempo, por favor! Todo, porque he reaccionado mal a una pequeña parte de ese 10% que no está bajo mi control. Hubiera preferido haberle dicho a mi hijo: “No te preocupes, no pasa nada. Una camisa no vale un negocio y una separación…”

La próxima vez lo piensas mejor en vez de reaccionar muy negativamente a una cosa sin la menor importancia que, sin embargo, puede ocasionar varios dramas. Y utiliza mi mantra, que también ayuda.

miércoles, 25 de agosto de 2010

EL GOZO DEL TRÁNSITO





En ocasiones en cualquier sitio te puedes encontrar una perla negra. Te agachas, la coges y la guardas celosamente para exhibirla, más tarde, para deleite de los que te rodean. Habitualmente son perlas ya contempladas hace largo tiempo, pero con un brillo nuevo que las hace parecer más lozanas. Me refiero al aforismo, que ya conocéis, “Lo importante no es la meta; lo importante es el camino. Lo importante no es el camino, lo importante es cómo hagas el camino”. Definitivamente es una perla per se.

El otro día estaba enganchado a un programa de TV de sobremesa, que vengo viendo desde hace “milenios”. Se llama “Saber y ganar” y lo presenta un incombustible Jordi Hurtado. Uno de los tres concursante de cada día –que ya llevaba varios programas sin perder- en la última prueba falló. Jordi le exhibió, sin embargo, lo sustancial del premio conseguido antes de despedirle. El concursante contestó: “No tiene importancia el resultado, lo importante es el gozo del tránsito” ¡Toma ya! Nunca creí que se pudiera mejorar un aforismo hasta tal punto. ¡El gozo del tránsito! Pero es así, y es la clave para vivir: Gozar el tránsito.

Pensando en esto se me esponja el alma y me lleno de consuelo, porque antaño siempre actuaba aspirado por el resultado de mi actuación y esto me creaba falsas expectativas. Las cosas no son como parecen y el resultado del experimento, según Heisemberg, depende del ojo del espectador. Así que es poco menos que absurdo y descabellado imaginarse un resultado, porque hay mil posibles, para escoger. Y pensando en el resultado pierdes el Gozo del tránsito.

Elucubrar no es práctico porque, oídme, nunca la solución de los problemas, ni de los conflictos, es, ni parecida, a lo que hemos pensado que sería. ¿Para qué perder el tiempo en comerse el tarro?

Si alguien me pregunta sobre cómo vivir mejor, más tranquilo, más apacible, con menos problemas, creo que, en principio, le diré la frase que me ha movido a escribir este artículo: “Lo importante no es el resultado, lo importante es el gozo del tránsito”. Y si no entiende su significado, le diré que goce de la vida porque es muy corta y llena de amor y felicidad para el que goza del tránsito.

Siempre me impresionó aquel chiste en el que un alumno pregunta a un compañero:

- Y, tú ¿Cómo te las arreglas para aprobar?

- Pues, estudiando.

- ¡Nos ha fasidiao! ¡Así cualquiera…!


Y, tú ¿Cómo vives tan feliz, con lo que tienes encima?. Pues, yo: Gozando del tránsito.

DIFERENCIAS ASTRONÓMICAS

Hace unos años cayó en mis manos un e-mail con una presentación muy cuidada, en la que se veía claramente lo insignificantes que somos (hablo de la Tierra) en el contexto del Universo. En ella aparecía, en primer lugar, un estudio comparativo de los cuerpos de nuestro sistema solar en el que eran evidentes las grandes diferencias de tamaño entre el Sol y los planetas. El Sol aparecía como un balón de baloncesto y Júpiter, a su lado, era como una simple pelotita de pin pon. Y la misma desproporción había entre Júpiter, que en este caso se comportaba como el balón de baloncesto, y a su lado la Tierra era la pelotita de pin pon.









Pero donde son más patentes las diferencias ‘astronómicas’ es en el estudio comparativo entre el tamaño de nuestro Sol y el de otros astros de nuestra galaxia.

Es un poco largo, pero aguántalo hasta llegar al desenlace final.

Inmediatamente por encima de él está Sirius A, que es aproximadamente el doble de tamaño que el Sol. Sirius A, pertenece a la constelación del Can Mayor (Canis Majoris), y tiene una luminosidad veinticinco veces mayor que la del sol. Es la estrella más brillante del cielo nocturno, y está compuesta por dos astros, Sirius A y Sirius B, separados por 20 unidades astronómicas (1 UA es la distancia que hay entre el Sol y la Tierra). Está a 8’6 años luz.

Por encima de Sirius está Pollux. Es nueve veces mayor que el Sol, y tiene 32 veces más luminosidad que él. Pertenece a la constelación de Géminis. En el año 2.006, el equipo de Hatzes y Cochran descubrió que giraba a su alrededor un planeta de doble tamaño que Júpiter. Hasta la fecha es el único planeta extra solar conocido, que gira alrededor de una estrella visible por el ojo humano. Está a 33 años luz.

Por encima de Pollux, está Arturo (Arcturus), que es veinticinco veces mayor que el sol, y tiene 210 veces más luminosidad. Pertenece a la constelación de Boyero. En griego antiguo significa ‘Guardián de la Osa’, ya que vela sobre la Osa Mayor y la Osa Menor. Está a 37 años luz






Todavía más arriba se encuentra Aldebarán. Es 44 veces mayor que el Sol y tiene 425 veces más luminosidad. Pertenece a la constelación de Tauro. Aldebarán en árabe significa ‘el seguidor’, y lleva este nombre por seguir el recorrido de Las Pléyades. Está a 65 años luz.

Más arriba aún, se encuentra Rigel, que es 74 veces mayor que el Sol y posee 40.000 veces más luminosidad que el Sol. Pertenece a la constelación de Orión en la que es ‘la zurda de orión’ Dibuja el pie izquierdo del cazador Orión, de ahí su nombre que proviene del árabe Rijl jauza al-Yusra, ‘el pie izquierdo del central’, en alusión a Orión. Está a 800 años luz.



En un escalón superior está Betelgeuse. Seiscientas veces mayor que el sol, tiene 105.000 veces más luminosidad. Pertenece a la constelación del Orión, en la que dibuja su hombro izquierdo. En los próximos milenios explotará en una supernova y su resplandor en nuestro cielo superará al de la luna llena. Está a 450 años luz.

Por encima de Betelgeuse está Antares. Mil veces mayor que el Sol, tiene 10.000 veces su luminosidad. Pertenece a la constelación de Escorpión. En el cielo aparece roja como Marte. De ahí su nombre que significa ‘El rival de Ares’ (Ares sigue siendo el nombre griego del dios Marte). Está a 600 años luz.





1.- Mercurio. Marte. Venus. Tierra. 2.- Tierra. Neptuno. Urano. Saturno. Júpiter. 3.- Júpiter. Wolf 359 (Wolf 359 es el nombre por el que se conoce a la tercera estrella más cercana a nuestro Sol después del sistema estelar Alfa Centauri y la estrella de Barnard). Sol. Sirio. 4.- Sirio. Pollux. Arturo. Aldebarán. 5.- Aldebarán. Rigel. Antares. Betelgeuse. 6.- Betelgeuse. Mu Cephei. VV Cephei A. VY Canis Majoris. 


En el penúltimo lugar de esta lista, y por tanto por encima de Antares, se encuentra VV Cephei. Es de 1.500 a 1.900 veces mayor que el Sol y tiene de 275 a 300.000 veces más luminosidad. Pertenece a la constelación de Cefeo. Está acompañada por VV Cephei B, una estrella caliente en toda su fuerza, diez veces mayor que el Sol y 100.000 veces más luminosa. Ambas se encuentran separadas por 25 UA (25 veces la distancia que hay entre la Tierra y el Sol). Está a 3.000 años luz.

Y por fin, en el cenit de la lista se sitúa VY Canis Majoris. Es de 2.5000 a 2.900 veces mayor que el Sol y tiene 300.000 veces más luminosidad. Pertenece a la constelación de Can Mayor. Es posiblemente el astro de mayor tamaño conocido. Si se redujese la tierra al diámetro de 1 cm., VY Canis Mayoris, mediría, a escala, 2’3 Km. Y un avión necesitaría más de mil años para orbitarlo. Pero no todos los astrónomos coinciden en que es el mayor. Bertrand Plez, de la Universidad de Montpellier II, cree que es ‘sólo’ 1.500 veces mayor que el sol y que por ello comparte el ‘título’ con VV Cephei. Está a 4.900 años luz.



Our Sun = "Nuestro Sol".



Y después de esta somera demostración de lo mínimamente pequeños que somos en el contexto, sólo, de la Vía Láctea ¿Dónde quedan nuestras intrigas, nuestras rencillas, nuestro orgullo, nuestras depresiones y demás zarandajas por el estilo? Cuando me encuentro iniciando la depre,  freno en seco revisando estos conceptos y preguntándome cómo me creo tan superior y tan estúpido de andar exigiendo a los demás cosas que yo no hago, no digo, o no pienso, siendo tan mínimamente pequeño, minúsculo, chico, insignificante, corto, diminuto, canijo, enano, reducido…

Y, pensar que, igual que yo, sois todos vosotros, en vuestra magnificencia; incluso el Papa y el presidente de los Estados Unidos de América, que es el país más poderoso de la Tierra… Sursum corda, que significa ‘arriba los corazones’.

En el orden de tamaño de los astros, hay algunas dudas, pero es lo que hay. Hasta para los más grandes astrónomos se plantean cuastiones de esta naturaleza.

martes, 24 de agosto de 2010

LA LLAVE JUGUETONA

Comprendo que es poco fácil pasar ni un solo día sin tener motivo para salirse de uno mismo. Vivir fuera es lo habitual. Uno vive fuera como si nada. Estamos tan acostumbrados que “la vida pasa mientras nosotros nos ocupamos de otras cosas”. En esas estoy yo, que me afano por vivir constantemente dentro de mí, aun reconociendo que hay que estar muy preparado y hacer ejercicios constantes de ‘volver a casa’. Un grupo de extraterrestres, o hermanos mayores, o quien quiera que esté allá arriba, y que se ocupe constantemente de nosotros, en una ‘canalización’, le decían al caballo en el que cabalgaba uno de aquellos personajes del mundo superior, que los humanos éramos tremendamente difíciles para transmitirse con nosotros y mandarnos ‘paquetes de información’, porque no estábamos nunca ‘en casa’. Se referían a que los humanos siempre estamos fuera de nosotros, imaginando, proyectando, elucubrando, cuando no protestando o quejándonos. Y que, en ese plan, nunca podían conectar con nosotros.






Es cierto. Si alguien, desde arriba, se quisiera comunicar con un humano, lo tendría crudo. Para eso hay que estar viviendo el momento con pasión e íntegramente, y no estar pensando en quimeras, en las batuecas o mirándose el ombligo.

A días –afortunadamente cada vez menos- me encuentro en ese estado, ‘fuera de mí’. Y en esas circunstancias me empiezan a pasar las cosas más peregrinas que darse pueda.

Llevaba unos días en los que, cuando introducía mi llave en la cerradura de la puerta de casa, tenía que buscarle el tranquillo para que me abriera. Todos hemos experimentado, de una forma u otra, la sensación de no poder abrir ‘mi’ puerta, con ‘mi’ llave. Al final, manipulando, acababa abriendo, la muy ladina. El otro día, después de estar retomándome constantemente para no sufrir como una bestia parda, llegué a casa deseando relajarme, cenar y sentarme un rato delante de la pantalla para escribir o poner en orden algún trabajo. Sin pensar en mis pasos, en mis sensaciones, y en el color de los baldosines que pisaba, llegué a mi puerta como un autómata que repite compulsivamente los mismos pasos, en la misma dirección, con el mismo sentido, simplemente porque está programado para ello. Por eso, de vez en cuando, cambio mis rutinas, me voy por otros caminos no habituales, subo a casa por las escaleras, como con la mano izquierda o me afeito al revés de como acostumbro a hacerlo por rutina.





Meto la llave en la cerradura, intento girarla, y, nada. La saco, la introduzco de nuevo, la saco ligeramente, y, nada. Empiezo a pensar en que no voy a ser capaz de abrir la puerta de mi casa. Son las 20:30. Si no abro, tendré que esperar hasta las 23:00 ó 24:00 a que llegue Mi mujer o mi hija. Al cabo de los varios intentos, llamo por teléfono.

- Oye, que no puedo abrir la puerta de ninguna manera ¿Sabes dónde estará la niña ahora?

- ¡Y yo qué sé dónde podrá estar ‘la niña’ a estas horas. Pues estará por ahí. ¡Yo qué sé!

- Es que no tengo ninguna gana de ir hasta la consulta para que me prestes tu llave. La voy a llamar. Hasta luego.

- ¿Dónde estás?

- Pues, por aquí, por el campo de la Juventud.

- Es que no me abre la llave de casa y no puedo entrar. ¿Po drías venir a abrirme en un momento?

- ¡Jo! ¡Es que estoy muy lejos!...

En esos momentos me entran instintos asesinos, y me falta muy poco para vomitar sapos y serpientes viperinas por la boca. “¡Pero, desgraciada ¿Es que no eres capaz de andar 15 minutos para que tu padre no se quede en la puta calle hasta las 12:00?!” La diría. Pero no se lo dije. Me callé jodidamente, pero eso no me ayudó nada, ni a abrir la puerta, ni a entrar dentro de mí, ni a calmarme…

- Bueno, nada, déjalo, déjalo. No te preocupes.

- ¡Es que estoy muy lejos, jope!

- Nada, nada, no te preocupes, no te preocupes.

Colgué, cagándome en todas las putas del Oeste Americano. ¿Qué había hecho yo para merecerme este momento? ¿Qué tenía que aprender de la situación? Una puta llave de mi puerta que no me abre; una mujer que no acude rauda en mi auxilio, y una niña que no me hace ni puto caso, porque está a quince minutos de camino. ¡Insisto en cagarme en todas las putas; esta vez de Bielorrusia! Pero sigue sin arreglarse nada. Ni abre la llave, ni viene mi mujer, ni la ‘niña’ piensa en mis problemas, para mirarse exclusivamente su redondo y rugoso ombligo.





Abrumado por el peso de la duda y de la intriga, bajo la cabeza, miro al suelo. ¡Coño, hasta me han cambiado el felpudo! ¿Me han cambiado el felpudo? Me vuelo, miro las letras doradas de la pared y leo: “Segundo” ¡La madre que me parió! ¡Si estoy en el segundo y mi piso es el tercero! ¡Me cago en la leche! ¡Pero seré mentecato!. El ascensor acudió súbito a mi llamada. Corrió como una exhalación para subirme un solo piso, abrió sus puertas mientras yo seguía elucubrando sobre qué tenía que aprender de la situación. Abrí la puerta de casa con un absoluto complejo de sandio, y pensé en contar una trola para culpabilizar a las dos mujeres de mi vida.

Estaba cenando, cuando mi mujer me llamó para enterarse del final de la película. “¿Ya estás en casa, no? Oigo la tele” –afirmó convencida. “Sí, ya estoy en casa. Ya he podido abrir. Gracias por llamar…”

La próxima vez procuraré estar dentro de mí y viviendo intensamente todos los detalles. Eso evitará que me equivoque de piso; que no me dé cuenta; que esté veinte minutos haciendo lo imposible por abrir con ‘mi’ llave, una puerta que no es ‘mi’ puerta. Todo lo demás son anécdotas que, de puro sabidas, me da rabia que me extrañen. Y, además, vistas con la frugal lejanía de muy poco tiempo, carecen de importancia.

domingo, 22 de agosto de 2010

REGALA CAÑAS DE PESCAR

Todavía me acuerdo de los esfuerzos que he hecho durante toda mi vida por hacer felices a los demás. Hasta entonces no conocía ninguna doctrina que me dijera que ‘dar es igual que recibir’ ni nada de eso. El ser humano lleva dentro de su corazón la impronta de la solidaridad –antes caridad-, y a ella se remite en casi todos sus actos. Cuando pensabas en que te iba a tocar la lotería, lo primero que imaginabas, no era qué te ibas a comprar, sino que ibas a comprar a tu familia y a tus amigos. Pensabas cómo hacer feliz a tu primera novia, con aquellos regalos que estaban al alcance de tus posibilidades, y que a ella le gustaban porque venían de ti. Llevabas a tus hijos al parque de atracciones o al zoo, para que fueran felices. ¡No hay cosa más maravillosa que la sonrisa de felicidad de un niño ante la contemplación de un regalo! Esa felicidad que se trasmite a todos los presentes como si fuera un engranaje de una máquina que formamos todos. ¿Es eso la felicidad?



Antares


No hay aforismo más sabio y más concerniente a este asunto, que aquel que dice: “Si quieres quitar el hambre a una persona, un día, dale un pez; si quieres que coma toda la vida, enséñale a pescar”. Y el traslado es inmediato: “Si quieres hacer feliz a una persona, un día, hazle un regalo que le guste; si quieres que sea feliz toda la vida, enséñale a serlo”. Ahí está el busilis de la cuestión, hacer que la gente ‘aprenda’ a ser feliz. Y eso ¿cómo se aprende? Pues como montar en bicicleta. Montando y aprendiendo a guardar el equilibrio. Ya pueden estar enseñándote durante meses las leyes del equilibrio, del trabajo, de la fuera cinética, que si te montas y no te caes varias veces, no aprenderás a montar. Pero una vez que aprendas te valdrá para toda la vida. ¿Y cómo se monta uno en la bicicleta de la felicidad? Para esto es fundamental tener fe; y fe es creer lo que no ves, ni palpas, ni sientes. Si yo te digo que dentro de nosotros tenemos una cajita del tesoro, donde descansa la felicidad, la paz, y otras tantas virtudes, tienes que empezar a aprender, creyéndolo a pies juntillas. No es cuestionable, es así. Tú tienes que creerlo. El segundo paso es entrar dentro de ti, buscar tu caja del tesoro, y, una vez hallada, abrirla y sacar de dentro la felicidad. En este momento siéntela vivamente, como si de verdad fueras muy feliz, y mantén ese estado durante un rato. La treta es hacer esto muy frecuentemente y mantener el estímulo cada vez durante más tiempo.




La imaginación no tiene límites, y vives como piensas. Pero no es sólo eso, sino que las células de tu cuerpo se acostumbran a cierto tipo de estímulos, tanto positivos como negativos, y los mantienen. Es como si se acostumbraran a vivir en esos estados, de ansiedad o de felicidad.






Te remito a mi último artículo La Caja del tesoro. Todo lo que allí digo es cierto. No tengo muchos motivos humanos para tener paz, ni felicidad; pero, sin embargo, tengo paz y soy feliz. ¿Cómo se concilia esto? Pues muy sencillo: Cambia el punto de vista que tienes sobre la paz y la felicidad, y piensa que es una decisión tuya el tener uno u otro sentimiento. Y sobre todo, vete transformando la idea que tienes sobre las causas de la paz y de la felicidad. Nada te va a dar ninguna de estas dos sensaciones. Como están dentro de ti, eres tú el que las tiene que sentir sacándolas de dentro. ¡Apáñatelas, hermano!
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