miércoles, 20 de abril de 2011

PASIÓN






Días de reflexión y recogimiento estos que llegan. La Pasión y muerte de Cristo, es un ejemplo vivo de la entrega de un Ser Divino a toda la humanidad. La inmolación del hijo de Dios en aras de una redención de los pecados del mundo. Él, que era Dios, desciendo a la Tierra para, con su supremo sacrificio, limpiar los pecados del mundo. En toda la católica España –cada vez por menos tiempo– se conmemoran aquellos días, sacando en procesión esculturas que representan los personajes que rodearon a Jesús de Nazaret en aquellos dolorosos momentos y que sufrieron con Él los padecimientos de su Pasión.

Pero a mi gustaría que hubiera sido de otra manera y, a veces, yo me hago a la idea de que las cosas no fueron como nos las cuentan, sino de otra forma diferente con final feliz.

Aquella tarde todos los amigos de Jesús estaban sobre aviso de lo que podría pasar. Los discípulos, ocultos de los romanos por miedo a sufrir la misma suerte; su Madre, transida de dolor, se apoyaba en María y en Juan, a quienes no importaba seguir al Maestro en su muerte. José de Arimatea, que tantas veces había ayudado al maestro y dueño de la tumba nueva donde habían de enterrarle, lo tenía todo dispuesto para acoger el cuerpo yerto de su amigo. Sus servidores estaban sobre aviso y prestos a acudir al Gólgota cuando llegase el fatal desenlace. En un momento de su dolor infinito, a Jesús le faltó el aire y perdió el conocimiento. Los romanos que esperaban su muerte creyeron llegada la hora y en vez de fracturarle las piernas, le asentaron un lanzazo en el costado de donde salió líquido sanguinolento. Dada la orden los siervos de José se aprestaron a descender el cuerpo del Maestro con todas las precauciones debidas.

Depositado en unas angarillas, lo llevaron rápidamente a la losa del sepulcro para ungirle y taparle con la sábana santa. Pero al moverlo de las parihuelas Jesús exhaló aire de sus pulmones y en ese momento se puso en marcha la oxigenación de su sangre y el inicio de su recuperación. Todos, asombrados, llamaron a José que se hallaba en las inmediaciones, y, visto el estado de Jesús, dispuso lo necesario para su traslado a una casa que poseía en las afueras de la ciudad y a donde acudió un físico de máxima confianza y discípulo de Jesús, aleccionado previamente de la conveniencia de guardar el hecho en el más absoluto secreto. Cubiertos por la negrura de la noche sin luna y casi a tientas, lo montaron en una carreta conducida por dos caballos hasta la casa de José. Jesús tosió durante todo el camino, hasta el punto que los que le acompañaban temieron ser descubiertos en varias ocasiones.


En algunas imágenes como esta, se ve claramente la parálisis del menique y anular de su mano diestra, a consecuencia de la afectación del nervio mediano.

Al día siguiente, Dios dispuso que dos de sus ángeles bajaran hasta el sepulcro, hablaran con las santas mujeres que iban a perfumar el cadáver, y las inculcaran la idea de la resurrección de su carne mortal. Desde ese momento hay un tiempo muy impreciso hasta la aparición a sus discípulos y hasta Pentecostés. Jesús se fue recuperando paulatinamente, pero mucho más rápido de lo previsto dada su juventud y estado saludable. Una de las secuelas que padeció por el resto de su larga vida fue una parálisis del nervio mediano a consecuencia de la crucifixión. Una vez repuesto, decidieron acabar con su prédica y dejar que los discípulos continuaran con su doctrina. Él, junto con María de Magdala, Juan y un amigo íntimo llamado Mateo, partieron para un viaje definitivo sin retorno a sus orígenes. Su ruta les llevó hacia el norte, cruzaron Siria, donde vivieron peligros sin cuento. Llegaron a Turquía y recalaron en Armenia, donde se afincaron y sentaron las bases para sus enseñanzas futuras, que no llegaron hasta nosotros. Jesús y María de Magdala, después de tener tres hijas y un hijo, decidieron, ambos, dejar voluntariamente este planeta. Desde su plano, velan por todos nosotros, hasta que dejemos esta dimensión y veamos claros todos los aspectos que hoy se nos hacen oscuros.

Esta es la versión libre que yo elaboro para evitar el drama de la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, que me duele en lo más profundo, y que no quiero reproducir nunca más.

martes, 19 de abril de 2011

SUBYUGADOS

Otra canción de mi corazón, para vuestro corazón.





En el artículo de su columna Nadie es perfecto, Bárbara Alpuente habla de un asunto que yo tengo en mente desde que tengo uso de razón, y lo titula Subyugados. En él habla de las maniobras tácticas de comunicación de masas que utilizan los gobiernos socialistas y comunistas para llevar a la gente a votar a determinado partido. Naturalmente, hay que ser estúpido o haberse educado en las aulas de estos mequetrefes, para no darse cuenta de su inutilidad, y de la creación –autogeneración, diría yo– de una politocracia, compuesta por individuos incultos, tendenciosos, canallas y egoístas, que pretenden vivir muy, por encima de lo mejor, a costa de los contribuyentes. Porque ¿Quién os creéis que paga las ‘inyecciones’ de miles de millones a los bancos para que sigan ejerciendo la usura y el logro y para que condonen las deudas que acumulan los partidos en las campañas electorales y en sus despilfarros económicos? Nosotros. ¿Quién crees que paga los sueldos estratosféricos de los políticos, sus viajes, sus dietas y sus prebendas? Nosotros. ¿Quién crees que regala cantidades ingentes de dinero a los países que las pueden prestar apoyo o a aquellos que les pueden representar una propaganda para las urnas? Nosotros. Al final del artículo, después de haberlos destripado y sacar a la luz lo que pensamos todos, se pregunta: …A mí, como a muchos otros, me gusta leer las opiniones de los que piensan como yo, pero quizá haya llegado el momento de preguntarme: ¿qué pienso yo? Pues está bien claro, mi querida Bárbara que lo que piensas tú, persona formada, sensata e independiente, es lo que piensan todas las personas formadas, sensatas e independientes que quedan afortunadamente y todavía en España –cada vez menos a costa de la puerca enseñanza– Que estos incapaces nos van a llevar a la ruina porque es su naturaleza. Son el escorpión que convence a la rana para que le vadee el arroyo, y cuando está en medio del elemento la pica y ambos mueren, mientras a la pregunta de la ranita de: “¿Por qué?”, se oye la voz acongojada del escorpión por su próximo y trágico final: “Es mi naturaleza”.




Tengo una amiga íntima que soporta, no sin frecuentes quejidos, el maltrato de su pareja. Llega a tal extremo el conjunto de sevicias, que todo el mundo la aconseja que rompa con él. Yo la digo que no sé si es buena idea la de romper con él, pero lo que sí es seguro es que algo hay que hacer. Cualquier cosa menos soportar estoica y calladamente los maltratos psíquicos y físicos. Incluso la he sugerido que una de las posibles soluciones podía ser entrar en el juego y gozar de la situación. Al menos nos ahorramos el sufrimiento.

Con la política –contaminada en todos los frentes de todas las manos– no sé lo que hay que hacer. Me encuentro incapacitado para elaborar una solución a los muchísimos problemas de España. Pero lo que si pienso es que hay que hacer algo. Ya ha llegado el momento. Quizá sería buena la solución pasiva de no acudir a votar. ¡Pero nadie!. No ir a votar, nadie, el día de las elecciones. Es una solución viable para todo el mundo y pondría en marcha una serie de cambios impepinables que se desprenderían del hecho notable del rechazo de la ciudadanía a cualquier partido actual. ¿Tú qué piensas? Me pasa como con el futbol. Es un deporte que me entretiene y me hace pensar lo justo, pero al que encuentro una enorme limitación nacida de no sé qué mentes abstractas: la del fuera de juego. Esta norma limita absolutamente la soltura en el juego, lo paraliza y lo entristece enormemente. Y yo me pregunto ¿Qué pasaría si lo eliminaran? Me temo que no hay nadie que me pueda contestar la pregunta hasta que no se ponga en marcha, o hasta que no se experimente sin ella. La rémora del ser humano es el inmovilismo de sus ideas y de sus normas. Estoy convencido de que, como he dicho muchas veces, hay mil maneras de hacer las cosas, muchas, con ventajas sobre las técnicas actuales. Pero con tal de no pensar o de no ponerse en marcha…

lunes, 18 de abril de 2011

LA FAMILIA RIBÓ

http://youtu.be/Uv8RsrVX3NM




Hace años que conozco a la familia Ribó. La friolera de 35; nada más llegar a Palencia. Tenían un montón de tierras de las que se fueron desprendiendo cuando hubo necesidad. Ella, Manuela, me llevaba a la consulta a sus dos niños, Carlota y Carlitos –ambos afectados de un síndrome extraño que les provoca deficiencias físicas y psíquicas– Ahora tienen ya muchos años y siguen encadenados a una silla de ruedas y acuden a un centro para deficientes. Él, Carlos, el padre, tienen abundantes virtudes, pero escogió en su día no poner el huevo en ningún currito, y, a pesar de sus buenas maneras, sus cinco idiomas, su educación y sus muchas cualidades, no cuajó en ningún recipiente. Los veo con alguna frecuencia, les beso y les deseo que vayan con Dios. Cada vez que la vida me da motivos para quejarme amargamente, me acuerdo de la familia Ribó y pienso que no tengo derecho alguno para hacerlo. Ellos toda la vida velando por dos seres maravillosos pero indefectiblemente encerrados en la cárcel de un cuerpo deforme e inútil, con una mente que afortunadamente les confiere la capacidad de ser pacientes, amables y cariñosos. Para unos padres, verlos constantemente en ese lamentable estado, debe ser extenuante. Con todo lo que me ha pasado en esta vida, no se me ocurre cambiarles los papeles ni siquiera un día de la suya.




El hermano de Carlos, Juan, es el famosísimo y nunca bien ponderado Juan Ribó, el magnífico actor; el que hace de Raphael joven en la serie que recientemente ha emitido Antena 3 y que tan buenas críticas recibió. Os remito a mi post de fecha 4 de Octubre de 2010, donde lo pongo en su verdadero sitio; en el sitio que verdaderamente le corresponde. Hace años que me lo presentó. Estuvo con su mujer comiendo en casa y, aparte de mi cariño, se llevó –y siempre lo conserva en su corazón– el intermezzo de Cavalería Rusticana, que incluso incorporó como música de inicio en una de sus obras de teatro. Hoy felizmente me lo ha recordado y se lo he agradecido profundamente. Hemos hablado, naturalmente de la serie, de él, de su vida. Nos hemos regalado un abrazo y cada uno ha ido por su sitio; cada cual a su asuntos.

Hay veces que tu esmerada educación impide que te pases, según tu criterio de lo que es pasarse, y entorpece una relación de la que ambos podíamos haber sacado consecuencias agradables. Me he quedado con ganas de seguir charlando con él, de haber tomado algo por esos chiringuitos de la zona y haber departido de lo divino y de lo humano. Es un tipo enriquecedor. Aparte de ser arrolladoramente agradable y buen conversador, sabe un huevo de teatro, de cine, de técnica teatral, de cultura y de la madre que te parió. O sea, una de esas personas que aparecen en tu vida cada muchos años, y si no la atrapas, se va indefectiblemente y, como los cometas famosos, igual vuelve a pasar dentro de 70 años.

Y yo me pregunto: ¿Para qué me habrán educado tan bien y con una estricta conciencia de lo oportuno, si luego me arrepiento de ser tan comedido?. En esta vida hay veces que más vale morir que perder la vida. Dentro de 70 años a lo mejor tengo de nuevo el placer de encontrármelo en cualquier calle de cualquier ciudad, si no me lio la manta a la cabeza y llamo a su hermano Carlos para que le ofrezca una cena por ahí…
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