Estamos en la era de la comunicación. Hoy todo el mundo se cree tocado por el dedo divino, coge el ordenador y empieza a teclear como un poseso. La mayor parte de las veces, casi todas – porque todas es un poco exagerado–, sin nada que decir, sin nada que comunicar. Pensamientos vacíos, hueros de contenido, vivencias de todos los días que tiene prácticamente el 100% de los mortales. Interesante, nada; aleccionador, menos. Y precisamente las personas que podrían ser ejemplo vivo para el resto, por su experiencia, por sus vivencias, por la filosofía que han logrado poseer a base de palos, no escriben porque creen que no tienen nada que decir.
Ese es el mundo actual:
Un montón de mediocres diciendo bobadas, y un montón de gente inteligente, formada
y rica en conceptos y vivencias, callada por modestia mal entendida. El viernes
por la mañana recibí una gran alegría y he querido dormirla para no expresar
mis sentimientos sobrealimentados por la calidad del hecho. Así, haciendo que
pasen las horas, las cosas cobran su verdadera dimensión y su real perspectiva.
Me encontré en un quiosco de periódicos, al que suelo ir a diario para comprar
la prensa, mentirosa, por supuesto –Yo compro el periódico para hacer los
sudokus y los crucigramas, y, muy en segundo lugar, para leer los
encabezamientos de los artículos o de las noticias– Allí me encontré con un
conocido, con el que, hace algunos años, coincidía en las reuniones esotéricas.
Es un buen docente y trufa sus enseñanzas con las simientes recibidas antaño
por maestros de la felicidad y de vivir el momento.
Después de saludos de
rigor, me comunica el nombre de una película de Nick Nolte que, según él, tiene
mucho que ver con lo que yo escribo referente a ‘vivir el momento’. ¡Ah!
¿Sigues mi blog? –le pregunté. No sólo lo seguía, sino que pasaba algunas
fotocopias de pasajes o de secuencias a sus alumnos, entre los que tenía
algunos éxitos en la consecución de la felicidad. Mi sentimentalismo me hizo
que brotaran algunas lágrimas de mis ojos, que intenté que pasaran
desapercibidas. Yo me encontraba a caballo entre aquellos que tienen algo que
decir y no lo dicen y, quizá, entre los que escriben a lo tonto. Pero después
de esta anécdota, ya nunca más
consideraré mi trabajo inútil y baldío.
Me conformo con que
solamente una de entre las miles de visitas que recibo en mi blog sedimente mi
filosofía y le sirva para vivir mejor. Esa es la verdadera razón por la
que escribo, y ahora estoy satisfecho de
mi trabajo. Ya nunca más pensaré que no tengo derecho a escribir, ni a decir a
la gente lo que tiene que pensar, decir o hacer, porque mi intención no es que
cambie de pensamiento, sino que, ese pensamiento no le dañe.
Tengo un extracto
escrito, de 14 páginas, con los diálogos más interesantes. Me proponía colgarlo
completo, pero me parece mucho contenido para el blog, así que, si le interesa
a alguno no tengo inconveniente en mandarle un PDF.