sábado, 24 de octubre de 2009

LA NIÑA SE VA A ESTUDIAR TURISMO A MADRID

LA NIÑA SE VA A ESTUDIAR TURISMO A MADRID

24.10.09


Todo se trastoca. Todo se revuelve. Empiezas a sentir cosas que no has sentido nunca y, de buenas a primeras, te entra una sobredosis de responsabilidad. Pero lo que no has hecho hasta ahora ya no lo vas a poder hacer. Relájate y goza, Enrique. Experimenta el momento otra vez, y recuerda cuando llevaste a Daniel a Valladolid para que compartiera casa, al iniciar su carrera de arquitectura. Confías en que ponga en práctica todo lo que has intentado enseñar durante ocho largos años.

Vino a tu vida con once, con muy mala educación, con muchos resabios y con muy mala leche. Querías que aprendiera, que se educara como a ti te habían educado y como tú habías procurado educar a tus hijos. Pero ella no era hija tuya; te había entrado en el lote cuando decidiste emprender una nueva vida con su madre. No la habías elegido, ni ella a ti. No te resignabas a convivir con una niña mal educada, terca y que no se resignaba a que su mamá se hubiera separado de su papá, con lo que ella quería a su papá y con lo que él la consentía. Te hizo pasar las de Caín, con el consentimiento de su madre, a la que no parecían adecuados tus métodos de enseñanza. Después de sentirte inútil, desvalorizado y desaprovechado; después de preguntarte, una y mil veces ¿qué hacías tú con semejantes arpías, con lo bien que podías vivir solo? Te rendiste a lo que pudiera pasar, por apego a su madre. Últimamente, como venida del cielo, te entró, de pies a cabeza, una sensación de quietud, de conformismo y de paz, que te hizo ver las cosas de otra manera y empezaste a quererla, después de odiarla y considerar, mil veces, que era una perdida y una zafia, cuyas malas acciones y malos hábitos, la iban a llevar a la perdición.

Entraste en internet y tecleaste: UAM (Universidad Autónoma Madrid) Escuela de turismo. Como la informática te da lo que la pides, salieron muchas cosas diferentes, menos lo que tú querías: Varias escuelas de turismo privadas, la Universidad de México, El Centro de Desarrollo de Estudios Turísticos, etc. Todo menos lo que pretendías. Cuando te vino la inspiración, buscaste UCM Turismo y, “bingo”. Apareció en pantalla el logotipo de la Complutense, con su cisne rampante, y, más abajo: Diplomatura de Turismo… Al final de la página figuraban los datos: Centro de Estudios Superiores Felipe II. Calle San Pascual s/n. 28300 Aranjuez, Madrid.

¡Cáspita! –exclamaste llevándote el dedo índice de la mano derecha al puente de las gafas para subirlas ligeramente- ¡Se tiene que ir a Aranjuez! ¡Vaya palo! Ellas, en la cocina, discutían sobre la mejor manera de hacer la matrícula, el viaje, etc., ya que la madre iba a ir sola a acompañar a su niña. Tú no podías acompañarlas por tu trabajo. Cuando se enteraron de que era en Aranjuez, se llevaron las manos a la cabeza, pero empezaron a considerar las cosas buenas que tenía una ciudad pequeña (50.000 habitantes), llena de parques, a 40 Km de Madrid, la facilidad que habría para encontrar alojamiento, la “ausencia de peligros”, una escuela familiar...

Encontrasteis, entre los tres, los horarios de trenes, trasbordo en Madrid para Aranjuez, posibilidades de formalizar los billetes por internet. Todo concluido, quedó la cosa clara. Al día siguiente las llevarías a Valladolid para que cogieran la lanzadera a las 9:00. No caíste en que Valladolid –como casi todas las ciudades de España- está “levantada” y no hay forma de transitar. Las despiertas antes de lo previsto para que cambien los planes, y las llevas a la estación de Palencia.

Te quedas inquieto. Hace mucho tiempo que no estás solo. No es que no confíes en ti mismo, es que te produce ansiedad la nueva situación. Te comentas que van a ser dos días de trámites y las tendrás nuevamente en Palencia. Te dedicas a tus cosas mientras pasa el tiempo y te llaman para contarte cómo han ido las cosas en “Aranjuez mon amour”.

En la consulta te entretienes con los pacientes; procuras resolver sus problemas físicos y, de paso, los mentales. Entre consulta y consulta te metes en el Shangay y juegas para entretenerte. Enciendes un incienso y una vela y esperas pacientemente. Al rato, ya no puedes más y marcas el número de Milagros.

- ¡Hola! Te iba a llamar yo en este momento –oyes al otro lado del móvil.

- ¡Hola, cariño! ¿Qué tal todo? ¿Qué tal Aranjuez mon amour?

- ¿Aranjuez? No me hables. Estamos desesperadas. Después de estar esperando tres horas, nos dicen que no es aquí donde tiene que estudiar, que es en el Campus de Madrid. Nos lo han asegurado e, incluso, nos han ayudado con los papeles de la matrícula para que no tengamos pegas mañana.

¡Vaya cagada –piensas- Metí la pata hasta el corvejón. Las he mandado a Aranjuez. ¡Vaya boñiga!

- ¿No me digas? ¿Y cómo así? ¿Qué estudian entonces ahí, carajo?

- Aquí, según nos han dicho, se estudia la “diplomatura”. Cristina va a hacer “grado” ¿comprendes? Y el “grado” se hace en Madrid. Estamos muertas de cansancio, así que vamos a coger otra vez el tren para que nos lleve a Madrid. Esta tarde cogeremos un hotel y mañana, Dios dirá…

- ¿Y qué diferencia hay entre diplomatura y grado? –preguntas para seguir con el palique y evitar que piensen en el embolado siniestro en el que las has metido, cabrón-.

- Pues, al parecer la diplomatura es más corta que el grado, o ¡yo que sé!. El caso es que aquí no hacemos nada.

- Tengo complejo de culpa por haberos metido en este atolladero. Mea culpa. La verdad es que no actué reflexivamente cuando me metí en internet. ¡Vaya lio! Lo siento muchísimo.

- No te preocupes. (Esto te sonó como si te hubieran dicho: “No te preocupes, tonto el culo). Creo que nos han traído aquí, a las dos medallas, por alguna razón. Y ya me barrunto cuál es…”

- Bueno, en realidad no sé que más decirte. Te repito que lo siento mucho. Me quedo mal, con complejo de culpa.

- Qué no, que no te preocupes (gilipollón, oí entre líneas) Mañana será otro día.



¡Vaya petardo! Y como había que echarle la culpa a alguien, empezaste a arremeter contra el sistema de enseñanza, contra los listos que organizan todo con las patas de atrás, y contra quien les dejan hacerlo. Al final te topaste de bruces con los políticos, a quienes pusiste –como casi siempre- a bajar de un borrico: Inútiles, mamones, ineptos de mierda. Ellos tienen la culpa de todos los desastres de España. Más valía que no votara nadie, para que se dieran cuenta de su inutilidad manifiesta. Papanatas, desgarramantas. En tu época se llamaba a cada cosa por su nombre y así no surgían equívocos: Había carreras superiores y peritos, o facultativos. No como ahora que a los aparejadores les llaman “arquitectos técnicos”. ¡Qué carajo diplomatura, ni diplomatura! Ingeniero y perito, como toda la vida anterior a estos incompetentes –pensaste en voz alta, por si tenías la ocasión de que algún político de mierda te oyera, para arrojarle toda la indignación que sentías en esos momentos.

Al día siguiente, como por encanto, mágicamente, todo se resolvió a pedir de boca: la matrícula, el piso compartido…

Aviso para navegantes. Ahora, nada es lo que parece. Puedes buscar billete para Valencia y acabar en la Seo de Urgell.

viernes, 23 de octubre de 2009

EMPEZANDO A CONOCER A LA MUJER


EMPEZANDO A CONOCER A LA MUJER

23.10.09


Me crié arropado por mis padres y por tres hermanos de mi madre que, cuando yo nací, todavía vivían en mi casa. De ésta guisa, en vez de nacer primogénito de mi camada, nací el cuarto. Y no me dejaron tener manías de hijo único. De todas formas era buen niño: complaciente, atento, cariñoso, estudioso y educado. No tuve abuelas, así que permítaseme la licencia de alabarme yo solo. La paradoja se planteaba cuando me tomaban el pelo. Y como era tan buenín, pues me dejaba tomar el tupé. No había guarderías, ni se estilaban, ni hacía puñetera falta que las hubiera, porque las madres tenían a gala ocuparse de su prole personalmente, hasta que llegaban a una edad oportuna para entrar en educación de párvulos, que comenzaba de los cinco a los siete años. No obstante, las familias medianamente acomodadas, contrataban los servicios de una maestra, que enseñara las primeras lecciones del Catón al principiante. Por lo menos tenían al niño entretenido durante el tiempo que duraba la clase.

María Luisa se llamaba mi primera profesora. Era amable y cariñosa, pero un poco mentirosa. En aquella edad no se me podía exigir un análisis psicológico de aquella mujer. De hecho no me acuerdo, en absoluto, de sus rasgos físico, ni de su tipo. Sí conservo vivo en mi memoria cómo me tomaba el pelo. Para que hiciera puntualmente los deberes que me mandaba, me prometía traerme, al día siguiente, una barra de plastilina. ¡Qué ilusión me hizo aquel ofrecimiento el primer día! No hice más que preguntar a mi madre, durante todo el día, que si venía la señorita María Luisa al día siguiente. No dormí y me levanté de la cama contando los minutos que faltaban para la feliz llegada de mi maestra con mi barra de plastilina. ¡Una barra de plastilina para mí solo! La puerta sonó, por fin y escuché, desde mi habitación, la voz inconfundible de María Luisa, que podía distinguir entre mil, porque ella era la portadora de mí barra de plastilina. ¿De qué color sería? ¿Mancharía las manos como una que le vi al hijo de una asistenta? Daba igual, estaba dispuesto a dejarme las manos asquerosas con mí plastilina.

La miré fijamente a los ojos con una sonrisa de oreja a oreja, que dejaba ver las melladuras en mi boca. Esperé inútilmente. Tan profunda era mi mirada que la muy estúpida debió de caer en la cuenta de que la estaba implorando mi barra de plastilina, y con una irónica sonrisa se atrevió a decirme: ¡Huy, hijo mío. Qué boba soy, me he dejado la plastilina en casa. Pero no te preocupes, guapín, que el lunes te la traigo! Mi desilusión no tuvo límites. Pasé toda la clase ido, calculando cuántos días faltaban para que llegara el lunes. ¡Todo un fin de semana viviendo pendiente del lunes! Con la ilusión puesta en mí barra de plastilina.
- Mamá ¿Cuánto falta para que llegue el lunes?
- Pues mucho, Enriquito. ¿Pero por qué tienes tantas ganas de que llegue el lunes? ¿Qué te pasa con el lunes que ya me lo has preguntado cuatro veces? ¡Anda que no eres pesado ni ná!.
- Mamá, ¿Pero cuánto falta? Anda, dímelo ¿Cuánto falta? Por favor, por favor.
- Estamos a sábado, pesao. Así que faltan dos días para que llegue el lunes.
- Y ¿Cuánto son dos días, mamá?
- ¡ Me quieres dejar en paz que estoy leyendo!. Jodío niño. En cuanto me ve que estoy haciendo algo, va y empieza a molestarme. ¿Qué tendrás tú con el lunes? Jodío niño. No puede dejarme leer en paz este jodío niño pesao. Pesao, que eres un pelmazo.

Yo no comprendía por qué era tan pesao. Para mí era muy importante que llegara el lunes. Para mí la plastilina era lo más de lo más. Era todo. Era el despimporren. ¡Con lo feliz que iba a ser yo haciendo monigotes de plastilina y pringándome las manos de una sustancia untuosa y asquerosa con olor a aceite y manteca y a cola y a no sé cuantas cosa más. Me pasé los dos días preguntando, hasta que Doña Concha se cabreó y me endiñó un mandoble. Entonces me callé, pero me sentí el más desgraciado de los mortales. ¿Por qué me trataban así, si yo era bueno?. Si no quería nada más que saber cuánto tiempo faltaba para que llegara el lunes.

- ¿Cuánto tiempo falta para que llegue el lunes, papá?
- Mañana es lunes desde por la mañana ¿Qué te pasa el lunes?
- Nada, nada, que quería saber cuánto faltaba.

Aquella noche me desperté cincuenta veces y soñé que quería coger un muñeco de plastilina y salía corriendo y dejando trozos de sus pies por el camino. Al final se hacía chiquitito, chiquitito porque había perdido casi toda su plastilina. Ya no le quedaba casi nada. Y cuando iba a coger aquella mierdecilla de plastilina que quedaba en el suelo, me despertaba sobresaltado, sudoroso y con taquicardia. Luego no me podía dormir en mucho tiempo.

Aquella mañana amaneció lluviosa. Me gustaba el ruido de las gotas de lluvia en los cristales y el olor a tierra mojada. Las gotas resbalaban y yo las seguía con mi dedo, quitando el vaho que empañaba lo cristales por dentro. Y el vaho se licuaba y también caía una gota por dentro. Y entonces jugaba a ver cuál de las dos caía antes.

Sonó la puerta, el saludo de la muchacha y la contestación de la señorita. Yo esperaba expectante sentado en mi pupitre y con todos los deberes preparados. La recibí con una sonrisa franca y abierta.

- Hola, Enriquito ¿Qué tal has dormido?
- Muy bien, señorita ¿Y, usted?
- Pues, la verdad es que me ha dolido un poco la cabeza. Siempre que llueve me duele la cabeza. Ya verás que cuando tú seas mayor te dolerá también la cabeza con los cambios de tiempo. A todos nos pasa lo mismo cuando llegamos a cierta edad. Los años no perdonan, hijo. Los años no perdonan. Bien, ¿Me has hecho los deberes que te mandé el viernes?
- Si, señorita. Aquí están.
- Muy bien. Muy bien. Te has portado muy bien.

Ante el silencio que desplegó después, no pude por menos y la pregunté.

- ¿Y mi plastilina?
- ¿Qué plastilina? –me contestó con cara de boba redomada.
- Pues, la plastilina que me prometió si hacía los deberes, y que el otro día se olvidó en su casa.
- ¡Ah, la plastilina! Pues verás. Resulta que no se puede abrir la plastilina los días de lluvia porque se estropea. Y, claro, ninguno de los dos querríamos que se estropease. ¿Verdad, verdad? ¡Menuda faena si se llega a estropear por abrirla un día de lluvia! ¡No me lo perdonaría nunca!

Me quedé estupefacto. No sabía cómo reaccionar, ni qué decir. Me dieron ganas de llorar de la indignación. Después siguió:

- Pues, de manera que habrá que esperar a que deje de llover.

Eso. Y si no paraba en un mes, yo tendría que estar esperando un mes (que creo que eran como 20 días, o más) a que me diera la plastilina que me había prometido. No estaba preparado para controlar aquella situación y salí corriendo a refugiarme en las piernas de mi madre.

Nunca me dio la plastilina que me ofreció. Unos días porque estaba lloviendo. Otros porque hacía calor y se reblandecía. Por hache o por be, nunca vi la plastilina. Aquella odiosa mujer no cumplió con la palabra que había empeñado y yo me quedé absolutamente defraudado. Pero, curiosamente, la anécdota no me obligó a desconfiar de las mujeres. Y he seguido fiándome de ellas aunque me han demostrado que, según mi experiencia, no son trigo limpio. No señor, no son de fiar. Todavía confió en ellas. La verdad. No sé cuánto tiempo tardaré todavía en darme cuenta de que son bastante más listas que yo. ¿Esto hizo adelgazar mi felicidad? Pues no. Todo lo contrario. Por algún motivo que a mí se me escapa entre los dedos, seguía siendo feliz. Y si me consideraba vapuleado en algún sentido, me daba la dosis de autocomplacencia que necesitaba y aquí se despedía el duelo. Jamás he entrado en el pozo sin fondo de la misoginia. Me gustan las mujeres mucho más de lo que haría falta para cruzar la linde entre: “Me gustan” y “Las odio”.

LA FELICIDAD


LA FELICIDAD

23.10.09


Desde Carmen Posadas hasta Charo Izquierdo, pasando por Eduardo Punset – ambos, tres, me producen un gran respeto por diferentes motivos- muchos articulistas, novelistas, contertulios, abordan en estos días el tema de la felicidad. Y lo abordan como queriéndose preguntar qué es la felicidad, pero no aportando nada positivo al problema. Es como aquel que nos cuenta la definición de educación, pero no nos da ninguna regla para alcanzarla. Y lo que es la educación está bien claro para la mayoría de las personas mayores de 50 años; para las menores, no estoy muy seguro.

Cuando una persona está inmersa en su quehacer cotidiano, y lo hace con impecabilidad y con pasión –el trabajo hay que hacerlo con estas dos cualidades si queremos que nos luzca el pelo-, no piensa. Y si no piensa, no lo hace ni positiva, ni negativamente, simplemente no piensa más que en lo que hace. Y ésta es la clave de la felicidad o de la ausencia de pensamientos y sensaciones negativas. Para hacerlo así, el trabajo nos tiene que gustar. Otra variante del problema. Si el trabajo que hago no me gusta, difícilmente lo haré con pasión y con impecabilidad y me dará por pensar en mil cosas al margen, la mayoría negativas. Pero, como dice mi maestro Agustín Delgado: “Si lo que haces no te gusta, hazlo como si te gustara”

Por ejemplo: Yo estoy bien ahora. Tecleo en mi ordenador personal de sobremesa, marca ACME. Pienso en lo que va a seguir en mi parlamento, y esto me complace. Las ideas van surgiendo como el agua de un manantial y yo las voy traduciendo al lenguaje escrito, pensando, al mismo tiempo, en hacerlo correctamente y de una manera fácilmente legible y entendible. De hito en hito, siento mi trasero en contacto con la butaca de piel que utilizo para escribir. Soy consciente de que, dentro de mi campo de visión, además de la pantalla de la computadora (deformación mexicana), existen otras cosas: la ventana, casas, árboles, césped, nieve. Todo esto me hace mantener un estado agradable, con ausencia de dolor ni ninguna otra sensación negativa. Y como estoy en lo que estoy, y en mis pensamientos sobre la felicidad, no pienso nada negativo, que, por otra parte, es lo único que podría proporcionarme un malestar, que daría al traste con las sensaciones de tranquilidad, bienestar y, por tanto ausencia de lo contrario. Y, esto, queridos, es la felicidad o algo lo más próximo posible a la felicidad. Así de sencillo.

Si yo, en el instante santo en el que estoy feliz, tranquilo, sosegado, con paz interior, se me ocurre pensar en el futuro, ya la cagué. Si cuando estoy trabajando lo hago aquí, pero estoy pensando allí, se acabó la magia del momento y la felicidad. Toda la humanidad está pensando que el próximo minuto va a ser mejor, más gratificante, más placentero, y vive aspirada por ese momento, con lo que evita absolutamente la felicidad de “éste momento”; del “aquí y ahora”.

¡La cantidad de vueltas que la gente da a la idea de la felicidad!, y no es más que la ausencia de pensamientos negativos. Y para mantener alejados los pensamientos negativos, hay que vivir el momento. Puro y duro. ¿Así de fácil? No señor ¡Así de difícil! Pero así es. Hace más de 40 años que intento mantenerme en “éste momento” haciendo prácticas de control mental, respiración consciente y conectada, meditación transcendental, Tai Chi, Chi Kun y hay veces (muchas) que todavía me voy a los pensamientos negativos. Naturalmente tengo armas y técnicas para pasarlo a nivel consciente, darme cuenta de ello y “retomarme” para vivir “éste momento”, pero es duro y muy difícil. Hay algo, heredado quizás, que nos impulsa a boicotearnos constantemente la felicidad, o lo que es lo mismo “vivir éste momento”.

El colmo de la felicidad es la ausencia de infelicidad. De Perogrullo. Pero mantenemos lejos la infelicidad viviendo “éste momento”. ¿Y cuando no estemos haciendo nada? –me preguntais, seguro- Pues cuando no estemos haciendo nada, si no tenemos la capacidad innata o adquirida de no pensar en nada negativo, lo que haremos es “hacer algo” (¡que risa!) y esto quiere decir: no estar ocioso. O rezar mantrams u oraciones cristianas o budistas o islamistas…o contemplar la naturaleza y definirla o contemplar lo que te rodea y definirlo.

Tuve una suegra a la que criticaba inmisericordemente. Prescindo de contar los motivos –que los había- y paso al asunto. Cada vez que entraba en mi campo de visión, ya empezaba a criticarla: “Mira, la imbécil de la vieja vasca, separatista, asquerosa…” Y otras lindezas por el estilo. Estaba en esto el tiempo necesario para empezar a encontrarme mal. La frecuencia cardiaca y respiratoria aumentaban, se me ponía un nudo en el estómago, se me secaba la boca y me dolía el pecho. Síntomas inequívocos de un ataque de ansiedad. Cuando fui consciente del hecho, elaboré la técnica de los 180 grados. Cuando estaba poniéndola a bajar de un burro y era consciente de ello, dirigía mi vista a cualquier objeto colocado a 180 grados de donde inicialmente estaba enfocada y empezaba a definir lo que veía en ese momento. ¡Oh, una orquídea! Me la regalaron hace escasamente una semana. Me gustan las orquídeas, pero ésta es más falsa que un político. Está muy bien hecha, pero falsa al fin y al cabo. Voy a comprar una viva y la cambiaré, etc. Con todo este parlamento, se me ha olvidado mi suegra y ya he dejado de agredirme. Y he aquí lo que yo buscaba frenéticamente, olvidar. No a mi suegra, sino mi compulsión a la crítica y a boicotearme la felicidad.

¿Y cuando pintan bastos? Es inevitable hasta en la vida color de rosa; hasta en las personas con una alta dosis de positividad. Es ley de vida que los avatares se presentarán y nos examinarán de esta asignatura tan difícil que se llama: ¿Cómo reaccionas ante una mala jugada? Y, definitivamente, las malas hay que vivirlas, porque para eso se nos ponen delante, para que las vivamos y tengamos esa experiencia. Y, al fin y al cabo, el nivel de nuestra experiencia está hecho con toda clase de situaciones, malas, buenas y regulares y hay que vivirlas. ¡Pobre de la persona que no tenga problemas en la vida, porque su experiencia se quedará muy limitada! Cuando pintan bastos, hay que alinearse con la situación, no juzgarla, no criticarla y sentirla con toda la intensidad de que seamos capaces. Si toca llorar, llorar; si toca desgarrarse de dolor por dentro, desgarrarse. Hasta que ya no puedas más. Tener el coloquio contigo mismo apurando el dolor, para que se agote lo antes posible. No querer que pase, no pensar en otra cosa, no querer divertirse a ultranza para olvidar, no recurrir al alcohol o a las drogas. Todo esto no ayuda a pasar la situación. Lo único que ayuda a pasar la situación es: pasarla. Y hacerlo intensamente.
No se me ocurre decir a nadie, en medio de un gran duelo, frases estúpidas como: No llores; no te preocupes, resígnate, procura olvidar, etc. Si digo algo –la mayoría de las veces me limito a abrazar a la persona y a mirarla a los ojos-. Ni siquiera digo :”Lo siento” o “Te acompaño en tu sentimiento” porque no lo siento, ni le acompaño en su sentimiento, que es exclusivamente del que lo está padeciendo. Y si tengo ocasión de decir algo, lo único que se me ocurre es: Vívelo con cojones. “Sumérgete en el estrépito de la batalla, y mantén tu corazón en paz, junto a los pies etéreos del Señor” Este bello parlamento del texto sagrado hindú Bhägabad Gita, explica la respuesta del Señor Krishna al joven príncipe Arjuna, cuando éste le pregunta: ¿Cómo debo ir a la batalla (de la vida)? Sumérgete en el estrépito de la vida –que es verdaderamente una batalla- y mantén tu corazón en paz a los pies etéreos del Señor.
Bueno, pues éste es el principio. Insisto en que sólo es el entramado de madera que sustenta paredes, suelos y paramentos de todo el edificio de la felicidad. Y como hay que empezar por coger el principio del hilo, para luego devanarlo, empezaremos por estudiar la relación conmigo mismo.

LAS MUSAS


LAS MUSAS

23.10.09


¿Qué es la inspiración? ¿Qué es el estro? ¿Qué son las musas? ¿Soy yo el que escribe, o alguien, en algún lugar, me habla y yo lo plasmo al dictado?

El ser humano nunca está seguro de nada, sobre todo de lo que se escapa, de alguna forma, a lo que ve, toca y siente. El “más allá” es una quimera, una entelequia, que algunos emplean para concitar adhesiones, para vender libros, o para espolear conciencias. ¿Dónde está la verdad?
Pérez Reverte, en su artículo de ésta semana, habla de encarnación de los personajes de ficción. Él lo ha experimentado en multitud de ocasiones, incluso en boca de gente sabia y leída. El público llega un momento en el que no sabe distinguir –o no puede- la verdad de la ficción. Cuenta, que en el bicentenario de Trafalgar, al descubrirse un monumento conmemorativo, un historiador descubrió, estupefacto, que en la relación de barcos españoles participantes en la liza figuraba, también, el nombre de su imaginario navío de 74 cañones, Antilla.

Es fácil engañar a la gente. El timo de estampita, del toco mocho y la política actual, son muestras de lo evidente en materia de engaño premeditado. El que alguien se equivoque es plausible, que cree un personaje de novela, que luego se inscriba entre los que vivieron en aquella época, tiene un pase. El que se creen, acuñen o elaboren consignas para equivocar a las masas, es un crimen de lesa humanidad.

Pero vuelvo a lo que me ocupa. ¿Quién es el que escribe? ¿Yo, o un alter ego que está por encima de mí y de mi intención? ¿O lo que creo o escribo está inspirado por algún personaje, ya desencarnado, con la buena intención de aleccionar a los que aquí se han quedado, para que no cometan los mismos errores; para solazarles, o para expresar, durante su muerte, lo que no les dejó el tiempo, expresar en vida?

Durante mis sesiones de regresiones terapéuticas, los pacientes viajaban en el tiempo, cambiaban de personalidad, y hablaban de cosas extrañas a su condición de aquel momento. Algunos de ellos se quedaban atónitos y estupefactos escuchándose a sí mismos, y se les ocurría preguntar: “¿Esto es cierto, o es producto de mi imaginación o de mi mente calenturienta?” ¿”Usted qué cree, doctor”? Yo –contestaba- creo que no tiene nada que ver con la ficción. Es imposible emitir un parlamento tan elaborado, tan lleno de matices, sentimientos y vivencias, como el que son capaces de verbalizar personas que no están acostumbradas a escribir, ni a fantasear, ni a mentir. Todo lo que has visto, sentido u oído, es la pura verdad extraída de un archivo de tu mente, oculto habitualmente, hasta que empleas la clave precisa –les repetía hasta la saciedad. No obstante, nadie cree en la magia de la vida, de la gente y de los objetos. Nadie cree en la inspiración del “más allá”. Pero existe. Nadie se imagina que pueda venir de “arriba” el numen que nos ha iluminado la mente, antes ofuscada en multitud de miedos, diatribas e indecisiones.

Sólo tienes que vivir el momento; éste momento, y las palabras fluyen de tu cabeza a tus dedos, que teclean aquello que viene de “arriba”. No me siento más inspirado que cuando estoy tranquilo, sin tensiones, relajado y después de hacer Tai Chi o después de meditar. La magia existe. Las musas existen. Los de “arriba” están deseando transmitirse con nosotros. Sin embargo, por algún extraño mecanismo, no les dejamos.

lunes, 19 de octubre de 2009

MENS SANA

MENS SANA

19.10.09


Oigo en la radio un corto publicitario, en el que se oye una voz femenina, aparentemente joven, que dice algo así como: “Yo he sido diploma olímpica de judo. Practica mi deporte. Te ayudará a tener más sano el cuerpo y la mente”.

¡Que, no! ¡Que no van por ahí los tiros! Está muy bien practicar deporte. Eso, en efecto, contribuye a la calidad física de la persona y, durante la práctica del deporte; de cualquier deporte, es fundamental la concentración. Y la concentración lleva a la falta de pensamiento. Y la ausencia de pensamientos, contribuye a la salud. Esta es la derecha.

El aforismo latino, reza. “Mens sana in córpore sano”. ¡Mentira! Por muy sano que esté el cuerpo, no irá en consonancia la sanidad de la mente y, por tanto la salud física. El aforismo fue concebido al revés.”Corpore sano in mens sana”. Lo que ocurrió es que, al traductor, le debió de sonar a chino lo de la influencia de la mente sobre el cuerpo, y le dio la vuelta saínamente, para convertirlo en la chorrada que llegó a nuestros días.

La realidad es que el aforismo: “Mens sana in corpore sano” se atribuye a Iunius Iuvenalis (10, 356) Dice el poeta que el hombre verdaderamente sabio, no pide al cielo más que la salud del alma y la del cuerpo: orandum est ut sit mens sana in corpore sano. Sin embargo, suele citarse esta expresión para indicar que la salud del cuerpo es condición indispensable para la salud del alma. Y ahí está el error. El cuerpo no determina la salud de la mente, sino al revés, es la mente la que determina la salud del cuerpo. “Si piensas bien, vives bien. Si piensas mal, vives mal”. Somos la que comemos, pero también, y sobre todo, lo que pensamos.

Abundo en el pensamiento. Es más, afirmo que, excepto las singularidades patológicas que confirman mi regla, el 100% de las enfermedades tienen su origen en la mente. Su causa primigenia son los conflictos emocionales que sufrimos a causa del desenfoque de nuestras mentes, que están mal aleccionadas y mal entrenadas desde el momento del nacimiento, e incluso antes del parto. Concluyentemente, estoy autorizado para decir, después de cuarenta años de ejercicio de la medicina, que he llegado a esta conclusión.

Corpore sano in mens sana. Eso sí: Cuerpo sano en mente sana. Por mucho ejercicio o deporte que practiques, si no tienes sana y equilibrada la mente; si no haces todo lo posible por no crearte conflictos emocionales, enfermarás gravemente, y al final serás el más fuerte, saludable y sano del cementerio. Enrique dixit.
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