jueves, 17 de noviembre de 2011

LAS CUATRO LEYES DE LA ESPIRITUALIDAD

De vez en cuando mi amiga Amalia me manda algunas perlas dignas de mención. Una de ellas es este pequeño e-mail, fácil de leer, pero muy difícil de entender, que representa la mejor forma de vivir sin estar encadenado al pasado y al futuro. Simplemente se impone vivir el presente con la confianza que se desprende de estas cuatro leyes.

“La persona que llega, es la persona correcta”. Nadie llega a nuestras vidas por casualidad, todas las personas que nos rodean; que interactúan con nosotros, están ahí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación.

“Lo que sucedió es la única cosa que podía haber sucedido”. Nada, absolutamente nada de lo que nos sucede en nuestras vidas pudo haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el: “Si hubiera hecho tal cosa…hubiera sucedido tal otra…”. No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado, y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que nos suceden en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y nuestro ego se resistan a aceptarlo.

“El momento en el que comienza cualquier hecho, es el momento correcto”. Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, en ese momento comenzará.

“Cuando algo termina, indefectiblemente, termina”. Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución. Por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia.

Si este texto llega a vosotros hoy; es porque estáis preparados para entender que ningún copo de nieve cae nunca en el lugar equivocado!



lunes, 14 de noviembre de 2011

EL PERFUME




Jean Baptiste Grenouille es, debido a su prodigioso sentido del olfato, el mejor ‘nariz’ y creador de perfumes del mundo. Sin embargo es un ser grotesco, deforme y repulsivo a los ojos de las mujeres. Como venganza a tanta ofensa sufrida a causa de su aspecto físico, su lengua estropajosa y sus pocas luces mentales, elabora un raro perfume que subyuga la voluntad del que lo huele. Con esta añagaza consigue el favor de las damas y el dominio de los poderosos. Existe, sin embargo, un pequeño problema: para conseguir el principio elemental de la arrebatadora fragancia, son necesarios los fluidos vaginales de jovencitas vírgenes. Y para ello el perfumista no duda en convertirse en un obsesivo, cruel y despiadado asesino.

Al igual que este extraño personaje, existen en la actualidad individuos famosos por una sola de sus cualidades, pero cojean de todas las demás. Han elaborado, no obstante, un extraño perfume que enloquece al que lo aspira. Y, como la novela, las gentes se rinden a su influjo. Carecen de cualquier mérito, no tienen otro, pero lo que hacen, aunque sólo proporcione sensaciones al público, son, al parecer tan intensas, que resultan afrodisíacas. Pero no se olvide que, igual que Jean Baptiste, estos individuos monotemáticos, y absolutamente polarizados por sus habilidades físicas, pueden encerrar en su interior grandes asesinos sociales, ya que enfrentan, hasta el aniquilamiento, a sus seguidores acérrimos contra aquellos que no ven en ellos más que puro músculo sin un ápice de sentido mental.

Me apetecen más los hombres del renacimiento, aquellos personajes del siglo XV – XVI, que revolucionaron las artes y las ciencias y que fueron la punta de lanza de grandes logros para la humanidad y para su desarrollo. Nada que ver con estos deportistas que deben su fama y su muy cuantiosa fortuna a sus poderosos músculos y a su inteligencia para burlar a los contrarios y para fingir afrentas que castiguen a sus oponentes.

Abramos los ojos a realidad de los hechos. El futbol mueve pasiones, pero las pasiones generan conflictos, odios y enfrentamientos. ¿Por qué no adoramos, simplemente, en vez de dar la vida y luchar por ellos? ¿Merece la pena? ¿Quién es el responsable de esta manera de querer y de actuar? Sencillamente la caída en picado de la escala de valores, del interés por la obra bien hecha, de la búsqueda de la excelencia, de la disciplina espartana, de la educación, del bien hablar, del bien hacer y del bien pensar.

Tirando del hilo posiblemente se encontrasen las causas últimas del desaguisado. No quiero saberlas; respeto el propósito del que ha muñido este estado de cosas, y de su tempo. Entre otras consideraciones me lo he creado yo, y, naturalmente ustedes, que tan amablemente me están leyendo.



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