jueves, 12 de mayo de 2011

LA MEDITADA REFLEXIÓN DE LAS COSAS DE CADA DÍA

Perpitirme otra perla, que cada vez que la oigo me hace llorar de sentimiento.






¿Qué ideas tienes sobre la vida y sobre la muerte? ¿Qué es lo que te gusta y lo que no? ¿Qué quieres de la vida y qué no? Pero fundamentalmente ¿Por qué? ¿Te has parado a pensar, verdaderamente, con fundamento, por qué acoges como tuyas o rechazas ciertas ideas, a ciertas gentes, a determinados partidos, a algunos clubs? Te has parado a pensar la razón por la cual eres de un equipo de futbol a muerte? ¿En qué momento decidiste tu elección y qué te impulsó a ello? Todo en la vida necesita de una reflexión profunda, de un análisis, de consideraciones referentes a los pros y a los contras. ¿Alguien te ha dicho esto alguna vez ante una disyuntiva? Y si te lo han dicho ¿Lo has considerado, o lo has oído como oyes llover?

La vida es «Momento a momento», pero ciertas elecciones requieren una consideración que evite un postrer arrepentimiento o un fiasco. He leído una frase que puede explicar, en muy pocas palabras, el objeto de mi escrito: «La suerte es la meditada reflexión de las cosas de cada día» ¿Actúas reflexionando, o lo haces dejándote llevar por las tripas? Pero, para reflexionar hay que tener criterio. Si careces de él, más vale que apagues la luz, porque te va dar igual; nunca verás las cosas claras. El criterio es fundamental para establecer una elección correcta, o, por lo menos, para establecer unas bases sólidas en que apoyar nuestra reflexión. Supuesto que existe el criterio –que es mucho suponer– vamos a reflexionar sobre los porqués de nuestras elecciones. Hay cosas que se eligen desde el gusto personal, que se funda en una determinada estética. Pero la estética se hace, la mayor parte de las veces, cultivando a los clásicos, inicio y base de todo el arte. El Apolo de Belvedere o La Odisea, han sido el inicio de quienes se han querido acercar a la estética de la escultura y de la literatura. Pero hay otros muchos paradigmas a los que mirar y donde beber belleza y plantear nuestro criterio. Solamente estudiando hasta la saciedad a los clásicos, podremos discernir entre lo bello y lo esperpéntico con criterio.

Por qué la gente es de determinado partido político, o por qué la plebe –sin afán de molestar– es hincha de determinado equipo de futbol, entran en el capítulo de los arcanos que nunca saldrán a la luz. Y nunca entenderemos qué resortes han movido a determinada persona humana a defender a muerte los colores de un equipo deportivo o de una agrupación política. Y si preguntas el ‘por qué’ la mayoría de las veces la contestación es: “Porque sí” Pero no encontraremos ninguna razón de peso fundada en una reflexión. Simplemente, “Porque sí” “Porque es el mejor, cagoendiez”. Sus padres eran de la facción contraria; su abuelo paterno era absolutamente contrario a sus ideas, pero el niño nos ha salido respondón y ahora es de los ‘Insurgentes del niño Jesús’, y no hay quién le quite la idea de la cabeza. ¡Y mira que le han hecho putadas los ‘insurgentes’! Pues nada, erre que erre en su idea.

Hay otros que se apuntan rápido a ‘caballo ganador’, y se hacen de los que van por delante. No en ideas, ni en sabiduría, ni en actos, no; simplemente en marrullerías o en mentiras que engatusan a los más ignorantes de entre los ignorantes de este ancho mundo. Pero ¿reflexionar? ¿Qué significa reflexionar? –te preguntarán con cara de bobos de baba– Pues reflexionar es pensar en los verdaderos motivos que te impulsan a apoyar determinado colectivo. Es decir, no mentirte a ti mismo. Saber lo que verdaderamente te gusta y no te gusta. Y si después de reflexionar, llegas a la misma conclusión: ¡Olé tus cojones! Seguirás siendo imbécil, pero, por lo menos has aprendido a reflexionar.

miércoles, 11 de mayo de 2011

ORGULLO DE RAZA



En homenaje a un magnífico pueblo ahogado en el proceloso mar del orgullo independestista mal entendido.



La vanidad, la arrogancia, el exceso de autoestima, que a veces es loable por nacer de causas nobles y virtuosas, son sinónimos de orgullo. Pero las más de las veces el orgullo no está basado en esas causas nobles y virtudes ansiadas, sino en causas aprendidas de la naturaleza moral de nuestros mayores, de los escritos o del arte cinematográfico, lleno de orgullo y pasión. En la vida diaria la gente demuestra su orgullo mal entendido en las más mínimas circunstancias: en la cola del supermercado, en el aparcamiento, en la ventanilla de cobros, de pagos, durante la conducción de los vehículos, con los superiores, con los subordinados, con los mayores, con los hijos, con la pareja, con los dependientes. Y está bien exhibir los propios derechos a ser respetados por los demás, pero esos derechos los extendemos a todas las parcelas y órdenes de la vida. Y no siempre tienen buenas consecuencias.

El orgullo mal entendido es aquel que nos impele a querer tener razón por encima de cualquier cosa, aunque estemos convencidos, en nuestro fuero interno, de que no la tenemos. Es aquel que nos hace recelar del comportamiento de nuestras parejas, a ser celosos, a controlar las situaciones, a no permitirnos que nos cojan en falta flagrante. En pareja, el orgullo es aquel sentimiento que nos mueve a considerar que, después del matrimonio, nada vale sino la entrega al cónyuge en cuerpo y alma; de pies a cabeza; a todas horas y en todas y cada una de las actividades de nuestra vida cotidiana. Es un sentimiento de exclusividad total, si la exclusividad necesitase al adjetivo total para reforzar una palabra que, de por sí, ya es bastante fuerte. La exclusividad nos hace creernos poseedores de la pareja en cuerpo y alma; desear que todo lo que haga, piense o diga vaya en consonancia con nuestra manera de ser, hacer o pensar.

¿Por qué? Porque nunca hemos considerado los motivos que nos han llevado al matrimonio. Ni siquiera nos hemos puesto a enumerarlos, porque son abstractos. Y el único motivo que podría impulsarnos a establecer una convivencia con una persona de otro sexo es el amor incondicional. Es el único amor que yo concibo para una convivencia en pareja; es el único posible; es lo más parecido del amor de una madre por sus hijos. Y dentro de este tipo de amor también hay categorías, tanto de madres, como de hijos. Preguntes a quien preguntes referente a este asunto, coincidirá contigo en que nadie siente amor incondicional por su pareja. Todos expresan su cariño, su amor, su apego, pero saben que esos sentimientos distan mucho de la incondicionalidad.

Cuando una pareja se separa –siempre por falta de amor–, afloran los sentimientos de orgullo mal entendido, odio y deseos de hacer sufrir al contrario en pago a su maldad. A su pretendida maldad casi siempre fundada en la infidelidad y en unas ganas atroces de libertad, que no existe en pareja. Porque, en el fondo, es aburrido y poco gratificante mantener una segunda unión con otra persona. Son asideros que nos buscamos para justificar nuestras posturas o para sentirnos amados, y que somos capaces de despertar el amor y la pasión en otra persona que no sea nuestra pareja de siempre, aburrida de la tediosa rutina a la que la sometemos a diario por falta de amor incondicional y por falta de libertad. Es mal negocio, además, separarse. Yo tengo la experiencia de la ruina que provoca una separación judicial que, si no hubiera mediado el orgullo, y una vez consumido el amor, podía haberse establecido un contrato de no agresión y un compromiso de compartir casa, cocina y gastos. Y eso sólo se consigue con una dosis de amor incondicional por parte de uno de los afectados. Bien es sabido que si uno no quiere dos no discuten. Ambos, en este régimen, pueden moverse en su vida con absoluta libertad, con la única premisa del respeto y el compartir.

martes, 10 de mayo de 2011

DEL VIEJO LA SABIDURÍA Y LA EXPERIENCIA






- «Mamá, hija, que la vida no es así. Tú lo que tienes que hacer es no preocuparte de nada. Todos estamos contigo. Si quieres algo pídelo. Y si te encuentras sola, vete a casa de cualquiera que serás bien recibida…»

Pero ¿En qué quedamos. Es madre o hija? Si es madre, no la llames hija. Y si es hija no la llames madre. El caso es destrozar la semántica. Tu madre lo que tiene que hacer es lo que le dé la gana. Ha vivido antes que tú, en unos momentos infinitamente más complicados que en los que tú estás viviendo, con menos comodidades, con más trabajo y con más preocupaciones para sacaros a todos adelante. Y ahí estáis todos, viviendo, que no es poco. Y algo habréis aprendido de tu madre ¡Digo yo!

Hay un tiempo para sembrar y otro tiempo para cosechar. Lo que hagas ahora servirá para el futuro. El momento de aprender ya pasó. Ahora tienen que gozar del producto de su siembra. No te empeñes en que aprendan, porque no van a aprender nada de nada. Ya aprendieron suficiente. Y ahora lo que menos les interesa es que les vayas tú con sermones de marisabidilla. Ellos tienen miedo a muchas cosas. Piensan cada vez más y con más frecuencia en el futuro. Y eso conlleva el momento del postrer viaje a lo desconocido. Les agobia aunque no quieran pensarlo. La mente está cada vez más acuciada por la falta de tiempo, y eso mismo acorta el que les queda. Tienen miedo al futuro; un miedo atroz a acabar sus días en un asilo, sin el calor de las familia, sin las risas de los nietos, sin el sentimiento de ser útiles para algo, de colaborar en la cocina, en las labores o en el consejo a los más pequeños.

Igual que un trebejo pasado de moda o estropeado, su destino es el trastero de la institución para mayores. Allí les confinamos al final de su vida. Sin duelo, sin compasión, sin comprensión, sin paciencia. Tenemos otra vida. Estorban. No sirven. No saben, están anticuados, obsoletos. Los suyos fueron otros tiempos agostados y pasados de moda. Ya no pega nada de lo que dicen, de lo que hacen.

Miserables. Debíamos erigir un monumento a nuestros mayores por todo lo que trabajaron, hicieron y pensaron, para ofrecernos un digno presente. Ellos fueron los que lo construyeron con su sudor, sus lágrimas, y en muchos casos, con su vida. Y ahora, ingratos, intentamos enseñarles cómo se hacen los hijos. Mamelucos, mentecatos. Los mayores debían de seguir trabajando, pensando, gobernando…porque ellos estarían cada día más hábiles y más claros de mente si no les tratáramos de convencer de que no saben nada. “Y, tú ¿qué sabes?, ignorante. Si no has salido del todo de la cáscara del huevo?” La capacidad del hombre es infinita, pero se ve cercenada por la imposibilidad de ejercerla, y hay estamentos a quienes no interesa que haya mentes racionales que puedan decir lo que está bien o lo que está mal. Que puedan opinar sobre educación, moral, criterio o buenas costumbres. Ellos quieren descubrir la pólvora; pero ya está descubierta desde el siglo IX; la descubrieron nuestros padres; ellos, con sus desvelos, su infinita capacidad de imaginación, sin medios adecuados, pero con un derroche de voluntad y de trabajo duro.

Lo mejor que podéis hacer por los mayores es amarles y darles cancha, hueco y espacio. Ellos saben mucho más que vosotros y pueden ser muy útiles a poco que les dejéis ejercer de sabios en vez de estultos. Tienen una cosa que no tenéis vosotros todavía: Experiencia.

lunes, 9 de mayo de 2011

EL PENSAMIENTO BUMERÁN






¡Ojalá te gastes en medicinas todo el dinero que ganes! –dijo con gesto desabrido y retador– Su corazón estaba lleno de odio. Sus escasas luces le impedían establecer una situación intermedia entre la ruptura total y un estatus de convivencia educada, que les permitiera compartir casa, cocina y gastos. Había sido educado de otra manera y no entendía las componendas. Para él sólo existían el blanco y el negro. No conocía tonos intermedios. En realidad la convivencia es complicada cuando se acaba el amor. Y en esa situación nadie entiende de medias tintas, convenios y componendas. Y menos él, que estaba acostumbrado a mandar en su casa como cabeza de familia.

Meses antes ella había decidido separarse legalmente. El abogado la había aconsejado un entendimiento y un común acuerdo, que evitaría gastos inútiles y tediosos procedimientos. Había poco en común en el terreno afectivo, pero menos en el plano económico. Un piso modesto, recientemente solventado, y una casa en un pueblo cercano a la ciudad donde vivían ambos. No llegaron a un acuerdo, y, ella, aconsejada por buenos amigos, decidió volver al domicilio familiar. Él estaba muy contaminado por el hijo mayor, escaso de luces como el padre y machista de pro. Ella se ganaba la vida honestamente aliviando los dolores musculares a los peregrinos que hacían El Camino. Hubo un tiempo en el que el marido se ganaba bien la vida en un oficio no exento de peligros físicos. En un momento determinado decidió vivir de su mujer y dejó de trabajar, pero viendo que no la podía sacar ni uno de los euros que ganaba con el sudor de su frente, volvió a su trabajo. Poco antes, lleno de odio y de rencor expelió la frase con la que comienza este relato.

Transcurrió un periodo de tensa calma durante el que ambos se dijeron más cosas de las que nadie está preparado para soportar. Pero existía entre ambos una sutil diferencia, ella soltaba exabruptos sin sentirlos verdaderamente. No le salían del corazón ni vibraban en su mondongo. Eran, eso, insultos dichos como mecanismo automático de defensa. Él, sin embargo, sentía en su corazón todas las frases con las que pretendía desangrarla y dejarla exhausta y enloquecida de dolor. En ese momento, si hubiera tenido valor la hubiera asesinado alevosamente, y después no hubiera sentido arrepentimiento alguno. “¡Ojalá te gastes en medicinas todo el dinero que ganes!” no era una frase normal, la había pronunciado sintiendo cada una de las palabras, sacándolas de lo más profundo de su ser y deseando que se cumplieran en cada uno de sus puntos.

Continuó subiéndose a los postes de electricidad para cumplir pulcramente con su trabajo. Aquel día se levantó con más odio que nunca dentro de su corazón. La subida al primer mástil de soporte fue normal, pero al final de su tarea sintió una especie de vahído pasajero que dejó de preocuparle en cuanto desapareció. El segundo poste le obligo a subir más arriba de lo previsto, y para andar más ligero prescindió del arnés que protege de cualquier accidente fortuito. Desde ocho metros de altura cayó como un fardo al suelo. Cuando despertó estaba inmóvil en una cama de hospital, escayolado de cintura para abajo, con una tracción en un brazo, un collarín, y una bigotera que le suministraba la cantidad de oxígeno imprescindible para su supervivencia. Le dolía el pecho al respirar. Notó un peso enorme en uno de sus costados que le impedía llenar del todo sus pulmones. Pero lo agradecía, porque cada vez que inspiraba sentía un dolor insoportable en su costado. En un instante revivió los momentos previos al accidente. Pensaba en ella con más odio que nunca y pronunció en voz alta su frase más estremecedora: ¡Ojalá se gaste en medicinas todo el dinero que gane! Fue su último recuerdo. Y en este momento surgió en su mente una idea que fue tomando cuerpo: ¡Me voy a gastar en medicinas todo el dinero que he ganado en mi vida. Y ruego a Dios que me perdone por el mal que he deseado, y que, evidentemente, se ha vuelto en mi contra!

¡Mucho cuidado con lo que pensamos, porque el pensamiento es creativo; tanto para nosotros como para los demás! Basta con que pensemos y deseemos desde el corazón para que, más bien pronto que tarde, se realicen nuestros pensamientos. Y mucho cuidado con lo que pedimos…, no vaya a ser que se nos conceda…

domingo, 8 de mayo de 2011








Dos versiones diferentes para decir la misma cosa de dos maneras muy bellas: Un canto a la amistad y al amor. ¡Quédate conmigo!
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