Es inteligente, buena
conversadora, dulce de carácter siempre que no la toquen la mandorla –como casi
todo el mundo– buena profesional y no le hace ascos a un rato de jolgorio hormonal.
Trabaja bien, es perfeccionista en grado sumo y vive sola. No tiene pareja
estable, aunque lo pretende, pero tiene siempre dos o tres candidatos a utilizar con ella lo que crece debajo de los
pantalones. Se trata de gente previamente comprometida con otras parejas,
incluso con hijos de por medio, pero siempre están en trámites de separación, o
pensando seriamente en disolver la
sociedad de gananciales o de separación de bienes.
Antes, para conseguir
nuestros propósitos sexuales, los hombres
recurríamos a promesas de amor eterno y de matrimonio, condición sin la cual no
había ninguna mujer que relajara sus abductores. Ahora, con la consecución de
ciertos pensamientos ‘New age’, la gente está por aquello de ‘vivir el momento’,
y añaden: ‘puro y duro’. Y, consecuentemente, los hombres, casados o no, acuden
al término filosófico para conseguir sus fines. Pero ignoran voluntaria o
involuntariamente –confunden la velocidad con el tocino o el culo con las
témporas– que cada acción lleva consigo, indefectiblemente, una reacción, y
que, a no ser que despejemos nuestra mente de contenidos superfluos, los
complejos de culpa, los amores, los enganches y los celos, se meterán en los
afaires por cualquier rendija.
Hablo de caballeros de
40 a 50 años, queriéndose relacionar con mujeres de 25 a 40. Los de 20 a 30
funcionan de una forma diferente; le llaman al pan, pan, y al vino, vino, sin
andarse con subterfugios, y son fieles hasta que aparece en escena el príncipe
azul o la princesa del zapato de cristal, momento en el cual se ponen por
montera los conceptos y se entregan al libertinaje más académico.
La unión sexual, con o
sin amor, lleva ínsitas en su naturaleza, ciertas pegatinas que son harto
complicadas de despegar: ‘Fidelidad’, ‘Amor eterno’, ‘Hasta que la muerte nos
separe’, ‘Engaño’, ‘Traición’, ‘Mentira’, ‘Capricho’, ‘Encoñamiento’, ‘Dolor’,
‘Rencor’, ‘Odio’ Y establece unas ligaduras, imperceptibles con los ojos del
cuerpo, pero notorias a la hora de intentar romperlas para que no sean una
rémora en ulteriores relaciones. Llevar a cualquiera a la coyunda es bueno y provechoso
para ambos miembros del negocio, pero siempre que sepan a dónde van, cómo van,
y por qué van. Y esto no se arregla con un “Hay que vivir el momento”, es
necesario aclarar posturas, confesar estados e intenciones, para que la cosa no
tenga consecuencias desagradables.
No confundir el culo
con las témporas –en latín sienes– es conveniente, y en el caso de ‘vivir el
momento’, no quiere decir que se viva a lo loco, sin considerar las
consecuencias. Se refiere a que se viva ‘bien’ y de manera conveniente. Y todo
esto se traduce en hacer las cosas ‘En bien para todo el mundo’ y ‘A gusto de todas
las partes’.