jueves, 8 de abril de 2010

LARECETA DE LA SEMANA. CREMA DE CALABAZA.

Pincha en el play del cuadro de abajo y escucharás una composición cantada en honor de los aprendices de Chamán, que hicimos el viaje al Méjico profundo.





Hay calabazas por doquier. No veo más que calabazas. Están apañados los adolescentes en época de merecer. Pero con las calabazas se elabora una crema que te chupas hasta los dedos de los pies. He aquí la receta.

CREMA DE CALABAZA

Ingredientes: 600 gr. de calabaza, 3 zanahorias, 2 patatas, 2 cebollas, 2 cucharadas de aceite de oliva, 4 quesitos desnatados, Sal, Pimienta negra.

Preparación:

Trocear la calabaza, las zanahorias y las patatas. Cocinar en agua con un poco de sal, o hacer con la olla exprés. En una sartén, poner el aceite y sofreír la cebolla. Cuando las verduras ya estén cocidas, retirar el caldo de la olla, pero reservar un poco por si hace falta luego. Añadir en la olla con las patatas, zanahorias y calabaza, la cebolla. Sofreír ligeramente y añadir los quesitos. Salpimentar. Triturar todo muy bien, y si quedara demasiado espeso añadir algo del caldo de las verduras. Rectificar de sal y pimienta.



CABREO, SÍ, PERO CON MEDIDA Y CONCIENCIA

Pincha en el play del cuadro inferior y escucha a Elton John, mientras lees.






Me escribe Begoña Macho, buena amiga y fiel seguidora de mi blog, para hacerme una reflexión sobre el cabreo que reflejé en el artículo El seminario de Chen Yong Fa. En cierto modo, ella se extraña y se llena de estupor –aunque dice que es broma-, porque yo responda a los estímulos negativos que me proporciona la vida, con un cabreo del quince. Se conoce que ella, verdaderamente creía que yo era insensible a los estímulos, y tan elevado, que con dificultad podía descender a cagarme en todo lo que se menea, ante un caso de falta de respeto flagrante.

Somos humanos y estamos con los pies en el pavimento, en el asfalto o en la tierra. Si estuviésemos allá, en el cielo, no tendríamos nada que hacer aquí abajo. Agustín Delgado, mi chamán de cabecera, decía referente a esta dualidad, que era necesario equilibrar nuestras dos partes, la divina y la humana. Él lo refería, más o menos, así: “Cuando mi parte humana ve al Agustín que se ha elevado a los cielos para meditar, rezar y divinizarse, le exhorta: “Agustín ¿Qué haces otra vez allá arriba? Mira, que hay que trabajar para pagar la letra que vence a finales de mes, y hay que comer, y vestirse. Baja de ahí cagando leches, Agustín, hermano” Cuando la parte divina veía la humana de Agustín, le decía: “Agustín, muchacho ¿Cómo eres tan derrochador? Mira que ya tienes cinco pantalones ¿Te vas a comprar otro más? Repara en la necesidad de elevarse un poco y no dejarse atrapar por las cosas materiales”.





Ahí está el intríngulis de la cuestión: Equilibrar. Y para ello hay que comenzar por ser consciente del papel que estás desempeñando en cada situación. Y, sobre todo y por encima de todo, elegir cuál va a ser tu reacción. Ante cualquier situación, tú eliges cuál será tu respuesta. Eliges levantarte, de buena mañana, cabreado como un mono, o feliz como una perdiz. Optas por aceptar los hechos que te afectan con buena cara, no juzgándolos, no criticándolos y dedicándote a vivirlos y tener la experiencia, o, de lo contrario, tiras las patas por alto, chillas, vociferas, exhalas ventosidades fetatorias por la boca, elevas tu tensión arterial, segregas adrenalina y le proporcionas un estrujón a tus cápsulas suprarrenales, con las consecuencias nefastas que esto tiene en tu economía orgánica. Pero todo ha partido de tu decisión. Nadie decide cómo reaccionas ante los hechos de la vida. Tú eres responsable de esa parcela, como de todas las demás.

Por otra parte, es bueno y saludable emprenderla, en momento dado, con un cojín, con una silla, o clamando al cielo, para no comerte la situación, que, en tu interior, se va a pudrir y, tarde o temprano, olerá fatal. Pero con mesura; sin pasarte. Y, sobre todo y por encima de todo, no vomitando tu bilis en el pecho de quién menos tiene la culpa de tus paranoias.

¡Cálmate, muchacho, que los cabreos sin conciencia y sin medida, son nefastos para todo! Y las prisas, sólo son buenas para los políticos y para los malos toreros…

martes, 6 de abril de 2010

EL ENFERMO IMAGINARIO

Pincha en el play del cuadro de abajo, y escucha "Alfonsina y el mar", mientras lees. Apasiónate y aprende.




Corrían como una exhalación los años cincuenta. Estaba España instalada, muy cómodamente, en su cultura francófona, y en los colegios estudiábamos francés y literatura francesa. El hermano Bernabé, experto bilingüe, nos impartía su clases con maestría y una muy cuidada pronunciación. Nos había hecho comprar algunas obras del dramaturgo Jean-Baptiste Poquelin (Molière), naturalmente en francés. Y nos obligaba a leerlas en clase, a viva voz, para ir acostumbrando el oído. Una de las obras que gozamos entre todos por su humor, fue El Enfermo imaginario, que refiere la historia de un hipocondríaco que finge sus males y se ríe de la ignorancia de los galenos. El mismo Jean-Baptiste, que interpretaba sus obras como protagonista, estrenó El enfermo imaginario vestido con una casaca amarilla, y, antes de acabar la representación, se sintió indispuesto y, pocos días después falleció. De aquí el mal fario que supone para los actores que alguien vaya vestido de amarillo en cualquier representación.




Emulando al enfermo imaginario, muchos ancianos fingen la mayoría de sus males, achaques y ajes, por el prurito de sentirse atendidos; para que alguien, por una vez, les haga caso. Me apena ver a los abuelos, encorvados, arrastrando sus pies por el pavimento, apoyados en un bastón, que les hace la mano aún más sarmentosa que de costumbre, víctimas de su propios pensamientos de deterioro físico y mental. Ello mismos se arrastran a ese lamentable estado sin saberlo; sin ni siquiera darse cuenta de la causa de sus desgastes. En este drama participan todos los actores secundarios, que recitan sus papeles de memoria, compadeciéndose del pobre carcamal, que cada día se levanta de la silla con mayor dificultad, hasta que, una buena mañana, se queda definitivamente encadenado a ella.

¿Qué tal estás hoy? –pregunta el hijo- “Pues ya ves ¿qué quieres que te diga?, aquí, jodido, con las piernas hechas polvo y con un dolor de espalda que no me deja tenerme de pie ¡Qué malo es llegar a viejo! ¡Ya, ya llegarás! De esto no se libra nadie, muchacho, nadie se libra de esta mierda”. El hijo tuerce ligeramente la cabeza, eleva una comisura de los labios hacia el lado contrario, respira hondo y se calla. ¿Así llegaré yo a su edad? .



Pero esta comedia de la vida, mantenida en todos sus actos por médicos y profesionales de la medicina, no se corresponde con el guión. El libreto no se ajusta a estos roles que interpreta la gente; están improvisando constantemente, y meten más ‘morcillas’ que en una chacinería. Cada cual a su aíre, a su modo y manera. El argumento es otro muy diferente, pero, al parecer, no le gusta a nadie, y nadie lo sigue. El autor ha concebido la obra con personajes felices que llegan a los ochenta en plena forma, y un buen día, cansados de tanta dicha y de tener una vida tan plena, deciden voluntariamente, sin ayuda de nadie; sin que nadie contribuya a su deceso, dejar este plano entre vítores y aplausos, como los buenos toreros, y con una oreja en cada mano. Ese es el final ideado por el creador de los personajes, pero a la gente no le hace gracia eso de vivir felices y concluir la obra entre flores, aclamaciones y abrazos a gogó.

El gran público se ha sacado de la manga unos dramas que te jiñas: El paciente, hasta los huevos de que le tomen por el pito del sereno en su propia casa, se organiza un carcinoma de estómago porque no puede digerir su situación. Después del diagnóstico, los médicos, en vez de esperar un poquito para ver cómo evoluciona, le meten mano lo más rápidamente posible, no vaya a ser que el enfermo empiece a mejorar y se les joda la estadística, las previsiones y el protocolo. Después de la intervención, en vez de dosificar con mesura los medicamentos –sobre todo los opiáceos- se los administran con galanura, ligereza y generosidad. Al enfermo, naturalmente, no le duele, pero se queda apijotado, lo poco que han decidido, todos los que le rodean, que le queda de vida. El inconsciente colectivo empieza a hacer de las suyas: ¡Que Juanito la palma, pero que la palma, ya! ¡Que a Juanito le queda un afeitao! Y Juanito las espicha mucho antes de lo previsto. Y esta crónica de una muerte anunciada, está a la orden del día. Y después todo el mundo llora, incluso los deudos, y a todo el mundo le administran sedantes para sobrellevar el trance…

Juanito no se tenía que haber muerto, según el guión, hasta 22 años después. Harto de pasarlo bien y sentirse querido, pero: “Dios propone, y el hombre dispone”.

lunes, 5 de abril de 2010

LA LLAVE DE LA FELICIDAD

Pincha en play del cuadro de abajo, y extasíate oyendo 'Imagine', de John Lenon, mientras lees.






Oigo ayer, en un reportaje de TV de un personaje famoso, gallego él, un poquito más que de mediana edad, pastoso él y graciozosón, entrevistado por la clásica presentadora con incontinencia verbal y pocas ideas, que definía la felicidad, algo así como: “La felicidad es trabajar, esforzarte y echar pa lante en la vida. No se trata de tener mucho o de vender mucho en poco tiempo, con unos réditos muy altos, se trata de trabajar y esforzarte” Parece como si, repitiendo el concepto, se convenciese la gente de que lo que acaba de decir es la pura verdad. Y verdades, como ya he tratado de expresar en artículos anteriores, hay muchas, tantas como mentalidades existen en el planeta. Yo tengo mi verdad, tú tienes la tuya, y cada uno tiene su pequeña verdad, pequeñita, contingente, cicatera, reducida, pero mía. Y es inútil querer embutir en el mondongo de la gente tu verdad, que, a saber si es verdad…

Pero verdad, verdad, sólo hay una, porque la verdad es un concepto de común utilidad para todo el mundo y en todo lugar. Y es: “El pensamiento es creativo. Vives, por lo tanto, como piensas. Si piensas bien, vives bien; si piensas mal, vives mal” Permitidme, para más abundamiento, que no me aparte de este aserto ni un adarme. “Lo que e, e”, como dice, en plan de sorna, mi hermana. Y la verdad, verdad, sobre el concepto de felicidad, tan llevado y tan traído, y del que ya he hecho mención en artículos anteriores, es que nadie –en toda la extensión que abarca la palabra-, sabe qué es la felicidad, dónde se puede encontrar o qué hay que hacer para instalarse, aunque sea por breves momentos, en ella: La dama más deseada por ciudadanos de todo género y condición.

Entra Mafalda en una tienda donde se duplican llaves, y pregunta al dependiente (ya entrado en años): - “Buen día, señor. Vengo a que me haga la llave de la felicidad”. “Con mucho gusto, nenita –contesta el ferretero- ¿A ver el modelo?”. En la siguiente viñeta, se ve cómo Mafalda sale de la tienda exclamando: “¡Astuto viejito!”.




 ¿Qué te parece? Quería que la hiciera la llave de la felicidad. Y, naturalmente, el viejito deseó, por un instante, que la niñita le mostrara el original, para hacer unas cuantas copias, para él y para su familia. Puestos a lucubrar… Pues, mira qué tontería, yo, en este momento, os voy a regalar la lleve y el secreto de la felicidad. Se lo cuento, en mi consulta, a todo el que me presta atención por unos breves momentos, lo que dura el relato:


Yo estoy aquí, en mi consulta –les digo-. Estoy en un sitio que me gusta, no en vano lo he creado para mí, con un ambiente agradable, un aroma a sándalo que me transporta, una música deliciosa. Estoy haciendo lo que me gusta, y una de las cosas que hago mejor, que es tratar a las personas. Ustedes me agradan, no me espera nadie, y estoy cómodo, sin ninguna molestia física, ni mental que me inquiete. Esto, para mí, es la felicidad ¿A qué otra cosa puedo aspirar en estos momentos? Esto es el colmo de mi felicidad. Pero si, en este preciso instante, pienso en los pacientes que me están aguardando en la sala de espera, ya se chafó la felicidad. Miro al reloj, empiezo a rebullirme en el asiento, cambio de conversación y procuro dar por concluida la visita lo antes posible. ¿Qué hago con todo esto? boicotearme la felicidad, ese momento de placer, en el que no puedo aspirar a nada más porque no existe, porque lo único real es ese momento, y, por lo tanto, cuando empiezo a pensar en el futuro inmediato, me estoy estresando, porque el estrés nace de: “Estoy trabajando aquí, y estoy pensando allí”.

¡Et voilà! He aquí el secreto de la felicidad; la clave para vivir, constantemente, en esa pretendida entelequia, pura ciencia ficción. Vive el momento con pasión desbordada. No pienses en ninguna otra cosa. Cuando te duches, dúchate, pendiente de la sensación en tu piel del agua caliente, del olor del gel, de la rugosidad de la toalla. Este el momento de felicidad, que se puede romper en cuanto pienses en la letra del banco, en el jefe, en tu dolor de menisco…

Vivir el momento es la panacea, la explicación de, qué hay que hacer para ser feliz, del lugar donde se encuentra la felicidad.

Hago una salvedad necesaria. La felicidad, no siempre es sinónimo de placer. Cuando pintan bastos no quiere decir que no seamos felices, simplemente ha llegado el momento de cambiar de palo: Alinearte con la situación, no juzgarla, no criticarla, y vivirla a tope, porque es lo que toca. ¿Es esto algo contrario a la felicidad? Bajo ningún concepto. Es otra situación, que, como todo en la vida, también pasará.

EL SEMINARIO DE CHEN YONG FA

Pulsa el play del recuadro de abajo y, mientras lees, escucha música de Chi Kung. Recreate.




EL SEMINARIO DE CHEN YONG FA

Estaba esperando ansiosamente la visita que el maestro Chen Yong Fa hace a Palencia cada dos años.
El Maestro Chen Yong Fa, nació en Cantón, China en 1951. Es el descendiente directo, en quinta generación, de Chan Heung, el fundador del estilo Choy Lee Fut de Kung Fú. Comenzó su entrenamiento a la edad de cuatro años de manos de su abuelo, Chan Yiu Chi y su padre, Chan Wan Hon. Es considerado Jeung Mun Yan (Guardián del estilo), lo que significa dentro de su familia (Familia Chan), que los conocimientos le han sido transmitidos por su padre de forma oral y escrita, y que es el guardián y responsable de dichos conocimientos.





Este estilo de Choy Lee Fut, es uno de los pocos estilos de Fung Fú, que se precia de tener su propio Jering mun yun (guardián directo de estilo de la familia), y éste es el maestro Chen Yong Fá.
Además de ser un destacado practicante de artes marciales, es un experto en medicina tradicional china, certificado por el Colegio de Kwan Tung, siendo su especialidad el tratamiento de desórdenes musculares y óseos.

En el año 1983, se trasladó a Australia, donde vive en la actualidad. Es allí donde ejerce como doctor en medicina china. Y desde allí dirige la buena marcha y el desarrollo del estilo de su familia por todo el mundo.

Después de este panegírico, se puede comprender fácilmente por qué esperaba su visita. Hace tres años que practico Chi Kung y no en todas partes hace acto de presencia el guardián del estilo de Kung Fu que tú practicas. Me comprometo con nuestro monitor Juanjo Mendoza, consigo un traje de Kung Fu. Me ocupo de avisar a una costurera para que me lo adapte –normalmente las tallas europeas no corresponden con las chinas- y pago el curso por adelantado.

Mi hija tiene una amiga (¿intima?), que venía frecuentemente por casa antes de la marcha de Cristina a Madrid para estudiar turismo, y con la que establecimos una buena relación, hasta el punto de invitarla para que nos acompañara, como agregada, adlátere de mi hija, a un viaje a Italia.

Después del traslado de Cristina, no volvemos a ver a su amiga -la llamaré Petronila para guardar su anonimato-. Como en el chiste del inglés que se fue a cazar a África: Ella allí, nosotros aquí; ni nos escribe, ni nos llama… Pero, hete aquí que uno de estos días, mi mujer habla con ella, de rebote, y la invita a comer el sábado. A partir de ese momento, todo en mi vida, gira alrededor de la invitación. Como me apetece que venga para hablar con ella y brindarle nuestro apoyo, me cuestiono el asistir al seminario de Chi Kung. No voy a volver del entrenamiento a las 14:00, comer deprisa y corriendo y dejarla en la sobremesa tirada como una colilla: “Bueno, me marcho. Ahí os las arregléis”. No me parece oportuno, ni adecuado, ni caballeresco, ni educado. Le dan a Chen Yong Fa por donde amargan los pepinos. Duermo tranquilamente, me levanto, no obstante, a una hora prudencial, me enfrasco en el ordenanza (calificación que últimamente le doy al ordenador), confecciono un flan y unas torrijas el día anterior, y el sábado me voy a comprar nata para acompañar el flan. En la retranca, me bulle la frustración que me produce no haber ido al seminario de Chen Yong Fa, pero hay veces en la vida, en las que tienes que optar, y casi siempre optas por lo correcto.






Vuelvo de mis compras a las 14:00. Me extraña que no haya llegado Petronila. Cristina está en la cama porque ha tenido una indigestión. Naturalmente la causa no es el ayuno pertinaz. Pongo la mesa; cuatro servicios. Ni me molesto en preguntar si se va a levantar la enferma a comer. A las 15:00 me cuenta mi querida esposa que vamos a comer solos. Cristina está hecha polvo en la cama, y a la hora que es, ha llamado a La Petro por teléfono y no contesta.

Mi cabreo no tiene límites. De manera que he dejado el seminario de Chen Yong Fa por la niña, y ahora no viene. Sin ninguna explicación, sin llamar. Nada, nada de nada. Vomito toda mi indignación encima de Milagros: ¡Dejo el seminario, me voy a comprar nata para el flan, el pan; me traigo un libro para regalárselo y la muy jodida de la niña, no acude a la invitación.

En estos casos no sé cómo calificar el hecho: ¿Desvergüenza? ¿Dejadez? ¿Falta de educación? ¿Falta de interés? ¿Desprecio? Cualquier calificativo viene bien para definir lo que me hace sentir la situación. Pero no me quedaré con las ganas de decírselo, si no a la cara –porque no tenga ocasión- por lo menos se lo escribiré, o haré que lea este artículo.

¿Todos los miembros de esta juventud son iguales? Sería caótica la afirmación. No me puedo creer que hayan fabricado una generación de desahogados y que esté tan bien fabricada. ¿Aprenderé de la situación vivida? Como he nacido ‘lila’ y ‘buena gente’ La próxima vez que pueda echar una mano a una adolescente que, entre otras cosas, es amiga de mi hija, dejaré a otro chino empantanado.
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