viernes, 6 de enero de 2017

MANDOS INTERMEDIOS

Lo que falla en España son los mandos intermedios. En todos los sectores existen MI (Mandos intermedios) que se pliegan al que tienen encima –habitualmente al “jefe”–, por unos euros al mes. Es decir, hacen el trabajo sucio de los que no quieren mancharse las manos de mierda. Pero naturalmente, esto conlleva los defectos de la falta de conocimientos por una parte, y el miedo a perder los 200 € de mierda que les dan por hacer los recortes y enfrentarse con sus subordinados por la otra. Esto ocurre en sanidad muy descaradamente. Los supervisor@s, en su mayoría nunca han sudado la camiseta, nunca han hecho unos gases, ni han cogido una vía, ni se han quedado solos con 25 enfermos pendientes de su exclusiva responsabilidad, ni han hecho 3 noches seguidas, ni han hecho una mañana después de una tarde, ni nada de nada. Entonces no pueden saber lo que da de sí una enfermera quemada y enferma. No existe criterio en ningún sentido, y lo que es peor, no tienen ganas de tenerlo. Hay much@s enfermer@s hartas de su profesión.

Es triste pero esto está pasando actualmente. Escasas de sueldo, escasas de recursos, con muchísimo trabajo con el que malamente pueden sin ninguna ayuda, con unos supervisores a los que no se les ocurre, ni por asomo, echar una mano, con una falta absoluta de criterio para balancear el número de enfermeras que debe de haber por las mañanas y por las tardes con respecto a las necesidades reales de la planta. Con un desprecio absoluto por las bolsas de trabajo a las que no acuden más que cuando tienen el agua al cuello. Muy triste.

Siempre pongo el ejemplo de una gran orquesta. En ella todos los ‘profesores’ ejercen un trabajo cooperativo; todos trabajan en bien del grupo; todos cumplen con su cometido porque, si no, la cosa no ‘suena’. Y naturalmente, tiene que existir un director que indique cuando tienen que entrar cada uno de los miembros del grupo. Pero el director de orquesta no es un mindundi como la mayoría de los jefes actuales –salvando a las honrosas excepciones que cumplen impecablemente con su cometido hasta que los políticos se enteran de su capacidad y le defenestran–, ha estudiado música, armonía, dirección, composición y otras disciplinas más, al igual que cada uno de los profesores a los que tiene el honor de dirigir. Así todo suena a música excelsa. En Sanidad los directores de institución están puestos a dedo, sin criba, sin una oposición, simplemente por afinidad política. Y del director para abajo, todos son MI por complacencia, por sumisión, por dos perras gordas. Ni el director sabe lo que hace, ni sabe lo que hacen los MI. Y cada uno de los MI no tiene criterio para supervisar, ni dirigir, ni cooperar.

Desde el director hasta los celadores, pasando por médicos, enfermeras y auxiliares, ninguno tiene criterio para organizar racionalmente ningún servicio. Ni saben que el peso de un hospital lo llevan las enfermeras con su dedicación, su vocación y su aguante. Las ningunean, las cabrean, las zarandean, y a muchas las provocan una depresión que las aparta del servicio activo por tiempo indeterminado, y, a otras muchas las hacen odiar su maravillosa profesión.
No sé cuánto tiempo va a tardar en saltar por los aires todo el estaribel. Lo que sí digo es que en cualquier momento va a saltar.





martes, 3 de enero de 2017

DE PIEL PARA DENTRO


Estaba en medio de un voraz incendio. Todo ardía alrededor. Las llamas inflamaban los líquidos y hacían chisporrotear y explotar los gases contenidos en los sólidos. Era un infierno. Imposible que sobreviviera nada en aquella orgía de llamas, calor y luz. Intentaba sobrevivir en aquel caos de los elementos pugnando por perdurar en su estado. Intentaba rescatar de la quema a cualquier ser viviente. Era tarde, bastaba con que yo saliera indemne de aquella hoguera. Iba embutido en aquel traje que nos proporcionaban en el cuerpo. Estaba confeccionado de tal manera que ni el más voraz incendio pudiera hacer que se trasmitiera la temperatura al cuerpo más allá de 50 grados. Su confección estaba hecha a base de materiales ignífugos imposibles de chamuscar. Me encontraba a salvo y confiado. Lo estaba pasando mal. A pesar de todo, mi cara ardía y me dolía la piel. Si no acababa pronto aquella situación, acabaría por evaporarme y morir deshidratado.

Cuando me desperté estaba en medio de un mar de sudor, tenía una taquipnea considerable y mi corazón saltaba dentro de su reducido espacio. Había vivido un sueño caliente; tan caliente como para producir, incluso en condiciones normales, efectos devastadores. Razoné el hecho y llegué a la conclusión de que si no hubiera sido por el traje ignífugo que mantuvo mi mente confiada, yo, incluso en sueños, hubiera perecido.

Interpreté aquel sueño como una lección de vida. El incendio voraz era la vida que estaba soportando en aquella ocasión, llena de aristas, espinas y puntas de flechas prontas para clavarse en la delicada piel que escasamente protegía mi anatomía interna de los elementos.  Mi traje ignífugo, que me protegía lo suficiente como para no fallecer, era curiosamente mi piel. Igual que el traje protegía mi anatomía en medio del destructivo incendio, mi piel era la barrera entre mi mundo exterior, pavoroso, destructivo, insaciable, y mi mundo interior. Se me quería indicar con aquella visión onírica, que tenemos un mundo exterior, separado del interior solamente por la piel que, sin embargo constituye un filtro protector entre las acechanzas de fuera y la tranquilidad espiritual de dentro.

Es la única protección que poseemos, el único filtro. Lo que pasa fuera, no debe de influir en nuestro mundo interior, de piel para dentro, a menos que despreciemos el poder de nuestra mente. Y, afortunadamente, no hay nadie en el Universo capaz de controlar mis pensamientos, mis sentimientos y mis vivencias. Mis pensamientos son míos y controlan mis emociones. Nadie es capaz de controlar mis pensamientos y yo soy el único capaz de refrenar a mis caballos y hacer que el coche ruede por caminos seguros. Nadie es capaz de hacer que yo varíe de pensamiento. Mi tozudez; la tozudez del ser humano, es berroqueña y no admite prédicas, ejemplos, ni componendas. Yo pienso lo que pienso y se acabó. Pero me viene muy bien para evitar que nadie interfiera en mi paz interior.

Media humanidad –el número de hijos de puta va creciendo cada día exponencial y geométricamente – se levanta cada mañana con un mandato fijo –propio o sugerido– : Intenta aumentar hoy el número de tus perjudicados, humillados, ninguneados, arrastrados, mal tratados, vapuleados, lesionados, despojados de sus trabajos y agredidos. Estos ataques, naturalmente, van dirigidos a la clase trabajadora, a los que se ganan hoy en día a duras penas, el pan que cada día les sirve de sustento. A aquellos que carecen de traje ignífugo, aquellos que no tienen una barrera que se interponga entre el maltratador y nuestro interior. Para los favorecidos, para la clase política, para los empresarios que se aprovechan vilmente de sus asalariados, para aquellos que han tenido la fortuna y una flor en el culo para conseguir una protección monetaria suficiente, el filtro protector es el dinero. A una persona con el riñón cubierto de oro, ya le pueden venir ninguneando, que con gesto triunfador y un corte de manga, acabará con su conflicto mental. La triste clase media, cada día menos abundante y más sacrificada, necesita un traje ignífugo que no deje que las putadas lleguen a la intimidad de su corazón, de su hígado y de su cerebro y cambien sus códices y sus legados. Después de cualquier ninguneo, agresión, injusticia, el hecho penetra en nuestro interior y pone en marcha los procesos negativos que pueden desencadenar una grave enfermedad. La clave está en no dejar, bajo ningún concepto, en absoluto, que nadie se atreva a hacer que cambiemos nuestros pensamientos. Yo soy el que piensa y yo decidiré qué pensar en cualquier momento. Nadie será capaz de cambiar mi pensamiento, ni mi sentimiento sin mi consentimiento. Se debe de actuar igual que el ricachón que se ríe de las amenazas; como el jugador de fútbol de elite, que se ríe del entrenador cuando le apetece y es capaz incluso de echarlo del equipo si le viene en gana.

No dejo que las agresiones externas atraviesen la barrera de mi pensamiento. En chamanismo hay una técnica, sobradamente conocida en el medio. Cada vez que alguien ne sermonee, con o sin razón, yo pienso: “Nada de lo que me está diciendo este gilipollas, significa nada para mí; fuera de mí”. Y en el caso de que no te guste lo que haces, hazlo impecablemente y actúa como si te gustase.

No es fácil. Nadie lo dijo, ni lo escribió. Nada se consigue sin esfuerzo. Pero es absolutamente posible proteger el mundo interior para que nadie intente desestabilizar tu paz y tu tranquilidad, a pesar de los millones de mamones que se levantan todos los días, con el mandato de perjudicar de cualquier manera al que tienen debajo del zapato.  






domingo, 1 de enero de 2017

PARA EL NUEVO AÑO

Todos los años, del 21 al 31 de Diciembre, la gente en general se hace muchas propuestas para el año siguiente. Planteamientos muy variados, casi siempre de orden didáctico: Aprender algo; de orden crematístico: Fundar un negocio; de orden psicológico: Dejar un vicio. Intenciones vanas que siempre se dilatan hasta el 21 de Diciembre del año siguiente, día en el cual volvemos a hacer los mismos votos.

Siempre cambiar algo; siempre hacer que las cosas sean diferentes por conveniencias de orden personal; porque a mí me viene mejor. Pero tan genéricas como que haya paz en el mundo –que yo no podré conseguir– Que cambien los políticos de esa manera mentirosa y egoísta que tienen de hacer política –cosa para la que sólo tengo la posibilidad de mi voto, y como no voto, ninguna posibilidad– Que me toque la lotería –cosa harto improbable–. Todas, cosas que, yo, en mi soledad, no puedo nunca conseguir; cosas que se han de producir de piel para fuera. Jamás se me ocurre proponer cosas que yo podría hacer –no sin esfuerzo– de piel para dentro: No pensar nunca más en el pasado; no pensar nunca más en el futuro; no juzgar a nadie por ningún motivo y en ninguna circunstancia; no criticar a nadie (bastante tengo yo con lo mío); no querer tener siempre razón; no aconsejar a nadie a no ser que nos lo pidan previamente;  hablar con mesura, sin exabruptos, sin tacos; pedir las cosas “por favor”; dar “gracias” cuando recibamos algo; saludar al entrar; despedirse al salir; dejar a los demás libres para pensar, decir o hacer los que les venga en gana. Cosas, todas, que se pueden llevar a cabo sólo haciendo un pequeño esfuerzo. Sirven para todo el mundo y nos harían más felices a todos.





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