viernes, 25 de marzo de 2011

EL ISLAM (3ª PARTE) PEREGRINACIÓN A LA MECA.



La peregrinación a la Meca
 
La peregrinación sólo es obligatoria una vez en la vida, porque el mismo Profeta sólo la vivió dos veces. Sobre este punto se muestra moderado, como de costumbre. Alguien le preguntó: “¿Hay que hacer la peregrinación todos los años?”. El Profeta no respondió. El hombre volvió a formular su pregunta tres veces seguidas. Por fin, el Profeta habló: “Si te digo que sí, se volverá ley y no podréis hacerlo”. Por eso sólo los creyentes que tuvieran medios económicos, tendrían la obligación de acudir a la Meca todos los años.

Las mujeres casadas con un cristiano o de cualquier otra religión no podían ir a La Meca, y se debatía si una mujer podía ir sola, sin el acompañamiento de algún pariente. Ninguna mujer podía estar segura de poder entrar en el territorio sagrado de La Meca, celosamente guardado por los soberanos.

La peregrinación es regulada como una partitura y, para llevarla a cabo, basta con ceñirse a los cuatro pilares que la sustentan.

El pilar del primer día se llama “sacralización”, el ihram. Se trata del acto inicial, el verdadero punto de partida. El futuro peregrino ya ha llegado a Arabia Saudí. Allí, en los lugares estrictamente establecidos por el Profeta según la procedencia de los fieles, es donde se declara solemnemente la intención de peregrinar. Entonces, en señal de igualdad entre los peregrinos, se cambian de ropa poniéndose dos sencillas piezas de tela blanca, una ceñida alrededor de las caderas, y la otra colocada sobre los hombros, las mismas para todo el mundo. Rezan, luego se cortan las uñas y se perfuman, ya que todas estas operaciones están prohibidas después de la sacralización.



Antiguamente, largas caravanas cruzaban el desierto desde lejanos lugares, y los musulmanes de Gansu, en China, tardaban hasta tres años en llegar a La Meca. Hoy, el número de peregrinos se eleva casi a los dos millones de fieles durante el mes sagrado que se designa para la peregrinación anual, el mes de du-l-higga: ‘el de la peregrinación’, duodécimo del calendario musulmán. También existen peregrinaciones menores que pueden hacerse en otros momentos.

Para cualquier peregrino que llega al aeropuerto de Djeddah (Arabia Saudita), es una sorpresa contemplar el panorama de la ciudad de La Meca, llena de edificios y de alminares que surgen de la tierra entre las montañas desérticas. Ya no conserva nada de la ciudad primitiva. En la llanura se ven miles de tiendas de campaña de lona blanca, ocupadas por miles de peregrinos, sin contar con los hoteles y albergues. La afluencia es tal, que el gobierno de Arabia Saudí, que asume ese deber sagrado, se enfrenta a los peligros de una multitud, cada vez más numerosa y compacta, que, a veces, ocasionan peligros con resultado de muertes.

El segundo día el peregrino que ha llegado, puede ir a Arafat, que significa en árabe “conocimiento”. Allí es donde se reencontraron Adán y Eva después de su expulsión del Paraíso, porque Adán había sido arrojado sobre la India y Eva sobre el Yemen. En recuerdo de este reencuentro sus descendientes tienen que volverse hacia su Creador para pedirle perdón, auxilio y ayuda para el futuro. Ese es el sentido del segundo pilar de la peregrinación a La Meca. Lo maravilloso es que los hadiys del mundo entero, se reúnen en el lugar del reencuentro de los antepasados de la humanidad. Arafat es una especie de Babel donde se hablan todas las lenguas.


Monte Arafat

El tercer día, por la mañana, se sale hacia Muzdalifa donde deben recoger setenta piedras. En Mina, no muy lejos de La Meca, el creyente tiene que lapidar los shaytan, tres pilares redondeados de mampostería, que simbolizan a Iblis, el Satán. Y debe hacerlo siete veces seguidas. Allí es donde Adán expulsó a Iblis a pedradas. El mismo día, muchos peregrinos sacrifican un carnero, se afeitan la cabeza y dejan de estar en estado de sacralización. Sólo entonces se dirigen a La Meca para hacer siete veces el Tawaf, la vuelta a la Kaaba, donde está empotrada la piedra negra, que es la representación de la mano derecha de Dios en la tierra.




La Kaaba es una elevada construcción cubierta con una colgadura negra bordada en oro. Pero la piedra negra sólo mide treinta centímetros de diámetro, tres simples trozos de roca de reflejos rojizos. Lanzada por el arcángel Gabriel, la Piedra fue recogida por el profeta Ibrahim (Abraham) y su hijo Ismail (Ismael) cuando estaban construyendo la Kaaba. No se adora la piedra negra, ni se postra uno ante ella, eso constituiría un acto de idolatría. Se da vueltas alrededor de ella en sentido contrario a las agujas del reloj, recitando oraciones. Los peregrinos besan la piedra y ponen su mano sobre la mano derecha de Dios en señal de compromiso definitivo. Así es como llevan a cabo el Tawaf, el corazón de la peregrinación, su tercer pilar.



El último pilar, el cuarto, se trata de ir y venir del monte Safa al monte Marwa, a pie, siete veces seguidas, saltando en medio de cada recorrido. La historia que dio lugar a este rito es extraña, pero muy emocionante. Ocurrió cuando Hibrahim llevó a su mujer al desierto. En ese preciso lugar, una vez que Hibrahim había abandonado a Agar y a su hijo Ismail al amparo del Todopoderoso, la pobre madre corrió entre ambas colinas, buscando agua para su hijo sediento. Ya estaba a punto de morir de sed cuando el agua surgió. Se conserva el agua que salvó al niño en el pozo sagrado de Zemzem. Y en conmemoración a la loca carrera de Agar, el creyente tiene que imitar su recorrido. Como se puede uno imaginar, hace tiempo que el circuito sagrado no está en medio del desierto. El monte Safa está cubierto por una cúpula. Luego, tras haber recorrido siete veces el camino, el peregrino vuelve a pasar tres noches en Mina, lapidando diariamente los shaytan con las piedras en cuestión. Más tarde se dirige hacia Medina, la última ciudad santa del islam. El peregrino se lava, se perfuma y acude a rezar a la santa mezquita del Profeta, un fastuoso edificio con el suelo cubierto de alfombras rojas con motivos grises, que impresiona ante su vista. Reza ante la tumba del Profeta, y en el cementerio de sus diez mil compañeros, sus hijos y sus esposas.



 
Todas estas prescripciones parecen de una extrema rigidez, pero lo esencial reside en los cuatro pilares: El momento de la sacralización, la oración en Arafat, las siete vueltas alrededor de la Piedra Negra, y las siete idas y venidas entre los dos montes. Así, gracias a la solemnidad de la sacralización, se honra a la vez a Adán, a Eva, a Agar y a su hijo Ismail, así como a la señal de la mano derecha de Dios en la tierra.



jueves, 24 de marzo de 2011

EL ISLAM (2º PARTE) Las múltiples ramas del Islam.




Las múltiples ramas del islam.


El 8 de Julio del 632, la misma noche en la que murió el Profeta, a quien su mujer Aisha “la amada”, aún lloraba, se enfrentaron entre sí tres partidos. El de la gente de Medina, el integrado por los amigos del Profeta, y el de su heredero más próximo, su yerno y primo Alí. Este último se buscó inmediatamente un nombre: “partidarios” a secas, del árabe shiia. Años más tarde otro partido se segregó porque Alí les parecía demasiado débil para dirigir la comunidad de creyentes. Se autodenominaron “kariyitas”. Más tarde, uno de ellos apuñaló a Alí, y su hijo Husayn fue salvajemente asesinado en el transcurso de una batalla entre partidos rivales.

¡Por primera vez, unos musulmanes mataban al nieto del mismísimo Profeta!. A raíz de estos hechos, los musulmanes se dividieron en dos ramas irreconciliables, la de la tradición del Profeta, la sunna, que nombraba a su jefe con el consenso unánime de la comunidad, y la del heredero legítimo asesinado, el partido al-shiia. Posteriormente, los de la sunna, se convirtieron en los “sunníes”, y los del partido en los “chiítas”.




Los califas sunníes, pidieron a los sabios que fijaran las reglas del islam, dando prioridad a la paz y la solidaridad entre creyentes. El sinnismo se volvió ampliamente mayoritario en el mundo musulmán. Pero el cisma sangriento había dividido al islam en dos partes: los sunnies, para quienes Husayn no era sino un caudillo muerto en la guerra; y los chiítas, para quienes el heredero legítimo del Profeta, se había convertido en un protomártir. Los chiítas celebraban todos los años su cruel martirio, reviviendo sus llagas y sus heridas en impresionantes procesiones. Para derramar sangre como Husayn masacrado, se flagelaban, y, a veces se sajaban las carnes; sobre todo en los países cuya miseria suscita fervores extremos que permiten, al expresar el sufrimiento, expulsarlo de sí durante algún tiempo. Pero la historia de los chiítas no se acaba con el martirio y pasión de Husayn. Al principio tenían sus imanes, sus jefes. Más tarde, de la rama chiíta original, salieron varias ramas secundarias, brotadas todas ellas en los difíciles tiempos de la muerte de los imanes que, indefectiblemente, planteaban siempre la temida pregunta: ¿Cuál era el verdadero descendiente del Profeta? Algunos, tras el fallecimiento del séptimo imán, decidieron, en contra de los demás, apoyar a un imán llamado Ismail, que murió antes de ser padre ¿Qué harían con la sucesión? Ante semejante situación, los “ismailíes” decidieron que Ismail no había muerto y que volvería algún día. Una especie de Mesías del que los ismailíes esperaban con fervor la Gran Resurrección.

Un buen día del año 1090, en un lugar situado hoy en Irán, fue proclamado solemnemente por el imán Hasán, en pleno ayuno del Ramadán. La escena fue sorprendente. En la plaza mayor de la fortaleza de Alamut, el imán Hasán mandó construir un estrado que daba la espalda a La Meca, y se dirigió a las poblaciones de los mundos: yinns, hombres y ángeles, para anunciarles la existencia del “Resurrector” encarnado en su persona. Ordenó interrumpir el ayuno y celebrar una fiesta, transgrediendo dos veces los pilares del islam: La primera, colocando el estrado de espaldas a La Meca; la segunda, interrumpiendo el Ramadán. El imán Hasán, se había convertido en maestro de la verdad; el único responsable de la trasmisión de la doctrina.

Entonces, los ismailíes se disociaron radicalmente de la rama principal. Occidente los conoció con el nombre de “asesinos” porque, durante un episodio tomentoso de su larga historia, una secta surgida de la resurrección de Alamut, había elevado el terrorismo al rango de ‘acto sagrado’. Se ha dicho que estos “asesinos” actuaban bajo la influencia psíquica de alucinógenos como el hahish o hachís. Y que su nombre venía de los efectos de las sustancias euforizantes. Pero, según otras opiniones, la palabra “asesino”, podría venir de la palabra árabe hashishi, que significa “sectario”.

La violencia colectiva de los ismailíes se explicaba por la inminencia de la Resurrección. Esos nuevos musulmanes se comportaban como fieles impelidos por la prisa de actuar; la urgencia de un mundo por conquistar. Su doctrina contenía una parte pública, basada en una historia cíclica dividida en siete eras, cada una de ellas anunciada por un profeta, el natiq, encarnada en un “hombre fundamental” y en un imán, maestro de la verdad oculta. La otra parte de su doctrina era secreta; constituía el sentido secreto del Corán, que, en el Último Día, sería revelado. Pero que los iniciados podrían desvelar en vida. Después de mil peripecias, los ismailíes se refugiaron en Bombay, India, en el siglo XIX, bajo la autoridad de su jefe el Aga Kan.




Otros que se inventaron un profeta de cosecha propia, fueron los chiítas cuando se enfrentaron a un intrincado problema de genealogía. El decimoprimer imán había muerto sin descendencia ¿Quién sería el sucesor? Los chiítas esperaron a su decimosegundo imán. Lo que ocurría es que estaba oculto a los ojos de los hombres. A veces circulaba anónimamente entre ellos, pero nadie conocía su fisonomía. Algún día volvería a mostrarse con su rostro al descubierto.

Aparte, la secta de los drusos esperaba el regreso del imán al-Darazi, extraño personaje que desapareció un buen día de su palacio. Los drusos tenían su propio libro, las Cartas de la Sabiduría, también llamadas Epístolas de los Hermanos de Pureza. Sus costumbres seguían siendo rigurosamente secretas. Pero los chiítas no tenían, ni la impaciencia activista de los ismailíes, ni la afición por el oscurantismo de los drusos.

Partiendo de la larga ausencia del decimosegundo imán de los chiítas, se desarrolló su teoría basada en el Dios único, la revelación de Mahoma y la legitimidad de los descendientes de Alí, yerno y primo del Profeta, en quien el decimosegundo imán reencarnará algún día. Debido al número doce, a veces reciben el nombre de “duodecimanos”. Su fe es más radical que la de los suníes, y sus esperanzas más vagas. Para guiar a la humanidad por la vía de la salvación, los chiítas creen en la existencia de los santos imanes de corazón puro, jefes religiosos supremos, siempre descendientes lejanos del mártir Husayn. La obediencia a los imanes es una obligación sagrada.

En Irán, la espera del decimosegundo imán suscitó una esperanza de igualdad revolucionaria que desembocó, en 1979, en la Revolución islámica, cuando el ayatollah Jomeini regresó en avión y, ante el desprecio de la teología chiíta, la multitud de Teherán se puso a gritar: “¡El imán ha vuelto!”.

Los suníes respetan, por una parte la integridad del Corán, y por otra la tradición de los hadit. El Corán contiene, efectivamente, la sharia, la ley coránica. Pero la integridad del Corán es un asunto de importancia, ya que no tienen ningún papa infalible que decida las aplicaciones prácticas.

En el islam del siglo XX, existían dos corrientes que en nada tenían que ver con los cismas anteriores. La primera quería aplicar el Corán al pie de la letra, fuera como fuera, y respetar la sharia hasta en sus mínimos detalles. Los partidarios de esa política religiosa, habían pasado de la integridad del Corán, al integrismo, Al “todo o nada”. Por otra parte, la segunda corriente llamada “reformista”, afirmaba que el Profeta había sido capaz de adaptar su mensaje a la sociedad de la época, por tanto nada impedía que se modernizara el Corán para ajustarlo a los tiempos actuales. No se hacen oír porque no ponen bombas y se limitan a publicar sus libros. Hay quien opina que habría que escucharlos, porque tratan de poner fin a las divisiones entre musulmanes. A menudo tienen dificultades con los integristas. Para éstos nada es más peligroso que la modernización del Corán.



Por último, existe una rama del islam, tan antigua como el Corán y que ha atravesado la historia de la religión musulmana sin provocar ningún cisma. Esos musulmanes vivían por el amor de Alá, de Él solo. A sus ojos todas las religiones amaban a Dios, por eso, la última rama era la de la tolerancia. Los creyentes de ese islam no convertían a los infieles a la fuerza, ni mediante sermones ni homilías. No esperaban a ningún imán, no hablaban de resurrección. Sencillamente aprenden a encontrar el amor divino en directo. La última rama del islam es, efectivamente, el sufismo. Pero como toleran que cada cual sea libre de expresar a su manera su amor hacia Dios, adoptan formas muy diversas. En la India se oye el canto de los kawwali. En Turquía han encontrado otras dos formas de comunicación con Dios, la danza y el alarido sagrado. Los sufíes del mundo entero sólo tienen en común el amor de Dios, la tolerancia y el dhikr, la recitación incesante del nombre de Dios. Otra forma de amar a Dios es la danza de los derviches, que dan vueltas y vueltas para amar a Dios. Puro amor, igualdad y justicia. Desde tiempos remotos han existido mujeres sufíes. Es verdad que algunas órdenes sufíes no inician a mujeres, pero otras muchas sí lo hacen.

(Continuará)



miércoles, 23 de marzo de 2011

ISLAM (1ª PARTE)

Pido perdón de antemano si subestimo a alguno de mis lectores. Estoy seguro de que su cultura es suficientemente amplía para abarcar estos conceptos. No obstante, no está de más refrescar memorias y aclarar conceptos. En estos tiempos convulsos para los países árabes, no está de más que nos adentremos en su cultura, aunque sea con cuatro pinceladas de información, muy estractada, como podéis comprender, dada la extensión del tema que pretendo abordar. Por esta razón los diez folios A4 que he escrito para ilustraros sobre el Islam, los dividiré en 4 entregas para que sea más cómodo de leer. Y entre medias, os ilustraré con algún comentario de mi opinión al respecto. La entrada es el baile de los planetas que practica una de las ramas del Islam que es el sufismo. Lo pongo para abrir esta serie por que considero que es la rama más pura de entre todas las islámicas.



EL CORÁN

Corán significa textualmente “la recitación”. Cuando el Creador formó a Adán con el barro, ordenó a todos sus ángeles que se postraran ante aquella criatura. Sólo uno se negó, Iblis. “No me postraré”, dijo, “porque soy mejor que él. Me creaste de fuego y a él de arcilla”. Inmediatamente, el Creador lo expulsó: “¡Sal de aquí! ¡Maldito seas hasta el día del juicio final!”. Iblis había osado contestar a su Señor y era merecedor de este castigo. No obstante, pidió un plazo a Dios para seducir a los hombres. La respuesta de Alá es muy misteriosa: “Eres de aquellos a quienes se puede otorgar un plazo”, dijo accediendo a su súplica. De modo que el Creador otorgó al ángel caído el poder de arrastrar a los hombres hacia el infierno. Iblis, el primer infiel, también se llama Satán.

Pero Iblis, de una manera diferente al Satán de los cristianos, llegó a un acuerdo con Dios. El creyente es el que debe escoger entre el Profeta e Iblis, porque, lo advierte el Corán: “Si no respeta la palabra de Mahoma, cuando llegue la hora le espera la hoguera y la pez hirviente”. El Corán insiste mucho en los suplicios del infierno. Pero también describe pormenorizadamente, los placeres infinitos del Paraíso: Jardines fabulosos por donde corren ríos de leche y miel, y todos los deseos satisfechos. Unos jóvenes vestidas de raso verde, sirven deliciosos néctares, y las huríes danzan para arrebato de los sentidos; criaturas celestiales con sus ojos pintados con khol, compañeras de los creyentes y eternamente vírgenes.




Son imágenes para soñar. Para evitar el infierno y merecer el Paraíso, el método es sencillo. Basta con respetar al pie de la letra los cinco pilares del islam:

1.- Dar fe de que no hay más Dios que Alá, y que Mahoma es su profeta. Esta profesión de fe se llama chahada, es decir “el testimonio”.

2.- Practicar las oraciones.

3.- Pagar cada año el diezmo; la limosna obligatoria para los ricos. Una cuota que hay que repartir entre los pobres. También existe, y se recomienda, una limosna voluntaria.

4.- Ayunar durante el mes de Ramadán. Desde el amanecer hasta el anochecer el ayuno es absoluto. Ni una miga de pan, ni una gota de agua. Ni siquiera puede uno tragarse la saliva. El esfuerzo forma parte del Ramadán, pero por la noche se festeja en familia.

5.- Peregrinar a La Meca, si es posible para el creyente, dependiendo de sus posibilidades físicas y económicas.

Aparte de estos principios, existen otras prescripciones más detalladas. Tan numerosas como las que dictó Moisés a los judíos: Prohibición de comer cerdo y de los animales que no están desangrados según el rito; practicar la circuncisión. A ésta se añade, por error, la ablación del clítoris en las mujeres. Es una costumbre africana, pero los tradicionalistas árabes la convierten en un precepto musulmán. El Profeta rechaza la ablación. En otro aspecto, en un principio, celebró la dulzura del vino como un favor del Cielo. Pero, ante los desórdenes provocados por la embriaguez de los primeros creyentes, reaccionó como un jefe de Estado, e igual que Gorvachov cuando llegó al poder en la Unión Soviética en los años ochenta, su primera decisión fue la de prohibir el alcohol. Pero El Profeta todavía es más severo con los juegos de dinero (apuestas), vanos y peligrosos ídolos. En cuanto a restricciones alimenticias, El Corán se parece mucho a la Biblia.

El Profeta recuerda que antes que a él, Alá ya había mandado sus mensajeros a los humanos. Por eso El Creador envió un último mensaje respetuoso a los hombres. Envió emisarios a los judíos y a los cristianos, pero, a pesar de las revelaciones anteriores, no quisieron hacerle caso. Palabra del Corán.

Según el Corán ya no vendrán más profetas después de Alá. Pero existen numerosos comentarios, los hadit, que constituyen la tradición del Profeta, la sunna. Y, según uno de los hadit, vendrá alguien, el Mahadí, que significa “el bien guiado”, que tendrá la misma función que el Mesías de los hebreos. En general, los creyentes no lo esperan como los judíos, no creen en su encarnación como los cristianos, y sólo desean el Advenimiento final, en el que los creyentes serán recompensados y los infieles irán al infierno.

Según una interpretación del Corán, la lucha contra los infieles es una obligación, la yihad, pero la palabra significa, ante todo, “lucha en el camino de Dios”, “esfuerzo con un objetivo preciso”, “esfuerzo de uno mismo”. Además, los infieles no sólo son los no musulmanes. El islam tolera a las demás religiones mientras paguen unos impuestos particulares. Solimán, sultán del imperio turco, acogió con los brazos abiertos a los judíos expulsados de Europa, tras el decreto de los Reyes Católicos en 1492. Pero si uno es animista, budista o hindú, se verá obligado a convertirse al islam bajo pena de muerte.

La Yihad, desgraciadamente se convierte, a menudo, en el sexto pilar del islam. La Yihad como puerta del Paraíso. Pero, hay quien prefiere la versión del filósofo Algazel: “Se puede ser guerrero en la Yihad, sin salir de casa.

Con respecto a las mujeres, tienen una estricta prohibición de quitarse el velo delante de alguien que no sea su marido, su padre, su hermano o un miembro de su familia. Pero en los ‘tiempos de la ignorancia’, en la época anterior a la revelación, es a los hombres violentos y brutales a los que se dirige Mahoma fundamentalmente. Les prohíbe repudiar a sus esposas por cualquier motivo. Les ordena que les den una compensación material si se divorcian, y les pide que sean buenos con ellas. Eso da una idea de la situación de las mujeres en Arabia cuando el Profeta anunció la Palabra. Si querían, los beduinos enterraban vivas a sus hijas al nacer. Para las mujeres el Corán es razonable, deben ser virtuosas, buenas esposas, buenas madres, llevar una vida decente, ocultarse el pelo con el velo y descubrirse en familia.




Los musulmanes carecen de papa o patriarca para decidir la aplicación del Corán. La comunidad de creyentes, que en árabe es la umma, no tiene un jefe infalible. Por tanto, desde hace siglos, los sabios doctores musulmanes fueron añadiendo sus comentarios: las mujeres, no sólo debían taparse el pecho, sino también la cabeza y el rostro.

En tiempos del Profeta, la poligamia era la regla de los beduinos. Incluso El Profeta se casó con doce mujeres, pero sólo después de la muerte de la primera. O sea, que el Profeta practicó la monogamia durante mucho tiempo. Posiblemente cambió después porque el hecho de tener varias mujeres era el privilegio de los jefes importantes. Pero el Profeta dictó leyes rigurosas para la época respecto de la poligamia. El número de esposas se limitaba estrictamente a cuatro, y sólo si se podía mantenerlas. Y en este caso, el Corán ordena a los polígamos que honren regularmente a sus esposas del modo más equitativo posible: una noche con cada una. Hoy en día, todavía hay sabios comentadores musulmanes que justifican la poligamia afirmando que corresponde a una seguridad y una sólida protección para las mujeres, que, de otra forma, vivirían en la soledad y en la miseria. Eso significa que la mujer en el Corán no tiene derecho a ser económicamente independiente y que, por tanto, no pueden trabajar. Y, según el Corán, un musulmán puede casarse con una judía o con una cristiana, pero no al revés. Y las prescripciones sobre las mujeres siguen siendo las mismas que en tiempo de Mahoma, pero se han adaptado según las normas y la idiosincrasia de cada país. En Turquía, por ejemplo, prohíben la educación de las niñas, cuando en otros países musulmanes es posible. Alá es único, pero los creyentes están divididos.

Continuará

martes, 22 de marzo de 2011

LAS FORMAS



Infinidad de veces hemos escuchado y leído que "los políticos no sólo deben ser honestos, sino además, parecerlo". Es útil recordar el origen de esta frase. Cayo Julio César (100-44 A.C.), se divorció de Pompeya poco después de ser ungido emperador. Pompeya pertenecía a una familia de enaltecido linaje. Era nieta de Lucio Cornelio Sila, legendario general victorioso. Siendo cónyuge de Julio César, Pompeya asistió a una saturnalia: una orgía de sexualidad que se permitían, de vez en cuando, las damas aristocráticas de Roma. Proclamado el divorcio, las más conspicuas matronas del patriciado romano pidieron al César la revocación de su divorcio. Argumentaron que Pompeya se había limitado a ser una espectadora y que no había cometido acto deshonesto. Julio César replicó: "La mujer del César no sólo debe ser honesta, sino además, parecerlo".

Mi madre cuando quería aleccionar a mi hermana por algún exabrupto de los que expelía de vez en cuando, siempre la citaba una frase de monjas: ¿Por qué perdió la niña el honor? Porque la hablaron mal y contestó peor.

Todo esto viene a cuento de lo importantes que son las formas y con ellas la educación de la gente en la convivencia diaria. Sin ni siquiera darnos cuenta, por desidia, por suficiencia o por rutina, nuestras formas no son las adecuadas para tratar con la gente próxima con la que perdemos la educación con más soltura que con las personas lejanas. Y, si consideramos el asunto en profundidad, la realidad de nuestras maneras es que “Dar es igual que recibir”. Con esto quiero decir que si das amor, recibirás amor; y si das patadas en el culo, acabarás con el culo molido a patadas. Esa es la ley. Pero ¿Por qué lo hacemos? Hay una propensión en la gente a quedar siempre por encima de las circunstancias, de la gente o del bien y el mal. Y a caer siempre de pie, como los gatos, o a estar como el aceite encima del agua. Y no sé quién ha sido el muñidor de esta argucia humana tan estúpida como poco útil. El caso es que todo el mundo la ejerce cada día más: …Pues tú más; …Pues anda que tú… Siempre igual, discutir por discutir.



Hoy es la norma hablar, con supuesta veracidad, de cosas que se ignoran, defendiéndolas a capa y espada. Y la juventud se está acostumbrando peligrosamente a defender lo indefendible, a retorcer los conceptos y a hablar descaradamente a sus mayores por menos de ‘quítame allá esas pajas’. Se está perdiendo el respeto debido a los mayores en edad, dignidad y sabiduría –He cambiado premeditadamente gobierno por sabiduría, más que nada por la que está cayendo encima de la clase gobernante…– Y no sólo eso, a cualquiera le hablan de tú, como si se hubieran despertado en la misma cama o cómo si se hubieran acabado de comerse los mocos mutuamente. En cualquier establecimiento público se oye, a mayores y pequeños –porque los mayores ya se están acostumbrando a la mala educación de los niños–: ¡Oyes, dame un tinto…! Sin ‘por favor’ ni leches, y, por supuesto tuteando al más pintado, y con el ‘oyes’, que queda muy fino. Los hijos se descaran con sus padres por menos de un pimiento, y cada vez aguantan menos que se les insinúe que se van a dar con los cuernos en la pared.

Nadie es consciente de que algún día sufrirán en sus carnes las malas formas que ellos has exhibido delante de sus padres y mayores. Y en ese momento ya es tarde para rectificar. ¿Qué trabajo cuesta lenificar las maneras de hablar, de contestar o de mantener un concepto? Cuando oigo alguna salida de pata de banco proveniente de mi hija durante la comida, primero hago que me la repita para comprobar que la tontería que yo he oído es correcta. Me callo, voy al diccionario, lo busco, lo llevo a la mesa y le señalo el concepto que ella tenía absolutamente equivocado, pero que, sin embargo, se empeñaba en defender.

No olvides: Dar es igual que recibir. Parece que después de una palabra de agrado, después de una lisonja o un piropo; después de una carantoña cariñosa y un obsequio baratucho, uno se queda como más esponjoso y como con más filautía. Aunque sea por curiosidad, sólo por hoy, procurad ser suaves en las formas y comedidos en las contestaciones. Luego observaros por dentro.

lunes, 21 de marzo de 2011

LAS ADICCIONES





Adicción es el hábito de quien se deja dominar por el uso de alguna o algunas drogas tóxicas, o por la afición desmedida a ciertos juegos. En otra acepción es la dependencia del organismo de alguna sustancia o droga a la que se ha habituado. Por último se trata de una dependencia física o psíquica a una sustancia, particularmente al alcohol, al tabaco o a las drogas, o a ciertas actividades como el juego.

Entre todas estas acepciones no se especifica que la adicción no solamente se concreta, como en estas tres, a las drogas, al alcohol o ciertos juegos. Puede haber adicciones a muchas otras cosas. En realidad a todo aquello que un ser humano interprete como imprescindible para el desenvolvimiento de sus actividades y lo reproduzca por sistema, sin ningún motivo plausible para ello.

Cuando el hombre siente alguna deficiencia de lo que él cree que debe de ser un estado pleno, intenta compensar la carencia o la disminución con otra actividad que le produzca placer físico o psíquico. Casi todas las manías y las compulsiones tienen ese o parecido mecanismo de puesta en marcha. Cuando un ser humano sufre una frustración, o lo que él interpreta como frustración, inmediatamente busca una compensación que le mejore la sensación de ansiedad que le está produciendo la insatisfacción, del revés, o de la pérdida. He conocido a muchos adolescentes que cuando son regañados por una persona mayor, o, peor, cuando son castigados o zarandeados físicamente, buscan a un hermano menor o a un amigo más débil para verter en él su ira pegándole o insultándole sin motivo. Conozco, así mismo, casos de adolescentes que cuando son regañados o agredidos, compensan su frustración masturbándose. Si todos estos mecanismos de compensación se repiten en el tiempo, dan origen a las adicciones a la violencia o al sexo.

Pero, como ya he dicho en otro comentario, está bien no estar bien. Imaginamos en nuestro pensamiento lo que debe de ser un estado de felicidad o satisfacción plena, y si no lo podemos alcanzar por nuestros propios medios, recurrimos a la compensación que creemos que nos produce la adicción. Pero en realidad no existe la tal compensación, porque, inmediatamente de pasar el efecto de la agresión o de la compulsión sexual con uno mismo o con otras personas, vuelve la insatisfacción que obliga a reiterar los actos.

En realidad no hay ninguna necesidad de alcanzar un estado de gracia, tal, que nos proporcione la ansiada felicidad, la iluminación o el nirvana. Eso sólo está en nuestra mente como un mecanismo creado por nuestro ego, que se siente inseguro si no alcanza cotas determinadas de satisfacción. Colocamos la pretendida satisfacción en un orden equivocado, y, además, eliminamos las fuentes de placer que también tenemos a nuestro alcance a montones, reduciendo nuestro placer compensatorio al objeto de nuestra adicción. En este caso incluyendo, alcohol, drogas, tabaco, sexo o violencia.




Existen muchas fuentes de placer que puede que no hayamos explorado por falta de interés a por la cerrazón de nuestra mente a lo más alto de nuestra escala de valores. Creemos que lo máximo es lo que en nuestra mente está colocado en primero o segundo lugar, y a eso nos dedicamos fervientemente. No comprendemos entonces que del tercero para abajo hay acciones que pueden, experimentadas en plenitud, producir tanto placer como las drogas, el alcohol o el tabaco. De esto se habla hasta la saciedad en los libros de auto ayuda, pero quizá no se especifica convenientemente cuáles son esas fuentes de placer, que pasadas y realizadas a nivel consciente, nos llenan el alma de gozo. En vez de reproducir un estado de bienestar recurriendo siempre a la misma adicción, se puede cambiar por cosas simples como la música, la lectura, la contemplación de una obra de arte, de una película, la realización de un deporte, la charla distendida con un amigo, la ayuda a un necesitado, el regalo a un familiar, el abrazo sincero…

Propongo dejar pasar el momento de calentura ocupando la mente en una actividad de nuestro agrado y que nos enfrasque absolutamente en su realización. Lo malo es que inmediatamente después de empezar con cualquier actividad al margen del vicio que nos domina –que no es ni más ni menos que la adicción– sentimos el aguijón de la necesidad de reproducir la adicción en cualquiera de sus formas. Entonces hay que pasar a nivel consciente la actividad que nos proponemos llevar a cabo, sin pensar en ninguna otra cosa. Es decir, vivir el momento plenamente; hacer con los cinco sentidos aquello que nos proponemos y no dejarlo hasta que quede absolutamente acabado.

domingo, 20 de marzo de 2011

20 DE MARZO

La primavera ha venido. Nadie sabe cómo ha sido…Sin embargo se hace sentir su presencia en todo lo que nos rodea. Los árboles reverdecen y se cubren de botones, renuevos, yemas y flores, que anuncian claramente la fuerza de la estación; del solsticio de primavera, que, después del periodo de descanso del invierno, siembra su impronta de vida por doquier para recoger los frutos en verano. Nosotros, que formamos parte indisoluble de la naturaleza, también sentimos la pujanza del nuevo periodo, que se traduce en mayor fuerza, mayor empuje, aumento de la libido y más ganas de vivir. Alegría y felicidades por la llegada de la estación más bella del año. Para celebrarla, al igual que hace exactamente un año, os regalo la canción de Serrat, 20 de Marzo, y su traducción. Un abrazo para todos y ¡Feliz amor primaveral!.

20 DE MARZO


Me habría gustado estar despierto
aquella mañana que con un vestido verde
entre unos trigales
él llegó.

Llegaba silbando, como un niño.
Tenía llenas de pájaros las manos
y cielo arriba
los iba esparciendo.

Le rodeaban las abejas.
Llevaba un sombrero de amapolas
y en la bandolera
me traía la primavera
el veinte de marzo.

Me habría gustado estar despierto
o haber dejado los balcones abiertos
y en mi sueño
intuir cómo...,
tejas y ramas se llenan de nidos
y la piedra seca vuelve a mojarse en el río
y el grito agudo
de una perdiz.

Y del conejo una mirada
y oler la madrugada
que en la bandolera
nos trajo la primavera
el veinte de marzo.

Me habría gustado estar despierto.
Yacer sobre una piedra como un lagarto,
con la panza al sol
y con una flauta,
y haber salido a recibirle como se merece
y adornar con flores de papel los portales
como si fuera tiempo
de carnaval.

Pero aquella mañana yo dormía
tranquilo, porque no sabía
que en la bandolera
me traía la primavera
el veinte de marzo.





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