viernes, 26 de febrero de 2010

MENSAJES DE PODER


Me he debatido esta mañana con viento en calma –raro en estos días-, entre dos ideas. Una política: Este caos de conceptos es una fractura en el sistema, que tendrá que tener necesariamente un final inteligente, o me demostrarán que son unos lerdos y unos tardos. Pero esto ya lo sabía yo; sólo albergaba la esperanza de que no fuera así, y de que la gente que asume la responsabilidad de darme una vida sencilla, muelle y agradable, tuviera algo en la cabeza, no sólo rebañar. La otra idea, a raíz de unos e-mail que recibo a diario confirmándome que la gente se acuerda de mí, es que nos debatimos a todas horas entre un proceloso mar de ideas, frases, dichos, sentencias, imágenes, notas musicales. La realidad es que me cuesta trabajo leer algunos hasta el final. Son kilométricos y no cumplen con las cualidades de los mensajes publicitarios: Claridad, precisión, tiempo preciso. De esta manera yo me aburro. Además todos dan vueltas sobre lo mismo: La paz, la bondad, el vivir el momento, el no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy… Cuando escribí mi libro La Serpiente de fuego, pensé que mi satisfacción estribaría en que sólo una persona sacase partido a alguna de mis propuestas; me conformaba con eso, sólo una persona que mejorase su calidad de vida leyendo el libro ¿Habrá mucha gente que lea los PP con atención, los repase, anote lo interesante y lo integre?

La misión del maestro es enseñar independientemente de los resultados, pero es triste que los que te escuchan, te ven o te leen, no interioricen nada de lo que podía ser positivo para ellos. Sin embargo este es el tributo de la época, ser vilmente despreciado por los que te rodean. Sin embargo hay una parte tremendamente positiva en los correos electrónicos: Todos estamos deseando recibirlos, leerlos y gozarlos. Mientras estamos en esas no pensamos; y si no pensamos, no elucubramos sobre lo malo de la vida, sobre nuestros pesares y sobre las anécdotas negativas.



Aunque no los acabe, me gustan por el trasfondo de recuerdo hacia mi persona que encierran, y me permito reproducir algunos y difundirlos en mi blog. Verdaderamente los hay que no tienen desperdicio, y por su brevedad, llegas con ellos hasta el final. Algunos me han hecho llorar de sentimiento, y a otros los he despreciado y los he borrado inmediatamente. Pero, en general, repito, son terapéuticos para mí. Gracias a mis proveedores de mensajes en la red.

El mensaje escrito con tiza en el encerado del dibujo: "You can always make me smile" significa: "Siempre puedes hacerme reír".

Un ejemplo de concisión y claridad es el final del mensaje que os ofreceré mañana:

“Vive Bien. Ama con todo tu Ser y sé Inmensamente Feliz”. 

jueves, 25 de febrero de 2010

LA PEINETA

¡Dale bola! ¡Y vuelta con lo mismo! ¡Y siempre igual! La pertinaz propaganda que lo impregna todo y todo lo empapa. Y los tontos útiles siguen haciendo el caldo gordo a la izquierda. Y la derecha sigue tan papamoscas como siempre: blandita, acomodaticia, contemporizadora. No sea que pierda los votos de los ignaros que votan con la víscera en vez con el corazón y la cabeza; reflexionando, midiendo, pesando, cortando, como un orífice hace con el oro. Aznar nunca me ha caído bien; le he tachado de artificial, sobreactuador, con mala figura, mala cara, bigotillo absurdo para tapar un labio superior  excesivamente largo. Pero a estas alturas nadie puede negar que su política fue intachable en lo que se refiere a economía y trabajo. Felipe empezó a sumir a España en la desesperación y Aznar la sacó del pozo. En el Pozo precisamente empezó a fraguarse el hormigón que tiene a España presa de una política nefasta, de un descrédito mundial y de un paro difícil de soportar. Pero no porque sea una situación mundial la que ha desencadenado el problema, es porque España no ha hecho lo que debía en su debido momento, ni ha adoptado medidas, ni llama a las cosas por su nombre. Y, parece mentira cómo puede haber personas que puedan comparar la peineta de Aznar con la permisividad con el terrorismo, con la banca, con la juventud, con la enseñanza, con la droga, etc. Aznar les ha hecho una peineta a un grupo de tontos útiles que, en vez de oponerse frontalmente a la política del gobierno actual, que los va a sumir en la miseria no tardando mucho, se dedican a llamar asesino a Aznar por un caso pasado, manido y trasnochado, pero Zapatero está haciendo peinetas todos los días a los jóvenes, a los maduros y a los ancianos con sus políticas erráticas de persona que no tiene seguro nada más que lo que hay que hacer para conseguir votos y ganar voluntades. Miente como un bellaco, pero tiene el extraño don de la palabra segura y convincente. Nunca ha dicho una sola verdad, pero unta al más pintao con tal de que le aúpe y le sostenga un poco más, antes de la catástrofe que, no sólo va a salpicar al pueblo, sino a sus gobernantes.


La ‘peineta’ de Aznar es un gesto chungo que no demuestra la categoría del individuo en cuestión, pero se la afean y lo proclaman a los cuatro vientos. Las ‘peinetas’ verbales de Zapatero, no son gestos físicos, pero perjudican más que un corte de manga.

Yo le dedico una ‘peineta’ a todos los políticos actuales (menos a mi amigo Enrique, que es majete…Agua pasada no mueve molino.)

miércoles, 24 de febrero de 2010

CANELONES DE ESPINACAS, MANZANA Y QUESO FRESCO

Ahí va otra receta muy sencilla y muy sabrosa:

Ingredientes:

200 gr. de queso fresco, 500 gr de espinacas, 2 manzanas rojas, sal, pimienta, obleas para canelones. 150 gr de mantequilla, 150 gr de harina, unas hebras de azafrán, leche.

Preparación:

En una sartén con aceite, rehogar las espinacas hasta que se reduzcan. Sazonar. Pelar las manzanas y rallarlas encima de las espinacas; dar vueltas hasta que se agreguen. Añadir el queso . Pimentar y dejar que se haga.
En una olla con agua y sal, cocer las obleas, sumergiéndolas, una a una, para que no se peguen. Cuando estén cocidas, sacar de la olla y reposar encima de un paño.
Rellenar los canelones con las espinacas.
En una fuente de horno, disponer un lecho de tomate frito y colocar los canelones encima.
Confeccionar una bechamel, derritiendo la mantequilla. Echar la harina a continuación y tostarla hasta que quede morena. Acto seguido añadir la leche sin dejar de batir con unas varillas. Añadir 5 ó 6 hebras de azafrán y pimentar. Cuando esté hecha, napar con ella los canelones. Gratinar al horno.


martes, 23 de febrero de 2010

EL PARLAMENTO DE MIGUELTURRA

Me contaba mi abuelo Raimundo, ya hace tiempo, cuando las laderas del páramo estaban llenas de flores en primavera, y las colmenas del ‘matapuercos’ estaban a rebosar de miel y de cera. Le pusieron el mote porque mató a un marrano al dar marcha atrás a un tractor, de los primeros que se veían en la Mancha. Mi abuelillo era recio y terne, y tenía buenas ideas y buen corazón, de lo que ya no queda por ahí. Cuando había que elegir alcalde todos pensaban en el hijo de la ‘despeñada’. La pusieron el mote porque se cayó por un terraplén y salvó la vida, pero se quedó coja y medio manca. Que la podían haber puesto la coja o la manca. Pues no señor, la despeñada. Mi abuelillo accedía de buen grado a ocupar el primer asiento de la alcaldía y allí se apoltronaba cada vez que convocaba a los ediles para decidir sobre una linde, sobre la mejor manera de apañarle el tejao al Sinforoso, que se le estaba cayendo encima, o de dónde podían sacar dinero para arreglar la fuente de la plaza o para asfaltar el cacho de carretera que se fue a hacer puñetas con las últimas heladas del invierno. A la Diputación la tenían muy descargada de obligaciones; casi nunca le pedían nada. Sobre todo porque el presidente era un ‘mala leche’, de los que te mandaban a cagar a la vía en cuanto no le gustaba lo que le proponías. Le pusieron de mote ‘el marrajo’ porque arremetía astuta y maliciosamente, a golpe seguro, contra aquel que le molestaba demasiado, y le propinaba una cornada, de la que, si salía ileso, luego lo contaba a todo el pueblo.



Aquel día, el alguacil fue de casa en casa avisando de una reunión muy importante, de orden del Señor Alcalde. El orden del día tenía solamente un punto: Reunir dinero para mandar a la hija del ‘apañao’, la Rosita, a estudiar a Madrid, dadas las cualidades de bondad, memoria y sabiduría que demostraba la zagala. Al padre le pusieron de mote ‘el apañao’ porque siempre que le preguntabas por la salud, por la familia o por el ganao, torcía la cabeza, te miraba de soslayo y contestaba: “Apañao”. ‘El apañao’ sobrevivía con lo poco que sacaba de la vaca, del cachito de huerta que le había cedido el Ayuntamiento para que pudiera vivir de ella, y cuatro chapuzas que hacía a los vecinos, porque era muy apañao. De mandar a la zagala a Madrid a estudiar, nada de nada. Ya lo pensaba, pero como no podía, se callaba y apañao. Tampoco pedía nada, ni se quejaba nunca, pero gozaba de las gratificaciones que recibía por sus trabajos y por su gran corazón.

Entraron todos por el zaguán de la casa de Raimundo y se sentaron, con las sillas que consiguieron en cualquier rincón de aquella casona, en una especie de cuarto para todo, que tenía el Raimundo cerca de la cocina y del corral. Cuando todos se hubieron acomodado, el Señor Alcalde tomó la palabra y les habló en estos o parecidos términos: “Buenas tardes, queridos conciudadanos. Buenas tardes –contestaron todos al unísono- Os he mandado acudir a mi casa, sede del Ayuntamiento de Miguelturra, del Campo de Calatrava, Provincia de Ciudad Real, para contaros lo que ya todos sabéis y ninguno ignora. Que la hija del ‘Apañao’ tiene que ir a Madrid a estudiar, porque es muy lista, y dada la circunstancia de que su padre, ‘El Apañao’, no tiene ni un guindo, habíamos pensao, entre algunos vecinos, entre los que se encuentran, felizmente, ‘El morros’ y ‘La polvitos’, que podíamos arrimar el hombro entre todos para que la cría llegara a ser abogada, que, al parecer, es lo que le gusta, y a su padre también. Así que, sin más temperatura, procedo a escuchar, por riguroso turno, de izquierda a derecha, lo que tengáis que contestar. Los perros del ‘pelahuevos’ -se lo pusieron de mote porque andaba siempre rascándose descaradamente y la ‘Polvitos’ le dijo un día: “Como sigas así, un día te vas a pelar los huevos, criatura”-, estaban tranquilos a los pies de su amo, pero la gata del Raimundo andaba dándoles por el culo y pasaba corriendo y en su carrera desenfrenaba, les daba un zarpazo. Poco daño, la verdad, para mastines bragados, que, además, sabían cómo tenía los humos la jodia gata del Raimundo. La miraban y la despreciaban, luego miraban al ‘pelahuevos’ y rezongaban complacidos con el puesto que ocupaban en la comunidad. La ‘Despeñada’ sacó unos chupitos de Málaga virgen y unos mantecados caseros que hicieron las delicias de los asistentes. Tanto es así que todos estaban deseando que se hiciera otra reunión en ‘La Alcaldía’ para ponerse moraos de Málaga virgen y de mantecados de ‘La Despeñada’. Al concluir ‘el pleno’ hicieron recuento de la recaudación que fue, números redondos, de dos mil duros y setecientas pesetas. La niña podía permitirse el lujo de estudiar en Madrid y los Miguelturranos estaban satisfechos que no les cabía un piñón por el culo. Desde entonces todos fueron padrinos de la Rosita. Y los perros del ‘Pelahuevos’ siguieron aguantando a la gata del Alcalde hasta que la palmó de un mal parto. Pero entonces los perros ya no tenían que aguantar a la gata del Raimundo, sino a los cuatro gatos del Alcalde. ¡Qué se le va  a hacer! Con tal de asistir a las reuniones de la alcaldía donde ‘la Depeñada’ les daba al final unos pitracos de carne de guarro, aguantaban a los cuatro cabrones de gatos que habían heredado los genes de su puñetera madre.

lunes, 22 de febrero de 2010

EL DRAMA ARGUMENTADO

Siempre fue apocado y timorato. Creció enfermizo y débil. Sus padres vivieron pendientes de él, hasta que un cambio repentino en su metabolismo mejoró su homeostasis. No obstante siguió siendo absolutamente protegido y mimado por su madre. Su padre era un advenedizo sin lugar en la familia; no significaba mucho en el concierto general. Estudió contabilidad y, en un momento determinado llegó a la conclusión, fundamental para él, de que no le había llamado Dios para los números. Tamaña paradoja le sumió en el desconcierto, y, después de una temporada de cavilaciones, decidió graduarse en  chino mandarino. Curiosamente esto le sirvió para conseguir la seguridad de un puesto de traductor en el Ministerio de Asuntos Exteriores. La plaza era eventual, pero considerando la demanda de ese puesto de traductor simultaneo de chino mandarino, ni siquiera se planteó la posibilidad de quedarse en la calle.

Lo hizo bastante bien en el tiempo en el que permaneció en su cargo. No recibió parabienes, pero era suficiente no recibir ninguna queja en dos años. Estaba moderadamente satisfecho; todo lo que él podía estar de su trabajo y de la vida en general. Mientras tanto, seguía viviendo en casa bajo el paraguas de la madre y la indiferencia del padre. Una mujer china le complicó la vida. Se conoce que tenía algo –cualquiera sabe qué- que encantaba a las orientales. El caso es que se coló por él y le hizo perder la cabeza hasta comprometerse seriamente , naturalmente con la frontal oposición de la madre que le reconvino al respecto, haciéndole ver la diferencia de cultura, gustos y costumbres que había entre ellos. “Te va a amargar la vida, hijo mío” –le decía a gritos- ¡Que tú no sabes lo que son las chinas! ¡Que no has salido del cascarón! ¡Que sin tu madre no eres nadie, atontao! –le repetía constantemente-. Él no tenía más que oídos y ojos que para la china. Pensaba noche y día en ella desde el momento en que lo encerró en un cuarto de baño y, literalmente, abusó de él. La primera vez que una mujer le comía la boca, los pechos y otras cosas en las que no podía ni pensar so pena de ponerse nervioso y tenerse que dar duchas frías. Eyaculaba en la cama como un seminarista.  Todo antes de masturbarse. La deseaba, pero no sabía cómo. Sólo quería irse a vivir con ella. Al fin y al cabo tenía un sueldo suficiente, y ella también trabajaba. Podían defenderse a las mil maravillas. La idea oculta para todo el mundo, era su tema mental. Dormía, comía y trabajaba con ella. Seguía poniéndose a parir cada vez que le encerraba en un cuarto de baño para abusar de él. Ni cuenta se daba de que era una obsesa. Él, verdaderamente, no había salido del cascarón, pero sentía la seguridad de su dinero; del dinero que se ganaba honradamente todos los meses.



Recibió la carta de la Dirección General aquella mañana de intensa lluvia. Un bedel se la entregó en mano y le hizo firmar un papel. No le preguntó ni de qué se trataba. En realidad le importaba un bledo. Quería a Yuan Su y eso era lo único que le importaba. Se la metió en el bolsillo de la chaqueta. Después de trabajar se fue a casa, no sin antes dejar que Yuan Su metiera sus hocicos allí donde el volaba por los aires. Se sacudió el agua de la gabardina, la colgó en el cuarto de baño para que escurriera. Se bajó los pantalones y los calzoncillos. Tenía carmín en su pingajo. Se sentó en la taza y sacó el sobre del bolsillo de su chaqueta. Leyó atropelladamente: “Por medio de la presente le comunicamos que la relación entre este Ministerio y usted es de contrato eventual en espera de consolidación del puesto. En esta fecha, se ha dado la circunstancia de que la titular del cometido que usted ha ocupado durante dos años, señorita May Pen, ha vuelto a reintegrarse a su trabajo. Le agradecemos su colaboración y le avisaremos si surge alguna plaza nueva de traductor simultaneo de chino mandarino”.

La sangre se le agolpó en la cabeza. Pensó intensamente en Yuan Su, en su madre y en su pingajo manchado de carmín. Se subió los pantalones. Salió precipitadamente de casa sin oír los gritos de su familia. Subió las escaleras a zancadas. Seis pisos hasta la terraza. Llegó exhausto. Llovía intensamente. Antes de llegar al quita miedos estaba completamente empapado. Llevaba todavía la carta de despido en la mano. Dio el salto con ella fuertemente cogida. No pensó en nada más.

Cuando sus jefes se enteraron del hecho, no sintieron ni el más mínimo remordimiento. Ellos seguían en su trabajo. Yuan Su expulsó dos lagrimitas, y a las dos horas estaba en un cuarto de baño, dejando su carmín en la entrepierna del traductor simultaneo de Sirio. Su madre fue ingresada en un sanatorio psiquiátrico y su padre se murió de un infarto masivo.

domingo, 21 de febrero de 2010

EL AMOR BIEN ENTENDIDO

El hombre, en su humana naturaleza, tiene la capacidad de almacenar todo en su pensamiento. De por sí, propende a la comodidad, a la desidia, a la molicie. Sólo su parte divina le proporciona las armas para moderar sus naturales inclinaciones. Una cosa es lo que nos gustaría hacer o poseer, y otra muy distinta lo que podemos o nos dejan hacer y atesorar. En esta oportunidad, he tenido ocasión de reflexionar sobre las acusaciones que se pueden verter sobre la persona a quien le gustan las mujeres, pero tiene la suya. A quien le gustaría participar en una orgía romana, pero se conforma con una dosis de porno en lata. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Desde aquellos tiempos, hasta estos que vivimos, las cosas no han cambiado sustancialmente. La sociedad es puritana por necesidad y cínica por convicción. Te pueden acusar de inclinaciones que son generales, pero que unas personas portean o soportan mejor que otras. Hasta los santos, en sus intentos de vivir sus vidas exentas del pecado de la carne, se mortificaban físicamente para no caer en la tentación. La historia está llena de instrumentos de auto tortura, que empleaban para alejar las quimeras de la mente, que les hacían cometer “actos impuros”. En estos días que nos ha tocado vivir, la industria de la prostitución y el porno, en cualquiera de sus modalidades, es una de las que más beneficios dinerarios consiguen. ¿No será porque la mayor parte de la población, que tiende a la satisfacción sexual, utiliza estos cauces para no vivir en la mentira más profunda? Una cosa es que me gusten las mujeres, otra muy distinta que camine de una en otra intentando satisfacer mis instintos, a costa de mi legítima esposa, que no se merece tal trato.

Los gustos, la química, la atracción, son cosas absolutamente presentes en cada persona. Y, a lo largo de la vida, nos gustan cientos de personas. Con unas establecemos una relación y con otras no. Pero, como base de argumentación, empiezan gustándonos. ¿Para qué? Para plantearnos, eso, una relación ¿Hasta dónde puede llegar en nuestra mente? Hasta donde alcancemos a pensar. Y, desde luego no nos quedamos en el primer escalón, subimos hasta arriba. Quizá la mujer sea más perezosa para subir demasiado. El hombre sube hasta lo más alto. Otra cosa es que consiga materializar sus pensamientos o que se caiga desde las alturas. Pero todo el mundo piensa, elucubra y desea. Unos ponen en práctica sus pensamientos, y otros se limitan a jugar con sucedáneos. ¿Necesariamente se puede considerar como una mentira el que un varón ame a su mujer y se entretenga con películas porno? A mi juicio, en multitud de las ocasiones, el sexo no tiene nada que ver con el amor; yo diría que ambos conceptos, sexo y amor, tienen multitud de grados y acepciones hasta llegar al cenit de uno: El amor incondicional, y a cima del otro: La entrega lúbrica a la persona elegida, con satisfacción plena.

El amor incondicional es un concepto, no mal entendido, sino absolutamente despreciado por lo imposible de su realización humana. Me impresionó mucho un artículo de Dn. Juan Manuel de Prada –y le antepongo el ‘don’, porque no he tenido el placer de que me lo presenten, y le tengo muchísimo respeto- en el que hablaba del amor de Jesús de Nazaret en estos términos:


“Nuestro alejamiento de las lenguas clásicas –un barco a la deriva que se va hundiendo irreparablemente– nos impide disfrutar de delicadezas como la que Benedicto XVI resalta en un pasaje de su último libro, Los apóstoles y los primitivos discípulos de Cristo (Espasa), dedicado a Pedro. En griego existen dos verbos que designan la acción de amar: filéo, que expresa el amor de la amistad, tierno y entregado, pero no totalizador; y agapáo, que significa amar sin reservas, con una donación completa e incondicional a la persona amada. El evangelista Juan, cuando refiere el episodio de la aparición de Jesús resucitado a Pedro a orillas del lago Tiberíades, emplea ambos de un modo muy significativo y dilucidador. Podemos imaginarnos ese episodio como el encuentro de dos viejos amigos conscientes de la herida que se ha abierto en su relación, pero dispuestos a restañarla sinceramente, dispuestos a recibir y dar perdón, para que esa herida no ensombrezca el futuro de su amistad. Pedro sabe que, apenas unos días antes, cuando su amigo más lo necesitaba, lo ha traicionado por cobardía o por mero instinto de supervivencia, negándolo hasta tres veces después de prometerle lealtad absoluta. Y Jesús, por su parte, sabe que esa traición ha sido consecuencia de la debilidad de su amigo, consecuencia pues de la propia naturaleza humana; y sabe también que su amigo está avergonzado y mohíno por su falta de coraje. Entonces Jesús, dispuesto a olvidar ese desliz, le pregunta a bocajarro: «¿Me amas?».



El evangelista escribe agapâs-me; esto es: «¿Me amas con un amor completo e incondicional?». Es como si Jesús demandara a Pedro un amor superior al que hasta entonces le ha profesado, un amor que excluya las debilidades y que proclame una adhesión entusiasta, acérrima, tal vez sobrehumana. Nada hubiese resultado más sencillo para Pedro que responder agapô-se («te amo incondicionalmente»), satisfaciendo esa demanda de amor absoluto que Jesús le lanza; pero, consciente de sus limitaciones, consciente de que lo ha traicionado y de que en el futuro tal vez vuelva a hacerlo (aunque, desde luego, nada más alejado de su propósito), Pedro le responde con pudorosa y escueta humildad: Kyrie, filô-se; esto es: «Señor, te quiero al modo humano, con mis limitaciones». Podemos imaginar que la respuesta de Pedro por un segundo defraudaría a Jesús: ha ofrecido a su amigo su perdón sincero y algo más que su perdón, a cambio de que nunca más le vuelva a fallar; pero su amigo no desea defraudarlo con esperanzas vanas, no desea que Jesús le atribuya virtudes sobrehumanas. Entonces Jesús insiste y vuelve a usar el verbo agapáo: «¿Me amas más que éstos?», refiriéndose a los discípulos que se hallan junto a Pedro a orillas del lago. Esta segunda pregunta de Jesús debió de incorporar un matiz perentorio, incluso exasperado, algo así como: «Oye, te estoy preguntando que si me amas a muerte, no me vengas con medias tintas». Pedro sin duda captó ese tono requirente, tal vez incluso enojado de Jesús; y algo debió de temblar dentro de él, tal vez el miedo a decepcionar a su amigo; y no parece improbable que su respuesta tuviese un tono compungido, desfalleciente, lastimado, temeroso de recibir una reprimenda. Pero así y todo volvió a emplear el verbo filéo: «Señor, te quiero a mi pobre y defectuosa manera, con todas mis fragilidades a cuestas».

Entonces Jesús vuelve a interpelarlo por tercera vez, como tres habían sido las veces que su amigo lo había negado, en la noche amarga; pero, para sorpresa de Pedro, que ya estaría esperando un chaparrón de maldiciones e invectivas, Jesús emplea ahora el mismo verbo al que Pedro se había aferrado antes: Fileis-me? Es un momento de gran fuerza conmovedora, porque Jesús se da cuenta de que no puede exigirle a su amigo algo que no está en la frágil naturaleza humana; y, olvidándose de esa exigencia sobrehumana, se adapta, se amolda a la debilidad de Pedro, a la frágil condición humana, porque entiende que en su amor renqueante que tropieza y cae y sin embargo se vuelve a levantar dispuesto a proseguir sin titubeos su camino puede haber un ímpetu, una alegría de andar superior incluso a la de un amor que se cree vacunado contra todos los tropiezos. Entonces Pedro, gratificado por el perdón de su amigo que lo acepta como es, que lo abraza también en el tropiezo y en la caída, afirma con alivio, con decisión, con alborozo: «Sabes que te quiero» (filô-se).

Y fueron amigos para siempre. Tal vez porque el amor más exigente e incondicional es el que brindamos a quien no nos viene con demasiadas condiciones y exigencias”.


Estamos pisando la tierra, el asfalto, el terrazo o el parqué a varios metros de altura, pero pisando. Que yo sepa, no ha habido nadie, todavía, que haya tenido la habilidad de despegar su peso del suelo para volar, sin ninguna ayuda mecánica, por un tiempo superior a un par de segundos. Luego, indefectiblemente, y a veces traumáticamente, el peso tiende a cumplir con la ley de la gravedad y es atraído pesadamente hacia el suelo donde se aplasta con tenacidad. Estamos hechos de carne y hueso con todas las ventajas y los inconvenientes que eso conlleva. A imagen y semejanza de Dios, pero de chica y taba. Por eso, en el momento en el que Jesús se da cuenta de que no puede exigirle a su amigo algo que no está en su frágil naturaleza humana, se adapta, se amolda a Pedro y a su condición. Entonces Pedro, gratificado por el perdón de su amigo que lo acepta tal cual es, que lo abraza también en los tropiezos y las caídas, afirma con decisión, con alborozo: “Sabes que te quiero”

Tal vez –como dice Juan Manuel-: “…Porque el amor  más exigente e incondicional es el que brindamos a quien no nos viene con demasiadas condiciones y exigencias”.

Mujer: ¿Tú estarías dispuesta a ofrecer a tu pareja un amor de agapô-se; un amor incondicional que se coloca por encima de la negación y de la traición? O te conformas con un filô-se, que va más acorde con tu naturaleza humana? Y entonces ¿Por qué exigimos tanto a la pareja? Cuando seamos alguno, sólo uno, capaces de amar incondicionalmente. Es decir: Yo te doy mi amor y no espero de ti nada a cambio; puedes hacer con él lo que quieras, el mundo empezará a comprender la lacra social que es pedir y rendir cuentas de la propia conducta. Somos humanos, y aunque esto no debe constituir, en modo alguno, un pretexto, tenemos que someternos; estamos sometidos, a nuestra naturaleza. Ninguno somos dioses, ni supermanes, ni santos varones exentos de tentaciones. Aunque debemos tender a la perfección y la impecabilidad.

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