viernes, 15 de abril de 2011

EL INSTRUMENTAL DE COCINA



Desde hace muchos años, debido a mi profesión de cirujano, estoy trabajando con instrumental adecuado para cada fin específico. Es muy diferente operar con buen material quirúrgico que con instrumentos pakistanís. Digo lo de pakistaní porque en cierta época, en Pakistán se fabricaba instrumental para cirugía con acero de muy baja calidad. Que cada maestrillo tiene su librillo es obvio en todas las profesiones, pero dentro de cada librillo hay normas de obligado cumplimiento, y una de ellas es hacer las cosas sólo de dos maneras: Bien o bien, y operar con material adecuado y de primera. Los cirujanos me comprenderán perfectamente y estarán conmigo en que suturar con un buen porta a suturar con uno malo, es la noche y el día.

En la cocina me suelo rodear también de lo mejor en instrumental culinario. Porque en este campo sí que hay maulas. Con eso de que ‘total para quien lo va a utilizar…’ muchísimos fabricantes se ponen a elaborar utensilios de ínfima calidad y más restringida utilidad, que están destinados a permanecer in perpetuum en el cajón de los utensilios inútiles que todos tenemos. Tener unos buenos cuchillos es fundamental; por lo menos tres: Uno del chef, un verdulero y una puntilla. Y en esto es fundamental ir a un comercio especializado y dejarse aconsejar. Habitualmente el precio está en consonancia con la calidad. Yo tengo unos cuchillos de un precio asequible, pero de gama media-alta. También tengo un pelador horizontal y uno vertical basculante. Un pasapurés, un chino, tres coladores finos de diferentes tamaños. Un cortador de huevos, un partidor de ajos…etc. Total, muy completo, por sí acaso.

Una de las cosas que no se pueden desestimar, y que yo os recomiendo que compréis, si no tenéis ya, son dos buenos molinillos para pimienta: Uno para negra y otro para blanca. La pimienta molida en botes dosificadores está bien para salir del paso, pero una pimienta molida en el momento, tiene mucho más aroma y gusto que una molida en bote, con diferencia, y esto realzará el tono de vuestros platos. Debe ser un molinillo de cerámica, mucho más dura que el acero, y con dosificador de la finura del molido. Con tanta pasión se podría pensar que tienen que ser carísimos. Pues, no. Acabo de comprar uno que es fenomenal y me ha costado 17 euros. Es de la marca WMF, y la gente no lo conoce, hasta el punto que figura en el catálogo, pero lo tienes que encargar. Una de las causas por las cuales he tenido una fijación mental con este molinillo es por su sonido; por el ‘crac, crac’ tan sutil que emite al moler y que no es comparable a ningún otro de la tienda de los chinos, por muy barato que sea y por muy aparente, porque los hay de madera que no sirven para nada. Es un ‘crac, crac’ que escuché por primera vez en un programa de cocina en el que cantaban las excelencias de Martín Berasategui y en el que utilizaba un molinillo de pimienta, con el mismo sonido del que gozo yo ahora cuando muelo pimienta encima de algún guiso o de alguna ensalada. ¡Veis que barato puede resultar ser feliz!



Lo he comprado en Urbón. Casado del Alisal 22. Palencia. Pero si entráis en la página de WMF, veréis la tienda más próxima a vuestra ciudad.

jueves, 14 de abril de 2011

APEGOS




¡Ahí es nada, la pomada! Reparad en que Al di y Jhon pulsan las cuerdas con pua; Paco con sus dedos, cosa que entraña mucha más dificultad.


Todavía tengo dificultades idiomáticas. Es curioso pero nunca dejas de aprender cosas nuevas del idioma castellano, con sus mil acepciones y sus mil matices. Y no hablo de palabras de escasa utilización sólo empleadas por escritores consumados, como ‘delicuescente’ (Dicho principalmente de una costumbre o de un estilo literario o artístico: Inconsistente, sin vigor, decadente. 2. adj. Quím. Que tiene la propiedad de atraer la humedad del aire y disolverse lentamente), pongo por caso, sino de una mucho más común: “apego”. La he empleado muchas veces cuando me refiero a las enseñanzas de Buda, cuando se refiere a la causa del dolor en el mundo y dice: «La causa del dolor en el mundo son los deseos; eliminamos los deseos y desaparece el dolor». Alguien reparó en la imposibilidad de eliminar los deseos, que constantemente nos hacen crecer y movernos en todas direcciones, con el cuerpo y con el pensamiento, y cambió la palabra ‘deseo’ por la más adecuada ‘apego’. Y ¿qué es el apego? Es el deseo sin el cual yo no puedo ser feliz. Todo esto es fácilmente comprensible: Eliminas el apego y eliminas el deseo. Veamos el significado de la palabra ‘apego’: Afición o inclinación hacia alguien o algo. Parece que está bien claro. Yo así lo creo. Pero El apego, concepto que debemos a la etología (Estudio científico del carácter y modos de comportamiento del hombre), se define como una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos personas, por medio de su interacción recíproca, y cuyo objetivo más inmediato es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de amenaza ya que esto proporciona seguridad, consuelo y protección. No se trata de un sentimiento inmaterial, sino de conductas observables que comienzan de manera refleja. John Bowlby (1907-1990 fue el primer psicólogo en desarrollar una "Teoría del apego".




Al parecer la Psicología se ha adueñado de la palabra y la ha definido exclusivamente para el contacto íntimo que se establece entre madre e hijo, y que desaparece a lo largo de la vida. Yo la he empleado coloquialmente y quiero creer que mucha gente también, sacándola de su encierro psicológico. Pero durante una explicación de mis teorías a una psicóloga clínica, me sacó de mi error, aclarándome el concepto que figuraba en los tratados de psicología. La verdad es que me dejó chocado y recurrí a la sinceridad para salir del paso, preguntándola qué palabra utilizaría ella. Después de unos momentos de duda, escogió la palabra ‘vínculo’ como la adecuada. Vínculo, según la RAE es ‘La unión o atadura de una persona o cosa con otra. U. m. en sent. fig.. Parece que la palabra ‘atadura’ corresponde más al sentido del hecho de sufrir por los deseos sin los cuales yo no puedo ser feliz. Diferencias semánticas y de utilización que, a veces, te juegan malas pasadas.

Sin embargo ‘Vínculo’ se emplea más en el lenguaje coloquial para definir la unión imperecedera, que dura lo que dura la vida. Se refiere al matrimonio; y dentro de él al eclesiástico. Nada que ver con el deseo sin el cual yo no puedo ser feliz, que se puede disolver en el momento en el que comprendamos que si fundamos nuestra felicidad en una persona o en un objeto, desaparecido el sostén de esta, caerá eternamente privándonos perpetuamente del gozo y del placer. Me quedo definitivamente con ‘apego’. Tengo un cierto apego por la palabra ‘apego’. Pero si no me hace feliz, tendré que cambiarla por ‘vínculo’. De momento no es el caso.

miércoles, 13 de abril de 2011

ESCRIBE LA CARTA Y LUEGO, MÁNDALA






No es interesante pedir si uno no está seguro de lo que quiere, ni de cómo lo quiere. Así, multitud de veces aparecen frustraciones por falta de una reflexión previa. Resulta que compré un objeto sin pensarlo y cuando llegué a casa me di cuenta de que no me gustaba; resulta que fui a la tienda a comprar unos pantalones y como había muchos para escoger, me lleve el que menos me gustaba y luego pensé que podía haber cogido aquel que me hacía el culo estupendo, pero ya es tarde. Son cuestiones de precipitación cuando no de capricho o de pensar demasiado las cosas, índice de la poca claridad de ideas que tenemos.

Decía mi chamán que cuando entras a comprar en una tienda, habitualmente vas con una idea de lo que quieres y, la mayoría de las veces lo ves claro a primer golpe de vista, pero como hay más cosas entre las que escoger, te haces un lío mental y acabas llevando el que no te gusta. La solución es quedarte con la prenda del primer impulso y, muy importante, después no arrepentirte. Esto es una mínima parte de las cosas de la vida que nos obligan a reflexionar sobre alguna decisión. Las hay mucho más importantes: Plantearte la ruptura con determinada pareja, despedirte de un trabajo, cambiar de ciudad, cambiar de móvil, de casa, de automóvil. Frecuentemente se nos dan estos casos y muchas veces no reflexionamos convenientemente antes de efectuar la compra o de tomar la decisión que puede cambiar el resto de nuestra vida.

La meditación con el objeto de la elección da buenos resultados, siempre. Lo que no es oportuno es actuar en cosas importantes por impulsos. Recomiendo coger unos cuantos folios y llenarlos de reflexiones respecto de los pros y contras que ves en la decisión. En principio hay muchas cosas en las que no habías pensado y que escribiendo te vienen a la mente, o llegas a la conclusión de que es rentable esperar a una mejor oportunidad, o empiezas a buscar y encuentras alternativas que en principio no habías soñado que pudieran existir. El caso es reflexionar antes de decidir. Y, una vez efectuada la elección, no arrepentirte.

Con respecto a las peticiones, no las hacemos muchas veces por miedo al rechazo o al concepto que puede desprenderse del hecho ¡Cómo voy a pedirle esto, se creerá que estoy chalado o que soy un sátiro! Pero si no cursas la petición y no la mandas, jamás vas a tener contestación. Si no pides lo que quieres, no esperes que nadie tenga la intuición de darte justo en el palillo del gusto; no te crees expectativas con respecto a los demás. El resto del mundo siempre tiende a defraudarnos y más si no decimos claramente lo que queremos.

martes, 12 de abril de 2011

ELLO ES ZEN





Recientemente he tenido ocasión de retomar la idea del Zen, a raíz de la lectura de un libro sobre el tiro con arco escrito por Eugen Herrigel (Bungaku Hakusi) y traducido del alemán al castellano por Juan Jorge Thomas. Tenía una ligera idea mental, que no práctica, de lo que es el Zen, y ahora he confirmado lo complicado y críptico de la doctrina, sólo concebida para mentes orientales. Es necesario haber crecido en el útero de una hembra japonesa, con tradición, japonesa y ancestros japoneses, para llegar a aprender algo de la Magna Doctrina. O, si tienes posibilidad, viajar a Japón, hacer lo posible por conseguir que te admita en su círculo de enseñanza un maestro Zen, y no cejar en el empeño hasta que, por consunción te mueva un día hasta los cimientos una experiencia mística que no podrás explicar porque no hay palabras para ello.




Eugen pasó año y medio para poder tensar la cuerda de un arco de poco peso en comparación con el que utiliza el maestro, diez veces más pesado. Para tensar un arco japonés fabricado con bambú de una manera absolutamente artesanal, que confiere a cada arco un estilo, una elegancia y un espíritu únicos, hay que asir el cuerpo del arco con la mano izquierda, justo en el emplazamiento preciso. Los dedos índice, corazón y anular de la mano derecha cogen la cuerda protegidos por un guante. Se alza de esta guisa el arco por encima de la cabeza, y con un movimiento circular y de arriba abajo de la mano izquierda se separa suavemente el cuerpo del arco de la cuerda acompañándolo con un ligero movimiento hacia delante de la mano que tiene cogida la cuerda. Después se deja fija en la posición que ha adoptado la mano izquierda que ase el cuerpo del arco y con un movimiento circular de arriba abajo, se separa la cuerda del cuerpo hasta que la flecha queda emplazada entre la nariz y el labio superior. Estos movimientos, que aparentemente deben ejercer una fuerza enorme para contrarrestar la rígida elasticidad del bambú, en una persona normal, sin aleccionar, sin Zen, constituyen, de por sí, un reto difícil de superar. La técnica desarrollada tiene que permitir practicar los movimientos sin un solo temblor de ningún músculo del cuerpo. Hasta que Eugen consiguió separar la cuerda del cuerpo relajadamente pasó un año y medio durante el que no comprendía lo que el maestro pedía de él. En un principio tenía la intención de tensar la cuerda hasta que comprendió un concepto poco fácil de incorporar para los occidentales: La no intención.

Una vez que hubo integrado el concepto y que logró su propósito, empezó una nueva etapa consistente en colocar la flecha y dejarla salir. Al principio ejercía una atención selectiva sobre los músculos de los dedos que sostenían la cuerda, y, al soltarla ésta transmitía su zumbido vibratorio a toda la estructura, incluido sus manos y todo su cuerpo. Tardó otro año largo en dominar la relajación y dejar salir suavemente a la flecha cuando los dedos, por un mecanismo espiritual más que físico, la dejaban escapar. Pero había que dirigir la flecha que, a pesar de todo el aprendizaje, se caía al suelo mucho antes de llegar a la diana. Un día, el maestro, a las preguntas de Eugen sobre qué o quién hacía salir a la flecha mansamente liberada hacia su destino, contestó: Lo que hace tensar el arco y conducir a la flecha hasta su destino, no eres tú con tu intención, es “ello”.



Después de otro año y medio de aprendizaje, las flechas no llegaban a aproximarse al blanco. No esa la intención de la práctica. El resultado final o la estadística de aciertos no cuentan, sólo cuenta la unión del arquero con el arco y el objetivo. El arquero apunta así mismo –y, sin embargo, no a sí mismo–. Y tal vez haga blanco en sí mismo –Y, sin embargo, no en sí mismo–. El colofón del aprendizaje lo obtuvo cuando al fijar su vista en los ojos del maestro cuando alcanzaba el centro de la diana, comprobó que los mantenía cerrados.

El Zen es la no intención relajada de dejar pasar las cosas con el simple impulso del espíritu ó “Ello”.

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