viernes, 14 de febrero de 2014

LA VUELTA A LA COMUNICACIÓN

De joven, cuando dejaba de ver por un tiempo a una persona, un amigo, un pariente, sentía una gran timidez sólo de pensar en reanudar su contacto. ¿Qué podría pensar de mí? ¿Querría volver a verme? En estas consideraciones se pasaba mi tiempo y la pereza me impedía afrontar la situación de frente y por derecho.

Después, al cabo del tiempo, me lo encontraba por la calle o recibía una llamada telefónica, preñada de las mismas escusas de siempre: No tengo tiempo, se me pasan las horas de determinada manera y no encuentro un hueco para llamarte. Más tarde la despedida de rigor: A ver si nos vemos, charlamos y nos tomamos una copa. Te quiero.

Unas veces nos volvíamos a ver con mucho gusto, con el corazón a flor de piel y con toda la colección de recuerdos en la punta de la lengua. Nos abrazábamos y nos prometíamos que nos volveríamos a ver dentro de poco. Otras veces nos nos veíamos más que un funeral, un bautizo, una comunión, una boda...

La relación con vosotros ha sido preciosa. Yo escribo, vosotros leéis, y se establece entre ambos una unión mental, de pensamiento, de imaginación, de preguntas sin respuesta, de anuencias o rechazos. Cada cual con el nivel de lo aprendido.

Os abandoné como aquel que abandona a un hijo por no poderlo criar. Con el alma desgarrada y con el sentimiento de estar haciendo una cosa que perjudica tanto al abandonador como al abandonado. Siempre permanecisteis en mi corazón; siempre pensaba en vosotros instantes antes de rescatarme el sueño de esta farsa que cada cual vive, con la esperanza de reanudar el contacto en cualquier momento, de abrazaros y de trasmitiros mis ganas de nunca más separarme de vosotros.

El otro día me dio por pensar intensamente en vosotros, y como quiera que tenía cosas en mi alma que contar, me puse a reanudar mi relación olvidada, vergonzosa y timorata.

Como la embarazada que viéndose en el espejo no se gusta a sí misma y decide cambiar de aspecto, y va y se corta su maravillosa melena, yo he cambiado mi aspecto quemando todos los bambúes viejos y caducos, para  dejar la página despejada y clara.

Tengo muchas cosas que contar, muchas, que iré desgranando poco a poco. Muchos cambios realizados y por realizar. Muchas anécdotas 

jueves, 13 de febrero de 2014

SABIDURÍA UNIVERSAL

Hay tres Shih tzu en casa, además de un Pastor de Brie –Fredy–, una Cocker –Polka–, una Chiguagua –Mika–, que comparten su vida con un Guacamayo Jacinto –Jacin para los amigos–, una Cacatúa de cresta naranja –Chico– , una lorita gris de cola roja –Curra–, un gato birmano –Brian– y una gatita siberiana, Sugar.

Se sobreentiende el amor que se siente por los animales en esta familia. Yo era ligeramente reticente al trato ineducado con los animales, en el sentido de darles de comer en la mesa, dejar que hagan su voluntad, que rompan, ensucien y trasgredan a su antojo. Pero no había entrado en el entendimiento de que todos formamos una gran familia en la que cada cual juega su papel. No me contradigo. Antes no creía en el papel, al mismo nivel, que juegan los animales en nuestra vida y que no se les puede considerar como inferiores, sino como iguales, con su educación, con sus normas y con sus límites.

Fue a raíz de la lectura del libro “Amigos o parientes” de J. Allen Bonne cuando empecé a considerar la posibilidad de la transmisión de ideas entre nosotros y los animales de cualquier escala zoológica, desde un caballo hasta una bacteria. Y a creer firmemente en la posibilidad de aprender de ellos, de sus costumbres, de su sociedad, de sus normas y de sus apetencias.

Empecé a considerar que ellos están en directo contacto con Dios –sabiduría Universal– y que no les hace falta aprender a vivir. Nosotros perdimos el contacto con esta sabiduría universal cuando creamos nuestro monigote –ego– que nos hace considerarnos los “reyes de la creación” Ahora creo que somos los máximos destructores de esa creación sobre la que pretendemos reinar.

De los tres Shih Tzu, dos son hembras. Era inevitable que, tarde o temprano, una de ellas se quedara preñada. Le tocó a Lola: Viva, lista, blanca y negra y escapista por naturaleza, igual que su pareja, Neko, un macho precoz que empezó sus prácticas sexuales con 9 meses, lo que parecía imposible para los veterinarios. La preñez cambió el carácter de Lola, y de ser una candelilla, nunca quieta detrás o delante de las carreras desenfrenadas de Neko, pasó a ser callada, reflexiva, tranquila y blanco de las iras envidiosa de Ana, café con leche y la más pequeña de los tres.

La extrañeza del veterinario se transformó en asombro cuando, no sólo contempló la posibilidad de que un macho de nueve meses dejase preñada a una hembra, sino que, además,  la hiciese concebir cuatro crías.
Debía de parir a los 58 a 62 días después de haber sido montada por el macho, y esto, según dicen, de manera matemática; tanto que si a los 63 días no ha parido hay que llevarla urgentemente a hacer una eco doppler. Si el cálculo estaba bien hecho, la fecha feliz debía de ser alrededor del día 25 de Enero.

Todo empezó a indicar, el día 26 que la hora se avecinaba. A nosotros nos pilló en el pueblín, de manera que tuvimos que seguir el parto vía telefónica, wasap y fotografías. A las 23:00 me llamó mi hermana para comunicarme que había nacido el primer cachorro y que era igualito que la madre.




Me encanta Neko; es el cásico perro golfo, buscavidas, listo, movido, a su aire, y escapista. Tiene una planta preciosa y un color bronce, entre negro, chocolate y café con leche, que me alucina. Además su pelo es coherente y aunque no le peines da el pego. La verdad, es el perro que me hubiera gustado tener sino hubiera sido por los tres gatos que hay en casa: Gandi, Iris y Luna. Sin embargo, dada la relación que se había establecido entre Neko y Sugar, empecé a considerar la posibilidad.

Mi pareja, enamorada de los tres gatos, nunca se había definida al respecto, pero el día en el que, de los cuatro futuros perritos Shih Tzu, nos adjudicaron uno, la hizo tanta ilusión que me llené de alegría y, desde ese momento empecé a desear al futuro cachorro que se iba a parecer a su padre. Nacería con igual pinta, igual color, igual carácter.

El que la primera cría en nacer fuera igual que su madre, Lola, blanca y negra, no me extrañó, sin embargo esperaba que en cualquier momento me comunicaran el nacimiento de “mi” perro, chocolate, negro, café con leche y blanco igual que su padre.

Tuve un perro, Foxterrier de pelo duro, a quien llamé Choper. Era fantástico y formaba parte indivisible de la familia. Jugaba, de igual a igual con mi hijo Pablo. Ambos se mordían, se revolcaban y jugaban a todas horas. Cuando se fue de este mundo Pablo, a consecuencia de un desgraciado accidente de automóvil, Choper se tiró debajo de las ruedas de un coche, para acompañar a su querido compañero de juegos, sin el cual su vida podía ser muy diferente.

A mi Shih Tzu lo iba a llamar igual: Choper, para recordar siempre a su precedente y a su amo Pablo.
-          Hola, Enrique: Ya ha nacido el segundo. Igual que la madre también.

¡Carajo! –Pensé– ¿Será el próximo “mi perro”…?

A las 24:20 nació el último perrito y, como los tres anteriores, era igualito que la madre que los parió. Pues yo estaba seguro de que mi perro iba a ser chocolate, negro y blanco como su padre. Vaya desilusión. Mi pareja me preguntó si me costaba mucho trabajo quererlo igual aunque fuera blanco y negro como su madre. Bueno…yo quería uno igualito que el padre, no que la madre, pero ¡Qué se la va a hacer! Es mi perro y lo querré de cualquier color.

Cuando tenían 3 días de edad llegamos a Madrid y lo primero que hicimos, después de los abrazos de amor, fue ir a la paridera. La habían colocado en un altillo que hay en el salón, con una chimenea, un confortable sofá corrido, una mesita de centro y una TV –que no falte nunca una TV en ningún sitio– . Habían dispuesto en una caja de plástico una manta confortable, y encima estaba Lola, recostada del lado derecho y mostrando a sus tres cachorros como cuatro prolongaciones de cuatro de sus ocho pezones. Chupaban y chupaban, y cuando se hartaban de leche se quedaban dormidos haciendo un ovillito.

Estuvimos extasiados contemplando el espectáculo que se nos ofrecía gratuitamente: Una madre que, sin haber aprendido de ninguna fuente humana, había parido a sus cuatro crías sin ayuda, las había lamido, las había quitado la placenta, en las cuatro ocasiones se la había comido y las había ayudado, una por una, a encontrar el pezón que las iba a alimentar durante dos meses. Sus movimientos, todos ellos, están milimétricamente estudiados para sus fines. Nadie la dice cómo ponerse para no molestar a las crías; nadie la ordena comer las placentas, que son una fuente de proteínas, minerales y principios inmediatos necesario para el duro periodo de lactancia; nadie la impulsa a apartarse de sus cachorros una vez alimentados convenientemente; nadie la dosifica la cantidad de leche que mama cada uno, pero ella lo percibe.

Es el milagro de la conexión con la Fuente que hemos perdido los humanos. Ellos, los animales, saben lo que tienen que hacer en cada momento porque están constantemente conectados a la Fuente Universal de sabiduría, que les indica cómo reaccionar ante cualquier eventualidad, a dónde dirigirse en sus migraciones, y cómo plantearse una selección de la especie.

Ellos viven el momento dignamente. Siguen los mandatos de la Fuente y se pliegan a sus necesidades vitales. Nosotros hace miles de años que fabricamos un ‘monigote’ que le dimos a llamar ego, que nos hizo creer que podíamos vivir separados de La Fuente. Y así nos va desde hace milenios. Somos un triste remedo de los animales. Somos sus súbditos más torpes. Constantemente nos enseñan cosas que despreciamos.
Cuando desapareció la discreta penumbra que envolvía la escena, me empecé a dar cuenta de que había un cachorro diferente al resto: Mirado desde un especial ángulo parecía marrón y blanco en vez de negro y blanco como los demás. Me dio un vuelco el corazón. Lo tomé suavemente entre mis manos temblorosas y descubrí con alborozo un botoncito de carne en su abdomen, denotaba a las claras que era un macho; un varón marrón, negro, café con leche y blanco igual que Neko. Era el cachorro con el que había soñado: Chopper.


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