jueves, 24 de junio de 2010

ALFONSO USSÍA Y MUÑOZ-SECA





Un referente para mí, desde muchos aspectos y bajo muchos puntos de vista, es Alfonso Ussía Muñoz-Seca. Ha sido una delicia para mi nadar en sus libros de los Tratados de las buenas maneras, toda una fuente de buen hacer y delicadeza. Y bucear en las historias del Marqués de Sotoancho, donde, sin pudor, exhibe alguno de sus tics para placer de quien los lee. Sus apariciones en radio y televisión me alegraban el día.








Hacía tiempo que no sabía de él, y como no es casual, hacía días que tenía la intención de averiguar dónde y cómo estaba en la actualidad. Me meto en google y me ofrece, entre mil alternativas, una entrevista que le hizo Cesar Vidal en Octubre de 2009. Naturalmente la veo de principio a fin y transcribo, a mi manera, una anécdota sobre Don Juan, padre del Rey Don Juan Carlos I. Al parecer siempre ha estado muy cerca de la monarquía, y, como no podía ser menos, de Don Juan. En cierta ocasión convivió con él una temporada, durante la cual le agasajó como sólo un Rey se merecía. Llegado a sus oídos, de buena tinta, que a Don Juan le gustaban los percebes, le invitó a suculentas raciones de dichos crustáceos durante cuatro días. Llegado el quinto, el Rey se dirige a Alfonso en estos términos:





- “Alfonso: ¿Cuántos percebes entrarán en un kilo?”

- Pues, no sé, Majestad, 40, 50…

- “Bueno, pues le voy a regalar a usted un kilo de los mejores percebes que encuentre en el mercado”.

- Muchas gracias, Señor, me los comeré a su salud.

- “No, no. Delante mí se los va a meter, uno a uno, por el culo”.

Lo de que le gustaban a Rey los percebes, había sido una broma de mal gusto.

miércoles, 23 de junio de 2010

AMOR REDUNDANTE



¿Cuánto tiempo hace que no dices a nadie: “Te quiero mucho”? Hay gente que me contesta: “No, pues yo lo digo muy frecuentemente”. Permíteme que lo dude ¿con qué frecuencia? ¿Una vez al año? ¡Ja! No me hagas reír. No te preocupes, yo también me justifico, tiro balones fuera y quiero quedar por encima, o caer de pie como los gatos. No es el caso que me ocupa. Pregunto que, cuántas veces lo has dicho últimamente, con conciencia de lo que dices, sin querer ponerte una medallita o conseguir algo a cambio. Así, porque te sale del corazón. “Te quiero, tío”. No te vaya a pasar como a mí con mi querido y añorado amigo Miguel López Negrete, que cuando un día le digo: “Miguel, te quiero” Me contestó: “¿Y, qué adelantamos?

Venga, de verdad ¿Cuántas? Pues estás perdiendo el tiempo. A lo largo de mi vida y de mis experiencias, he llegado a la conclusión de que amar es sanador; es un bálsamo divino que seda, leuda y acrecienta tu estima, llevándote a lo más alto en la escala de la persona, dicho en el sentido magnificente de la palabra.





Hay una frase, que yo escuché por causalidad, que tiene toda la verdad en su interior. Ínsito en ella, está todo el sentido de la generosidad, de la complacencia y de la grandeza. Dice así: "Dar es igual que recibir” Pero, bien estudiada por mis horas de meditación, he llegado a la conclusión de que no expresa convenientemente mi intención –ya sabéis, mi propensión a mejorarlo todo- Yo diría: “Dar es mejor que recibir” Y así, queda redonda. Porque lo cierto es que –no sé si para vosotros también- es una gozada dar a los demás. Mucho más placentero que recibir. Mucho más, ya te digo. Excepto para los seres egoístas que todo lo quieren para ellos mismos, que los hay a manta. No hablo de ello, estoy hablando de los que estamos en ‘sintonía’. Y ¿qué es estar en ‘sintonía’? Tener los mismos gustos, la misma pasta mental y el mismo corazón blandito, para entregarse a los demás incondicionalmente, una vez que tomas conciencia de asunto.







Jesús de Nazaret dijo que, hay que ser cándidos como palomas, y astutos como zorros. Y si lo dijo Él, seguro que tiene razón. Y esto quiere decir que no seas lila, que no te dejes comer la pepitilla y que no metas la mano en la madriguera. O sea, que no puedes ir por la vida de tontorrón de baba. No me interpretéis mal. Amor a raudales; para todo el mundo. Pero tengo la estricta obligación de apartarme discretamente del que me pisa, me veja o me ofende. Es raro que si das amor te devuelvan patadas en el culo. Lo más normal es que te den lo mismo que das y que te paguen con la misma moneda. Me estáis interpretando mal otra vez. Esto no quiere decir que espere la recompensa de mis actos; que dé para recibir. Sólo quiero expresar, que si das patadas en el culo, es lógico que te devuelvan patadas en el culo.








No me creáis a pies juntillas. Un inciso. ¿Sabías por qué A PIES JUNTILLAS se aplica a aquello que se hace con firmeza? Creer a pies juntillas o negar a pies juntillas son expresiones que se suelen oír con frecuencia.
La expresión parece tener su origen en un juego infantil consistente en saltar con los pies juntos y los ojos vendados de un cuadro pintado en el suelo a otro, mientras un compañero —cuyas indicaciones hay que creer por completo— va orientando a quien salta.


Como veis todo está en los libros, lo que pasa es que no los leemos, ignorantes de los beneficios que pueden traer las cosas que enseñan. En ellos aprenderíamos algo sobre el amor incondicional. Os animo a leer.

(Ilustraciones de Lola Catalá)

martes, 22 de junio de 2010

BUSCO EL GESTO DE COMPLACENCIA EN LOS DEMÁS




Por muy amoroso que sea un padre con sus hijos, tiene la obligación moral de educarlos y guiarlos en la vida, para hacer de ellos hombres y mujeres de bien. Y digo de bien a sabiendas de que se puede pensar, por parte de algún sandio, que huele a fascista, cuando aquí lo que se estila es la zafiedad, la chulería, la deshonestidad y la sinvergonzonería como signos del progresismo. Pues bien repito, por si no se han percatado: Hombres y mujeres de bien. Y fijaros que antepongo hombres a mujeres, no por machismo retrógrado, sino porque desde tiempos de Viasa, se ha interpuesto el género masculino al femenino en señal de protección.



Pues, ahora ya no te quiero



La educación debe ser necesariamente dolorosa, aunque sea moralmente, para ser efectiva. Debe de estar provista de una serie de virtudes, como la inflexibilidad, el tesón y la dureza. Y esto, muchas veces se interpreta como tiránico. Nada más lejos de la realidad. Para educar hay que ser inflexible y, a veces duro, porque el aforismo de “la letra con sangre entra” no se refiere al sadismo, sino, muy al contrario, a la dureza que la enseñanza debe llevar consigo, para lograr los frutos necesarios en el alumno.

No niego que mis padres fueron educados por mis abuelos, y estos por mis bisabuelos, y mis padres me educaron a mí de la misma manera, pero sin método. Nadie enseñó a estas personas 'didáctica', ni 'método para educar', porque no eran asignaturas presentes en ningún plan de estudios, y la gente actuaba por imitación. Así, a veces la coacción entraba a formar parte de cualquier plan de enseñanza. Y la frase: “Si no te portas bien, papá no te va a querer”, ha hecho estragos en todas las épocas; más ahora en medio de una absoluta libertad de hacer, pensar o expresarse.






Claro, si yo he aprendido a portarme bien para que me quieran, buscaré constantemente, incluso en mi madurez, el rostro de complacencia de los demás ante mis actos. Me habrán programado para portarme bien con la gente, para ser simpático y complaciente, incluso para consentir que abusen de mí, con tal de que me quieran y me acepten.

El amor es fundamental para el desarrollo del niño en los primeros años de la vida. Y el infante, hace lo humanamente posible para que sus padres le quieran, le besen y le mimen. Esto es estrictamente necesario para formar una salud mental duradera. Pero una vez que se alcanza la madurez cerebral (a los veintiún años) ya no es necesario que nos quieran, ni siquiera que nos lo demuestren, pero como nadie nos ha quitado esa obligación, la vamos arrastrando hasta la senectud. Y vemos a los viejos que languidecen por falta de amor, cuando lo que tienen que hacer los adultos, en vez de mustiarse por falta de afecto, es amar; dar su amor a los demás, no quedarse con él dentro para que se pudra. Hay que largarlo a los cuatro vientos; hay que darlo, regalarlo a todo el mundo.



Bueno, me portaré bien para que me quieras, papi.




Pero la gente no da amor, sólo lo exige. Y esa exigencia se hace dolorosa y descompensa a las parejas, que no sienten amor verdadero, es decir, incondicional, sino apego. Un apego difícil de superar ante una pérdida, una separación o un abandono.

Ya no tengo que mirar el semblante de los demás para buscar su aprobación, me tengo yo que examinar en mi interior a ver si me complace lo que he dicho, hecho o pensado. Ya no tengo que buscar el amor en los demás, la complacencia o la aceptación. Tengo que sentirme satisfecho conmigo mismo, complacido con mis actos y amoroso con mis fallos. Y, sobre todo y por encima de todo, tengo que regalar el amor que atesoro, y darlo sin pedir nada a cambio. Yo derrocho mi amor, y los demás pueden hacer lo que quieran con él, pero nunca busco que me lo devuelvan; no es fundamental. Yo ya tengo suficiente. El amor, por otra parte, es un bien que se acrecienta a medida que se da. No se reparte, con lo que yo me quedaría con lo que tenía, menos lo que he regalado. No. Se reparte, pero a mí se me acrecienta a medida que lo hago. Es fantástico que a medida que das amor, se te multiplica por millones, y llega un momento en el que te ahogas en tu propio amor, y no necesitas el amor de nadie para subsistir. Créeme. Es la verdad. Ponlo en práctica, sobre todo, de una manera incondicional. Si lo damos con condiciones, se jodió la magia del invento.

lunes, 21 de junio de 2010

YO, MI PEOR ENEMIGO



A veces se hace complicado ser consciente de que hay algunas personas deseando abrir su ordenador cada mañana, para leer lo que escribes y cómo lo escribes. Lo comprendo. Yo estoy deseando que se transmitan conmigo y que me digan lo que hay que hacer y cómo lo tengo que hacer. Pero ya pasó el tiempo de estar supeditado a los dictados de los demás y llegó el momento de estar supeditado a los dictados de tu corazón. No hay nadie ahí fuera que te pueda ayudar. Sólo estás tú con tu soberana identidad. Todo depende de ti, las decisiones las tomas tú. Nadie te obliga, nadie te pone un cuchillo en la garganta para que te decantes por una manera de actuar, de decir o de pensar. Eres exclusivamente tú quien decide sobre tu vida.





De niño deseaba que hubiera alguien con carácter y sabiduría que guiara mis pasos por la vida, pero me dio igual: a veces los seguía, a veces no. Y no me daba cuenta del asunto. Durante el servicio militar acataba las órdenes de sargentos, tenientes y capitanes con disciplina y agrado. Fue mucho lo que aprendí durante el servicio a mi Patria, pero los mandos me enseñaban la forma de organizarme para sobrevivir y para proteger la supervivencia de los demás, bajo amenaza. Esa era la realidad. Pero era feliz porque no tenía que someter a mi mente a ningún juego; a ningún dilema, a ninguna alternativa.






Estaríamos satisfechos si, un día al levantarnos, no tuviéramos que pensar en ir a buscarnos la vida. Si no nos viéramos obligados a trabajar para sobrevivir, si no nos hubiéramos cargado de obligaciones que nos abrumaran hasta la extenuación. Pero no es así: Nadie decide por nosotros, nadie. Yo decido sobre mi vida, sobre lo que me rodea y sobre cómo repercutirá en mi porvenir. Y me levanto, cada mañana, decidiendo sobre los distintos aspectos de mi vida: cómo voy a pasar el día, si me voy a levantar alegre o cabreado, si me va a doler algo o, por el contrario, voy a encontrarme pletórico y en plena forma. Todas son mis propias decisiones, que modelan mi día a día, mi carácter, mi humor y mi salud.

La decisión está tomada. Quiero vivir plenamente cada momento de mi vida. A pesar de las circunstancias, y de que éstas sean, a juicio de los que me rodean, buenas o malas. Hace tiempo que dejé de considerar esa diferencia entre las cosas ¿Qué es bueno y con respecto a qué? ¿Qué es malo y con respecto a qué? Porque, en un momento, una cosa que alguien considera mala, para mí puede ser muy buena. Y una cosa favorable para mucha gente, para mí puede ser nefasta. Depende del punto de vista y de las circunstancias. Una cosa que parece buena ahora, podría ser mala con el tiempo.





Definitivamente no quiero estar supeditado a las cosas externas. He decidido estar en mí, todo el tiempo que me permita mi volubilidad y mi pasión por el cambio de pensamiento repentino y fugaz. Pero esto también consigo corregirlo viviendo intensamente el momento. Poniendo el 100% de mi capacidad, de mi mente y de mi concentración en lo que hago, en lo digo, o en lo que veo.







¿Sabéis lo que es estar jodido de solemnidad? Creéis que lo sabéis, pero no tenéis ni idea de lo mal que se pueden poner las cosas a partir de ese momento en el que consideráis que no puede ser peor la circunstancia. Siempre se puede tensar un poco más la cuerda que os tiene cogidos por el cuello. Y lo que hay que hacer. Perdón. Lo que hago yo, es vivir el momento y considerar 1º Que yo he elegido mis circunstancias para tener la experiencia. 2º Que tengo en mi mano vivir la circunstancia bien o mal. Es mi decisión. 3º Que todo va a pasar como está previsto y en el tiempo previsto a pesar de mi preocupación del momento. Esto se llama pánico escénico. Miedo a la vida. Que nos cagamos en cuanto las cosas pueden ponerse peor. Que ya estamos pensando en la ambulancia, en la UVI, en la muerte por inanición, en el abandono o en la cárcel. ¡Con la cantidad de cosas buenas en las que se puede pensar! ¡Dios mio! Hay miles y miles de circunstancias favorables y reales, absolutamente reales, por las que vivir feliz. Otra cosa es que vivamos empeñados en hacernos la puñeta porque: “todo no se puede tener” o “Llevo siete días de suerte, estará al caer el maderazo” o “Hoy hace un magnífico día, pero ya verás cómo viene un gilipollas y nos lo jode” Sí, estoy de acuerdo. Va venir el mayor ‘tonto el culo’ del mundo a cagarte el día. Y ese eres tú, atontolinao. ¡Que no te enteras!

AVATAR




En el Génesis Dios alumbra la creación. En el último día, el séptimo, crea al hombre. Dios le pone delante, una vez engendrado, a todos los animales para que los nombre y practique con ellos una especie de taxonomía. Cuando encuentra ambos sexos en todos ellos, el hombre; la creación divina, se encuentra solo. Dios considera que no es bueno que el hombre permanezca sin pareja y le regala una compañera para que comparta con él el edén y ambos reinen sobre todo lo visible: Los peces del agua, las aves del aire y los animales de la tierra. Y todos, desde ese instante, forman un ‘uno’ indivisible, en el que cada mamífero, cada ave y cada pez, forman una red única de transmisión de datos, de la que todos se benefician.

Hombre y mujer toman de la naturaleza lo que la naturaleza les da, y utilizan a los animales para provecho de ambos. Conocen perfectamente los estados de ánimo de todo ser viviente, e incluso de la tierra que los acoge. Y, de esta forma, todos nacen, se desarrollan, se reproducen y adquieren su experiencia, en connivencia con la creación. Todo transcurre dentro de unas normas y de unos parámetros estrictos de los que todos participan y todos acatan. Cada uno actúa con respecto a un rol y dentro de la más estricta ley de convivencia, entrega y complicidad. Nada le falta a nadie, puesto que todos contribuyen al bienestar del compañero. Las plantas desprenden luz, los animales se transmiten mentalmente con el hombre y los árboles forman una red, a través de sus raíces, para completar el entramado biológico.






Todos están, a su vez, conectados con el Gran Ser Creador de todo lo visible y lo invisible. Y todos participan de parte de su inmensa sabiduría. Y dentro del plan divino, cada ser vivo contribuye al desarrollo del resto y se inmola plácidamente en aras al mantenimiento del resto de congéneres. La Tierra acoge a toda la creación, la sustenta y le presta refugio, abrigo y soporte.

Los últimos vestigios de esta forma de vida, los encontramos en los indios americanos y en los aborígenes australianos, cuya sabiduría ancestral les hacía prescindir de soportes tecnológicos que facilitaran su vida porque ellos ya tenían lo preciso para su sustento, para su desarrollo y para solucionar sus problemas. Pero, dentro de aquella maravilla, surgió la mayor amenaza para el desarrollo del hombre en la Tierra. Por alguna circunstancia que se me escapa, llegó al mundo la semilla de la discordia, de la ambición y de la envidia, en la forma de seres oscuros que, en vez de convivir con la naturaleza, querían abusar de ella únicamente en su provecho. El miedo a sí mismos, y a otros igual que ellos, les hicieron intentar asegurarse el porvenir acaparando, esquilmando y abriendo la tierra para agotar sus recursos. Una vez perpetrado el crimen, no podían consentir a nadie que se apartara de su forma de pensar para intentara vivir, independiente de ellos, de los recursos que les brindaba la naturaleza y del alimento espiritual que les deparaba su unión directa con el más allá.







Los lobos con piel de cordero, contrataron, por unas migajas, a individuos ignaros que les hacían el trabajo sucio y constituyeron la avanzada del genocidio. Y con el pretexto de la ‘civilización’, recluyeron a los pieles rojas y los auténticos, en reservas donde perdieron su propia identidad. Les obligaron a separarse de la tierra que les acogía, les alienaron con alcohol y les acostumbraron a la tecnología, de la que, poco a poco, se hicieron dependientes. Así, el avance tecnológico fue sumiendo al hombre en la más negra necesidad de utensilios que antes eran absolutamente ignorados, inservibles y superfluos.

Antes estábamos enraizados en la madre Tierra y en comunión con la naturaleza y con los animales. Vivíamos a ras de suelo y el amor de la madre nos sustentaba física y espiritualmente. El régimen de vida permitía la comunicación de cada ser con el resto y estaba vigente el inconsciente colectivo del que se sacaban recursos para cualquier actividad. A su vez, todos los seres estábamos en comunión con el Gran Creador que nos alimentaba espiritualmente. La visión de un árbol y el diálogo con él; la conexión con un amanecer o con un ocaso; el contacto con un animal sintiendo su amor; el respeto por todo lo que te rodeaba. Para los oscuros la meta era, por tanto, separarnos de la tierra y hacernos dependientes de los que ellos robaban a la naturaleza, so pretexto de una vida más cómoda y más feliz. Nos separaron del suelo, metiéndonos en casas elevadas de la tierra, que impedían el flujo natural de la energía telúrica. Se adueñaron de los recursos naturales y empezaron a venderlos. Al mismo tiempo nos ofrecieron protección contra ellos mismos.







Todos nos dejamos seducir y ellos no encontraron oposición ni límite, porque contaban con la debilidad y la candidez del hombre. Pero no está todo perdido. Es necesario tomar conciencia de dónde venimos y hacia dónde nos encaminamos, y, poco a poco, comenzar nuestra vuelta a la naturaleza y a lo natural. Tomemos conciencia de que hay humanos inspirados que realizan comunicaciones tendentes a concienciar a la gente de ciertos aspectos de la vida del hombre en la tierra.

¡”Es una de indios”! -comentaron algunos críticos después de ver Avatar, una de las películas más inspiradas que se han rodado en los últimos tiempos- Efectivamente nos hace rememoran el genocidio que perpetraron con los indios americanos, para rapiñarles sus tierras y sus enormes riquezas. Y lo que han hecho sistemáticamente con toda la humanidad.

Yo, por mi parte, procuro acudir frecuentemente al campo, y me esfuerzo por comprender a todos y cada uno de los árboles, matojos, arbustos y hierbas que encuentro en mi camino. Cada uno tiene su espíritu y su individualidad, y cada uno se esfuerza por trasmitirse conmigo, y si yo me abro, siento todo el espíritu que me quiere infundir. Joaquín Grau, después de su viaje a la Amazonía, y de su convivencia con los indios Aucas, cuenta que éstos, cuando les hablabas de los árboles y para qué servían, te preguntaban. ¿Qué árbol, éste o aquel? Porque cada uno, aunque fueran de la misma especie, tenía un carácter diferente. Los pocos indios que viven totalmente en la naturaleza, son los vestigios de aquel mundo feliz. Naturalmente, en cuanto saben de su existencia, los quieren ‘civilizar’, y si no se dejan, los masacran.

De hito en hito, si nos empeñamos, volveremos a la naturaleza, y ¿quién sabe? si llegará un tiempo en el que podamos hablar con los animales. Bueno, algunos ya lo hacemos a diario. Todo consiste en conciliar lo divino con lo humano. Y, al contrario del proverbio, sí se puede estar en misa y repicando.
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