viernes, 28 de octubre de 2011

SEÑALES




Vivimos inmersos en una desconfianza extrema. No sabemos a veces qué hacer, cómo actuar, ni que decisiones tomar. ¿Y si no sale bien? ¿Y si la cosa se tuerce? ¿Y si pasa algo? Siempre zarandeados por la indecisión. Y lo curioso es que cuando tomamos una decisión no lo hacemos desde la más profunda reflexión, desde los pros y los contras, lo hacemos desde un pálpito: He tenido un presentimiento; en ese momento, algo me decidió; no sé por qué, cuando tuve que tomar la decisión, sin pensar en nada más, moví en peón hacia el escaque correcto.

Siempre el eterno dilema en el que nos movemos, vivimos, actuamos y tropezamos. Pero todos tenemos dentro un reloj, tanto biológico, como físico e intelectual. En realidad sabemos todas las respuestas, lo que nos pasa es que ignoramos que las sabemos y siempre dudamos. ¿Por qué esta situación? Porque hemos perdido la confianza en nosotros mismos, porque vivimos fuera de nosotros y porque no vivimos el momento, puro y duro.

En ocasiones estamos muy atentos a las señales que nos rodean. El cazador aguza sus sentidos, y hasta el más leve crujir de unas hojas, que pasaría desapercibido para el resto de los mortales, le da la convicción de que allí está la pieza. Ha estado tantas veces en esas situaciones, que ha aprendido a alertar todo su cuerpo para detectar al animal. Y vaya que si lo localiza, con una probabilidad de un 99% ¡Ya lo creo!

En la vida normal también hay que entrenarse en las señales que nos rodean y en aquellas que vienen de otras fuentes desconocidas, y que son las más efectivas. En realidad estamos recibiendo información constantemente, pero si no tenemos los receptores adecuados pasarán desapercibidas. Pero el caso es que tenemos los receptores, pero obsoletos por falta de uso.

Yo tengo en mi vida multitud de situaciones en las que tengo que decidir. En otros tiempos lo pensaba concienzudamente; a veces de mi decisión dependía el éxito de una intervención quirúrgica. Luego, cuando me di cuenta de que tenía dentro de mí las respuestas, utilicé la técnica de relajarme y dejar que mis manos se movieran en el sentido correcto. Igual que un masajista deja actuar a sus manos cuando están en contacto con la piel del paciente. Y nunca se equivocan; siempre saben en dónde detenerse, dónde presionar, y dónde amasar. Dejaba moverse a mis dedos con toda la libertad de que era capaz y ellos hacían el trabajo. Todo consistía en vivir intensamente el momento, fundirse con el campo operatorio y sus elementos, y hacerse uno con él.

En la vida cotidiana, cuando tengo un dilema, lo primero que hago es relajarme, hacer una meditación y dejar fluir. Habitualmente cuando salgo de la meditación, sé la decisión que voy a tomar, y a partir de ese momento la adopto, la mantengo y soy firme en mi propuesta.

La mayoría de las trabas que encontramos en las decisiones son debidas al miedo. Siempre está el miedo en la retranca de cualquier decisión, agazapado, al acecho. Y es el que nos anquilosa y nos hace ser incapaces de tomar medidas que, sabiendo correctas, tememos sus consecuencias. Pero todo es como debe de ser, y todo pasa cuando tiene que pasar, y, a veces, eso que tiene que pasar, se retrasa por culpa de nuestra decisión. A veces nos privamos de un momento de felicidad temiendo sus consecuencias. La solución para todo es vivir el momento; tener la mente y el cuerpo enfocados en lo que estamos haciendo, sin pensar en el pasado y sin reparar en el futuro. Ambos conceptos son irreales. Lo únicoreal que tenemos es el momento presente. Vivámoslo.



martes, 25 de octubre de 2011

LA TIRANÍA DEL SER HUMANO





En la no muy lejana época de la esclavitud, un hombre se erigía, por derecho divino, en propietario de otro hombre; de otro ser humano con los mismos componentes físicos y emocionales; un ser humano que sentía y padecía, que sufría dolores y cuyo corazón ardía de amor; que tenía, en suma, calidad de único e indivisible, hecho a imagen y semejanza de su Creador.

Muchos piensan que afortunadamente pasó aquel periodo, pero están equivocados en su apreciación. Cualquier forma de tiranía sobre la mente y sobre el cuerpo de un ser humano es esclavitud velada, aceptada por la sociedad de la mayoría de los países del orbe. El contrato matrimonial, oficial o tácito, confiere a la pareja una suerte de patente de corso para ejercer opresión, abuso o imposición sobre el hombre o mujer con el que comparten su vida. La esposa o el marido se creen con derecho a esclavizar al otro miembro de la pareja. Decidir lo que deben pensar, hacer o decir, con quién debe hablar, o a quién debe amar.

No existe ninguna justificación para este comportamiento. Ningún hombre tiene derecho a sojuzgar a otro hombre independientemente de su sexo, raza o condición. Ni siquiera intentando tapar su barbarie con la capa del estado alterado de conciencia y la enajenación mental que pueden provocar los celos, que se trata de una forma de complejo de inferioridad y de una muy baja autoestima, que fuerza a uno de los miembros de la pareja a querer evitar a toda costa que su cónyuge establezca ningún tipo de relación con seres humanos de su entorno, con o sin ninguna intención de llegar a un contacto carnal, simplemente con la intención ensanchar su círculo de relaciones para aprender, o crecer humana o espiritualmente.

No pueden aguantar la idea de que una relación suponga un agravio comparativo con su forma de actuar humana o sexual.

Nadie tiene derecho a obligar a nadie a decir, hacer o pensar lo que él, con arreglo a su educación social, religiosa o política, cree que la gente debe pensar, hacer o decir. Y menos aún tiene derecho a someter al prójimo a sus indagaciones, pesquisas o control.

“Lo hago por tu bien”, es una frase célebre que intenta justificar el maltrato físico o psíquico hacia una persona con la que se convive. Nace de la prepotencia del que ejerce el control y de la creencia de que los demás son idiotas o unos pardillos. Ya no hablo de menores de edad a su cargo, sino de parejas establecidas. Pero aunque ejerzas el mayor control sobre tu pareja, nunca podrás evitar que haga lo que ha venido a hacer, y que no te siga queriendo como antes de sufrir tus números, tus celos y tus frases grotescas, que casi nunca se acercan a la realidad.

Los actos coercitivos, excluyentes y conminatorios, endurecen el alma del que los recibe, secan su corazón y agotan su amor.

Luego mucha gente se pregunta ¿Por qué mi marido se quiere separar de mí? ¿Por qué mi esposa ya no quiere hacer el amor conmigo? ¿Por qué mi pareja se muestra esquiva y agresiva? Se agostó el amor que algún día sintió por ti a base de sevicias, acosos y broncas sin sentido. Y, créeme, ese amor que se mustió, se ajó y se secó, nunca más va a volver a florecer. Y si te empeñas en que sea de otra manera, además de no conseguirlo, la situación empeorará muy peligrosamente. Esta es mi triste experiencia. Dixit.

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