Bonita época la que
estamos viviendo y la que nos toca vivir. Hemos asistido, no sin cierto temor,
a acontecimientos tremendos: tsunamis, terremotos devastadores, volcanes
amenazantes, guerras sin piedad, cambios de gobierno, erradicación de
doctrinas, pensamientos y dogmas; cambios de estrategias en los países para
lograr una absoluta sumisión de los ciudadanos; atentados en nombre de Alá –lo
que equivale a tomar el nombre de Dios para cometer millones de asesinatos–,
cambios de clima, sequías tremendas, hambrunas…No lo entiendo; no entiendo cómo
asistimos a toda esta serie de acontecimientos con cara de póker, como si
tuviéramos un as en la manga que nos proporcionara la patente de corso para
ganar cualquier clase de jugada.
Seguimos empecinados en
la idea de que Dios no existe, de que el signo del dólar es el actual faro que
guía al ser humano a ‘el dorado’. En nombre de Dios se cometen todo tipo de
atrocidades y, sin embargo, la humanidad se está perdiendo la fe o, cuanto menos,
nadie tiene clara la gran verdad que hará que reine algo todopoderoso en la
tierra. Los budistas adoran a Buda y sus verdades, los cristianos adoramos al
Dios del Evangelio, los protestantes fundan en La Biblia cualquier duda, los hinduistas
se miran en los textos védicos. Cada cual va a lo suyo guiados por la absurda
idea de que ‘alguien o algo’ les sacará, a última hora, cuando estén a punto de
precipitarse al vacío, de su marasmo mental. Nadie cree en sí mismo, nadie
actúa con criterio e independencia, nadie ha creído, ni cree en el hombre como
creación suprema de un Dios Mayor. Todos nos creemos hijos de un dios menor,
vengativo, caprichoso, autoritario, fan de sus creyentes y enemigo de los que
no creen en Él. ¿Qué padre sumiría a sus hijos en la incertidumbre, en el caos
mental que supone saber; creer, que si no seguimos fiel y escrupulosamente sus
doctrinas, sus mandatos, podemos perecer en el fuego eterno? ¿Quién sería capaz
de regalar a su hijo un automóvil lujoso para, inmediatamente prohibirle su uso
bajo la pena capital?
Yo, lo confieso en este
foro, creo en Dios; en un Dios Mayor que ha creado el Universo y ha dotado a
sus hijos con recursos suficientes para su sustento; que les ha dado el poder
de crear con su pensamiento, el poder de hacer algo de la nada, el poder de ser
felices con sus propios recursos, sin apoyarse en luminarias, escayolas o montajes
extraños. Pero también les ha dotado del poder de transformar esta vida en un
auténtico infierno para sus semejantes. El infierno en la Tierra. No está en
ningún otro lugar, no hay que esperar a dejar nuestro cuerpo para pasar de
plano y caer en el lugar destinado por Dios para aniquilar, mediante el fuego
devastador, a aquellos hijos suyos queridos, que no cumplan con sus mandatos, para
caer en el infierno. El verdadero infierno lo ha creado el hombre a base de egoísmo,
de jactancia, de orgullo, de necesidad de aparentar ser tan poderoso como el
Dios que lo creó. El fuego del infierno está aquí, no hay que buscarlo en
ningún otro lugar; el infierno es ahora en la Tierra, no hay que esperar al
momento de la muerte para dejar de creer en él.
¿Dónde está el temor de
Dios que impedía a la gente robar, asesinar, maltratar, humillar? ¿Dónde está
el Dios de nuestros padres? ¿Dónde el criterio, la bondad, la honradez, la
solidaridad, la caridad, el deseo de excelencia, la pulcritud y la
impecabilidad en nuestros actos, pensamientos y palabras? ¿Dónde la verdad?
Todo está en un lugar donde nunca se nos ocurrirá buscar, donde siempre ha
estado oculto como un tesoro, donde Dios lo guardó celosamente, para que sus
hijos lo encontraran siempre que quisieran; en un lugar cercano, caliente,
amoroso: En el interior de cada ser humano. Basta cerrar los ojos y no pensar,
para darte de bruces con la luz, lo sublime y con Dios.