lunes, 13 de junio de 2011

LAS COSAS DE LA VIDA






Si tuviera que plasmar en palabras lo que siento, no podría, tal es acúmulo de sensaciones extrañas y contradictorias que se suceden en mi vida en este momento. Unas veces quiero, otras no; hay días en los que me parece que todo puede mejorar, y otros en los que la situación me parece irreversible. Ya no hay vuelta atrás. Cuando algo termina, termina, sin más, y nos resistimos al nuevo estado por lo que tiene de nuevo y por el cambio de costumbres que supone. Que te cambien la cama y la almohada de la noche a la mañana, de una manera definitiva, no tiene explicación. Lo aguantas cuando te alojas momentáneamente en un hotel. ¡Va!, para dos noches aguantaremos con el cuello un poco tocado. Ya se me arreglará cuando recupere mi lecho. Cambiar de casa, a no ser porque te traslades a una mejor, es un trauma bastante gordo. Cambiar de ciudad, a no ser que no tengas más remedio, o que sea imprescindible para tu trabajo, no tienen ninguna gracia. Las mudanzas no son bien recibidas por los hombres, y solamente nos sostiene la esperanza en que el futuro será mejor. Pero ¿Si no hay futuro? ¿Si la situación, como he dicho es irreversible? ¿Qué pasa entonces? Que la gente enferma porque no sabe cómo gestionar la situación, ni lo que siente y se crea conflictos emocionales que tendría que identificar.

El cambio más traumático es perder de vista definitivamente a una persona; un abandono. Puede ser que tu mujer te cierre la puerta de su lecho; es posible que tu amante te abandone por otro más moderno y que fume porros; quizá una muerte repentina de un familiar. Cuando esto sucede y te quedas sólo, culpabilizas al que se ha ido porque te ha dejado plantado, de compañía, de charla, de rutina, de cama. Y esto no se puede perdonar. La mayoría de las personas no encajan el hecho de que sea el amigo, el amante, la mujer, o el pariente los que le abandonen. Que uno abandone al vecino tiene una explicación, pero lo contrario es una canallada.

Todo consiste en la cantidad de apegos que tenemos coleccionados en el cajón de nuestras preferencias. La ciudad, la casa, la cama, nuestro inodoro, nuestra familia, nuestros amigos, nuestra pareja, nuestro amante, nuestro coche, nuestros libros, nuestro ordenador, nuestros zapatos. Todos son apegos que algún día se traducirán en traumas cuando dejen de existir. Buda dijo que el dolor de la humanidad está causado por los deseos. Eliminamos los deseos y desaparece el sufrimiento. Pero es imposible vivir, andar, trabajar, amar, si no lo deseas. Traduciremos ‘deseo’ por apego, que es el deseo sin el cual yo puedo ser feliz. Pero no momentáneamente, sino nunca más de los jamases. En cuanto entendemos que este término no se sostiene y que es imposible que la pérdida de cualquier apego se lleve con ella nuestra completa y absoluta felicidad, entramos en la consideración de que los apegos son absurdos y que, tarde o temprano, nos proporcionarán una calentura, un llanto, un desasosiego, una enfermedad.

El apego viene dado por una mala interpretación del amor y de la posesión. Si comprendemos que en este mundo nada nos pertenece y que el único amor que cabe es el incondicional, y que venimos a este planeta solos y que nos vamos de él solos, tendríamos un tanto ganado. Después, completaría la labor vivir el momento completamente, sin pensar en el pasado ni en el futuro. ¡Cuidado que lo digo veces! Pues la mitad de los que lo leen, no se enteran, y la otra mitad lo critican y piensan que es una chorrada.
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