sábado, 29 de diciembre de 2012

EL HALCÓN REAL







En menos de una semana, una infección pulmonar se llevó por delante al jardinero real. El rey, desolado por la pérdida de su entrañable hacedor de maravillas florales, lo lloró durante dos meses y decretó luto en el reino durante seis.

A pesar de la pérdida, del dolor y del duelo, se impuso la cordura y, poco tiempo después, se mandaron emisarios a los cuatro puntos cardinales ofreciendo el puesto vacante. Después de una reñida selección, consiguió la victoria un experto mediterráneo.

Su habilidad con las flores, los arbustos, los setos, los parterres y los árboles era notoria y pronto se granjeó la confianza del rey y de los jardineros que tenía a su servicio.

Un buen día, durante un paseo por el dilatado espacio plagado de vegetación y maravillas, que correspondía a los jardines reales, vio en la rama de un sicómoro un pájaro para él desconocido.  Tenía el tamaño aproximado de una paloma, su traza parecida, pero exhibía unas alas mucho mayores, un pico curvo y unas garras dotadas de uñas puntiagudas y encorvadas con las que se aferraba a la rama del árbol. Evidentemente había topado con el halcón real, desconocido hasta entonces para él.

Acuciado por su celo profesional, se pertrechó de unas tijeras y volvió al sitio donde había encontrado aquella extraña paloma. No sin trabajo la bajó del árbol y con suma destreza y cuidado, la fue cortando las alas, las uñas y el pico. Una vez acabada su labor cosmética, se quedó mirando con admiración al halcón real y exclamo: «Ahora sí tienes aspecto de paloma. Tu antiguo cuidador te tenía muy descuidada»

¡Qué extraño cuento y qué bella enseñanza! El jardinero es cualquiera de las personas que actualmente deambulan por cualquier ciudad, acuciadas por las prisas, distraídas por sus pensamientos y aspiradas por el futuro y por el pasado. Trabajan, viven, comen, se relacionan y encuentran en sus vidas multitud de halcones desconocidos a los que pretenden cortar las alas, las garras y el pico, transformándolos en lo que ellos creen que deben ser las palomas, dóciles, sencillas, que vuelan, arrullan y luego vuelven al palomar.

Y cuando encuentran un halcón no entienden su vuelo, ni su aerodinámica, ni su rapidez, ni ninguna de las características que determinan su vida y su libertad. Y como se sienten amenazadas por algo que no conocen, se dedican a cortar alas, garras y picos, hasta convertir a los halcones en tímidas palomas, sometidas a los caprichos de su dueño y señor.

Por favor, no te dediques a cortar las alas a la gente, sobre todo a las mujeres de tu entorno, más puntualmente a la que has elegido como pareja. Déjala que vuele alto, que entre en picado y que se abalance sobre su presa con la velocidad que le proporciona su libertad. Deja sus alas como son, su pico como Dios le creó y sus garras como Él las fabricó para cumplir con sus fines. Deja al halcón que viva libre y que sienta su libertad.

El amor es libertad y la libertad genera amor. No te creas que por esclavizar a una mujer, por vigilarla, por fiscalizarla, por seguir sus pasos constantemente, por privarla de libertad, vas a conseguir, a ultranza, que te sea fiel, dócil y acomodada a tu manera de vivir. Esto no pasa nunca. La violencia genera violencia, y la libertad genera amor. Esclaviza a tu pareja y las gozará humillándote y cubriéndote la frente de apéndices óseos. Aunque no la apetezca, te será infiel, aunque sólo sea por pagarte tus arreglos de alas, garras y pico.

Deja al halcón ser como es. No trates de cortar sus alas, su pico y sus garras. Déjalo libre y te amará para siempre. Quítale las libertad y te odiará de por vida.


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