viernes, 19 de febrero de 2010

LA RECETA DE LA SEMANA

He aquí la segunda receta de mi libro. Se trata de una sopa de verduras y pasta con queso, que viene de perlas para estos días de frío invernal. Tomar nota:





SOPA CON PATATAS Y PASTA (Región del Lazio)

Ingredientes:

300 gramos de patatas cortadas en trocitos. 130 gramos de espaguetis rotos. 30 gramos de cebolla muy picada. 50 gramos de zanahoria muy picada. 30 gramos de apio triturado. 100 gramos de tomates cherry en trozos. 50 gramos de queso parmesano en trozos. 1cuchara de manteca de cerdo o mantequilla. 1 litro y medio de agua caliente. Un poco de hierba mejorana triturada. Sal.

Elaboración:

Hacer una mezcla con la manteca de cerdo o mantequilla y la mejorana, y echarla en una olla grande. Calentar. Añadir la cebolla, la zanahoria y el apio, y cocer durante 5 minutos a fuego lento, mezclándolo de vez en cuando. Añadir los trozos de patata, mezclar y, después de 5 minutos, verter los tomates. Dejar otros 5 minutos y añadir el agua caliente. Sazonar al gusto. Tapar la olla y cocer 35 minutos a fuego lento. Añadir los trozos de queso Parmesano y la pasta cortada. Cocer hasta que la pasta esté al dente.

Verter en cuencos y comer caliente. Una sopa económica y sencilla. Muy buena en los inviernos fríos. Acompañar con un buen tinto.


jueves, 18 de febrero de 2010

LA VIDA EN ZEN

Tengo multitud de amigos que me envían correos a diario. Como hace algunos años que nadie manda cartas por correo, con su sobre y su sello, más que los bancos y algún que otro acreedor, supongo que habréis entendido que se trata de correos electrónicos. Me trago cada bazofia de categoría, pero incluso así agradezco que se acuerden de mí. Algunos, sin embargo,  son muy buenos, y un par de ellos al mes merece la pena darlos a conocer y difundirlos para deleite del mayor número de personas posibles. He aquí uno de esos con categoría de excelentes. No puedo mandaros el soporte de las fotografías que los sostienen, pero lo ilustraré con otras ad hoc.

-        Los maestro pueden abrir la puerta, más sólo tú puedes entrar en el misterio.





-          Ten un proyecto de vida, pero estate abierto para percibir las señales del camino. Se flexible como las ramas de los árboles azotadas por el viento, así nadie podrá quebrarte.




-         Enciende un incienso. Él marcará el tiempo de tu meditación o cualquier actividad, y purificará el ambiente. Además, según los monjes budistas-zen, el humo proporciona bienestar a todos los seres, y eleva nuestro espíritu.


-         Ten a tu alcance un caja de arena con algunas piedras, y modifica a diario su disposición y el trazado de los surcos. Mover el jardín zen es una forma de aquietar la mente y constituye una metáfora de la vida: Todo está cambiando constantemente, un día es diferente a otro y tú puedes crear tu presente.


-         Cuando estés en una situación de conflicto en tu trabajo, o recibas una provocación, no reacciones de inmediato. Respira y presta atención, pues siempre existe una manera de resolver las cuestiones de una forma pacífica, con respeto, amorosamente. En caso contrario, entras en una sintonía de acciones y pensamientos negativos, dañinos para los demás y para ti mismo.


-         En el tráfico mantente  atento y gentil con los otros conductores. Cumple con la distancia y cede el paso. Si te alteran los atascos ten a mano música tranquila y algunos dulces. Eso te bajará la ansiedad y suavizarán tu enojo y tu impaciencia.


-         Simplemente sé lo que eres. Acepta tu cuerpo y tus pensamientos.


-           Acuérdate de mirar al cielo. Eso expande los límites de tu conciencia, y te recuerda que eres una pequeña parte del inmenso Universo, que está siempre en movimiento.



-        Al hablar utiliza palabras de cariño y respeto, pues estás delante de otro ser humano, sea quien fuere.
-     

    -   Reserva algún tiempo durante el que no hagas prácticamente nada. No pienses, no contemples, no desees cambios.
-      


-          En cada gesto cotidiano puedes descubrir nuevos placeres. Saborea el agua y cada alimento como un bien precioso, una fuente de energía vital. Y cuando estés comiendo o cocinando, no desperdicies nada.


-        Comienza el día sentándote con la columna recta en un asiento. Estate atento a tu respiración, a los latidos de tu corazón, a tus tensiones, a tus pensamientos. Quédate así durante algunos minutos, después respira hondo y sal al mundo dispuesto a aceptar el día como venga, como si fuera el primero de tu vida.


-         Vive el momento presente. El pasado ya se fue y el futuro aún no existe. El aquí y ahora es la única realidad que tienes.


-         Tu respiración tiene la virtud de cambiar rápidamente tu estado de ánimo. En situaciones de estrés, ansiedad, enfado, tristeza, calma tu respiración, respira hondo y profundo tres veces y ten en cuenta que todas las situaciones son pasajeras, que todo está en constante transformación y que, esa situación que tienes, también pasará.




-         Presta atención a todo lo que hagas y vive las acciones y comportamientos repetitivos como una nueva oportunidad de percibir la vida con más cuidado y amor.


¡Que Dios te bendiga en todos los momentos de tu vida!

martes, 16 de febrero de 2010

LAS IDEAS EN 'PACK'

Me inspira el comentario de hoy, un artículo, muy preciso, de Carmen Posadas, en el que dice que no la gusta el pensamiento en pack. Es decir. Una serie de ideas dispares, que juntas forman un pack indivisible inspirado por los partidos políticos. Por ejemplo, habla de que los de izquierdas –que cada vez son más de izquierdas- manejan y defienden el pack de estar a favor del aborto, de la ley de memoria histórica, de la retirada de crucifijos de las escuelas y lugares públicos y oficiales, de la causa saharaui, de la legalización de los inmigrantes y de la prohibición de la fiesta de los toros. Y los de derechas –que cada vez son más de derechas, en legítima defensa- apoyan encarnizadamente a los internautas que bajan ilegalmente cosas de internet, a favor de endurecer las penas para los delincuentes menores de edad; aparte de estar en contra de todo lo que están a favor las izquierdas. Y Carmen se pregunta: ¿y es que una persona no puede tener criterio y estar a favor de la ley de memoria histórica y en contra de la ley del aborto? Eso sería la consecuencia lógica de una buena educación en valores humanos, de un estricto control de actitudes frente a los docentes, de una racional dosificación de los placeres permitidos, y de un endurecimiento de las condiciones escolares para, entre otras cosas, aumentar la excelencia y la calidad de la cultura. Pero desde la constitución del primer gobierno socialista en el año 1982 –hace casi 30 años; es decir, casi dos generaciones- una de las cosas que emprendieron con gran virulencia fue la reforma de la enseñanza, para, gradualmente, robar la impecabilidad de la cabeza de los jóvenes que, unos años después, iban  tener derecho a votar a aquellos que les habían regalado las libertades que les empezaban a permitir hablar de tú a sus educadores, insultar a sus padres, fumar droga en la mayor impunidad y cometer la felonía de  practicar el coito pleno, y sin precauciones ni medir las consecuencias, cada vez a más temprana edad. Sé, de muy buena tinta, que hoy en día las niñas comienzan sus relaciones sexuales entre los 12 y los 14 años. Y ahora el tren ha descarrilado de la vía de la decencia para caer, machacado, a un lado de la insensatez, con la permisividad de poder abortar sin consentimiento paterno a los 16 años, o tomar una píldora, autorizada por sanidad, que, según los entendidos es una bomba hormonal, que puede estallar en cualquier cría adolescente,  provocando un cataclismo endocrino. Pero el pensamiento hodierno es que los niños van sobrados y lo tienen todo controlado, porque se sienten arropados por las leyes promulgadas, a quema ropa, por unos mentecatos, zopencos, ignaros, corifeos sin mérito alguno de todos estos jóvenes que le hacen una mamola a sus padres y a sus superiores en cuanto osan oponerse a sus insensateces.


Una persona en posesión de un criterio apoyado en el estudio de humanidades, filosofía y religiones comparadas, tiene la libertad plena de decidir qué le gusta y qué no; puede discriminar entre una persona que miente y una que exhala sinceridad a varias leguas de distancia, y es extraño que le metan gato por liebre: Y si se lo meten una vez, a la próxima están tan avisados como un toro muy capeado, que va al bulto. Y los comentaristas, periodistas y políticos de uno y otro bando se deben a la mamandurria y al criterio, ya antañón de: el que se mueve no sale en la foto. A la consigna de: ¡Todos a chupar del bote! Se unen los inútiles que están viviendo a costa de los que han elaborado el pack, por su víscera atea, anticlerical, anticristiana y anticultural, que han inventado la manera –y lo están consiguiendo- de amaestrar y teledirigir a la juventud votante, a las mujeres  -con las que están cometiendo la mayor canallada de la historia haciéndolas creer que son capaces de cualquier cosa que pueda hacer un hombre, incluso dar por el culo al prójimo - , a los emigrantes que, de un día a otro –ya falta muy poco- podrán votar al que les ha dejado entrar en España para robar, extorsionar, atracar, ensuciar, prevalecer en sus ideas y en sus religiones –cuando a nosotros no se nos permite montar un confesionario en ningún país del islam- y violar a niñas indefensas,  a los políticos correligionarios y contrarios que esperan un trato de favor si se pliegan a las injerencias y manejos del partido en el poder, a los periodistas, la mayoría de los cuales viven de los periódicos que, a su vez, viven de los partidos políticos y de la gente que los vota, etc. No hay en España, ya, nadie que sea independiente; quedamos doce o trece y se ríen de nosotros que se parten el culo. Pero hay que ser muy ingenuo para no ver el panorama desde el puente y para preguntarse el porqué de ciertas cosas que ya transcienden.

Como dice Carlos Herrera, por la pluma de Javier Perez-Reverte: “Si a este país llega un tonto más, nos caemos todos al agua”.

LOS LAPSUS MENTALES O CÓMO NO CAER EN LAS GARRAS DE LA JUSTICIA

(Dedicado a mi amigo José Luis Varillas)


Me dejé caer hacia tras en la cama desarmado; como si me hubieran cortado las jarcias y los obenques. Mi respiración estaba agitada y mis pulsaciones se hacían evidentes en mis sienes. Temblaba  nervioso. La situación era indeseable, insoportable. Pensé en los motivos que me habían conducido al desastre final. Ninguna de las circunstancias habían sido provocadas por una mala idea, maniobra o acción, que pudieran resultar punibles a los ojos de la mayoría de la gente con la que convivía. Estaba acostumbrado a caer en la cama con la satisfacción del deber cumplido y con ausencia de cuentas pendientes. Simplemente gozaba del acogimiento de mi lecho, me arrebujaba entre las sábanas y el edredón y empezaba a recitar mentalmente mi mantra favorito. De ahí al sueño plácido y reparador, no era consciente del tiempo que transcurría; nada. Entraba en el sopor y ya se iban los pensamientos, hasta que los recuperaba con alguna escena onírica que me hacía vivir alguna situación diferente a lo acostumbrado, en la que se colaban personajes, actitudes y deseos que no eran frecuentes en la vigilia de cada día. Al despertar, paz. Nunca permanecía más de diez minutos en la cama sin verme impelido a levantarme. Reanudaba la actividad del día a día, como de costumbre, pensando, exclusivamente, en las ocupaciones de cada instante.

Las circunstancias me habían condenado a no poder ejercer algunos de los derechos de los que gozaba cualquier ciudadano: La tranquilidad del final; el descanso merecido; las vacaciones en el estío; el hoy voy a hacer lo que me apetezca: “¿María José, qué me va a apetecer hacer hoy?; el abandono en el sofá del salón, entre cojines, viendo pasar imágenes en la pantalla, sin intención de juzgarlas; el pasear plácidamente y pararte donde y cuando te apetece, aunque sea a ver cómo trabajan los demás; la falta de obligaciones, el cumplir a capricho las devociones; el hoy no trabajo porque no me mola.
Tenía que currar todos los días laborables, de todas las semanas, de todos los meses, de todo el año, para poder seguir viviendo sin echarme encima todo el poder de la justicia. Era una situación cafquiana en la que no podía permitirme el lujo de ponerme enfermo; en la que no podía pensar, ni por lo más remoto, en largarme de vacaciones siete días al año ¿qué digo? Ni un solo día de una sola semana. En la que no se me podía pasar por la imaginación no trabajar un día, para darme el placer de ejercer alguna de aquellos derechos que tiene todo jubilado. Yo lo estaba, pero sólo en teoría, de nombre, y por la pensión. Mi trabajo es, una vez inmerso en el periodo de retiro laboral -en el que no debía de desempeñar mi actividad, sino por capricho y por afición-, ver a pacientes de compañías de seguros médicos, con las que mantengo un contrato de “prestación de servicios” que, para facilitar su comprensión, es una actividad de: tú tienes todas las obligaciones y nosotros todos los derechos; si no trabajas no cobras, y te podemos mandar a hacer puñetas cuando nos apetezca con el simple requisito de avisarte con una prudente antelación. De privados ni lo menciono. Hoy día la gente se gasta mejor el dinero en una comanda en un restaurador, donde va a comer “lomitos de perlan a la salsa de jengibre”, “Endives rustidas con Roquefort” y “Suprema de gamo a la moda de Frankfourt”, que en la consulta de un especialista que le va a ayudar a vivir mejor con sus problemas.
El dinero de la pensión no me llega para pasarle todos los meses la cantidad que, por decreto de la justicia, la tengo que endosar en su cuenta corriente, a mi primera esposa de la que me jubilé hace trece años. Con el dinero de las compañías tengo que pagar la hipoteca de la casa donde vivo con mi segunda mujer, y todos lo gasto fijos que eso conlleva de luz, agua, gas, etc. De gastos suntuarios, ninguno. Tengo que comer y, además, una parte sustancial tengo que añadirla al dinero de la jubilación para completar el zurrón para la “primera”. Todo esto quiere decir que estoy obligado, por la justicia, a tener que trabajar para las compañías por decreto, para poder vivir y pasarle la pastizarra a la “ex”. Pero tengo que trabajar todos los días laborales del año, y algunos festivos, para poder cubrir sus necesidades. Si no pago un mes, la justicia cae sobre mí con todo su rigor. Si no pago tres, me hipotecan la pensión, y si dejo de trabajar y de tener ingresos fuera de la jubilación, estarían obligados a darle a la “ex” la mitad. Con la otra mitad –mil euros escasos- tendría que pagar la hipoteca de la casa, todos los gastos domésticos y comer. Esto equivaldría a tener que vender el automóvil, comprado de segunda mano, que poseo, vender la casa –si se puede en estos tiempos- y alquilar un apartamento, y condenarme a una vida miserable después de haber trabajado 45 años para la sociedad.


El pecho me pesaba; me di la vuelta. Como un aleteo de mil pájaros, me vino a la mete en ese preciso instante, como si al rodar sobre mí se hubiera movido algo dentro de mi cerebro, la situación del conductor del rhiscka de Nueva Delhi: Todo el día acarreando turistas de acá para allá, con una humedad relativa de un 70% y una temperatura de 40 grados, no son lo mejor para el funcionamiento pulmonar. Todos acaban tuberculosos. Hicimos amistad con uno de aquellos parias y le preguntamos por sus circunstancias. Refirió que estaba casado y que tenía dos hijos trabajadores como él. A las preguntas de si no le gustaría vivir mejor y dar algunas comodidades a su familia, nos respondió con parsimonia y tranquilidad; con esa pachorra de las gentes de India: “Yo hago lo que puedo y lo que sé. Lo demás está en manos de Dios”. En ese momento cambié el chip y repetí la frase mentalmente hasta veinte veces. Al final de la veinte: “Yo hago lo que puedo y lo que sé. Lo demás está en manos de Dios”, se normalizó el ritmo de mi respiración, se sosegó mi corazón y me quedé plácidamente dormido. Al despertar volví a dedicarme, como tenía por costumbre, a dar gracias a Dios de lo que tenía y a vivir el momento.


Ya no existe para mí la justicia, ni el criterio de los jueces, ni la pasta, ni las obligaciones, sólo el momento que me ocupa. Respiro hondo con el mantra en mi mente, y emprendo mi tarea de cada día.
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