lunes, 4 de octubre de 2010

SEGUNDAS OPORTUNIDADES




Abro una revista semanal y, de sopetón, me hace una pregunta que me resulta sugerente: Si tuvieses otra oportunidad ¿Buscarías a tu verdadero amor? Se trata de la publicidad de una película titulada Cartas a Julieta, del director Gary Winick que, entre otras cosas no me suena ninguna de sus películas anteriores. Lo que si me choca es que esté licenciado en Filosofía y Letras, con un ‘master’ en la misma especialidad, y todavía no sepa que los supuestos son falsos y que todo depende de nuestros pactos con el Universo –lo llamo así porque tiene todos los nombres y, a la vez, es el innombrable– ¿De qué sirve contestar, sí, a la pregunta? ¿De qué me vale esta pirueta mental? Absolutamente de nada. La propuesta está bien para hacer pensar al humano que todavía no sabe que no existen las ‘segundas oportunidades’. Que lo que él llama segunda oportunidad, en realidad no es la segunda, es una de las miles de que gozamos para ir enderezando nuestro caótico sistema de pensamiento.

Pero, está bien. Tiene que haber de todo mientras aprendes. En realidad estas ideas son de preescolar, pero están bien…¿Qué es el amor? Me pregunto poniendo mi pupila en tu pupila azul. ¿Quién sabe qué es el amor? Quizá la fuerza de cohesión que liga todo lo visible y lo invisible. Puede que ese sentimiento que hace que nos unamos entre sí y que nos separemos para unirnos a otras ‘moléculas’. Esa fuerza que hace surgir, como de la nada, las flores en el campo, los sentimientos en la gente y la furia desatada de la naturaleza. Esa fuerza capaz de enajenarnos y privarnos del poco seso que poseemos.

En fin. El amor lo es todo y no es nada. Y como rezaba la leyenda del templo de Apolo en Delfos: “Hombre: conócete a ti mismo (nosce te ipsum) y conocerás el mundo y sus dioses”. Debemos argumentar: Hombre: ámate a ti mismo, y conocerás la paz y la tranquilidad. No se trata, en modo alguno, de un concepto nihilista que rechaza la idea de amar a los demás. Sólo es una traducción, que se ajusta más a la realidad de la frase evangélica: “Ama al prójimo como a ti mismo”. Hago notar que antepone el ti mismo, a prójimo. Esto quiere decir, es muy simple y está bien traído, que, mal vas a amar a tu prójimo si no te amas a ti mismo. Y, si te amas a ti mismo ¿qué necesidad tienes de perder la chaveta por alguien, en principio, ajeno a tu persona?

¡Qué manía humana la de considerar imprescindible el encontrar el amor de nuestra vida! Lógicamente el amor de mi vida soy yo; y debo de amarme para llegar a comprender, de lejos, lo que significa el amor. Y amándome, comprenderé lo que es amar a Dios sobre todas las cosas, puesto que estoy moldeado a Su imagen y semejanza.

Y el amor de sí mismo es lo más parecido al amor incondicional. A mí mismo no me pongo condiciones, ni ignoro mis intenciones, ni desconozco mis más íntimos vicios y mis más abiertos placeres. No me engaño, ni persigo motivos espurios. Soy yo, y me debo de conocer al dedillo. Y el que no se conozca a sí mismo, que aprenda, porque esa es la base del argumento.

“Si tuvieses otra oportunidad ¿Buscarías a tu verdadero amor?” Pues, no. La próxima ya la tengo programada: Buscaré a Dios en mi interior y lo adoraré para poder adorarle en todas sus criaturas. Amén.

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