martes, 25 de octubre de 2011

LA TIRANÍA DEL SER HUMANO





En la no muy lejana época de la esclavitud, un hombre se erigía, por derecho divino, en propietario de otro hombre; de otro ser humano con los mismos componentes físicos y emocionales; un ser humano que sentía y padecía, que sufría dolores y cuyo corazón ardía de amor; que tenía, en suma, calidad de único e indivisible, hecho a imagen y semejanza de su Creador.

Muchos piensan que afortunadamente pasó aquel periodo, pero están equivocados en su apreciación. Cualquier forma de tiranía sobre la mente y sobre el cuerpo de un ser humano es esclavitud velada, aceptada por la sociedad de la mayoría de los países del orbe. El contrato matrimonial, oficial o tácito, confiere a la pareja una suerte de patente de corso para ejercer opresión, abuso o imposición sobre el hombre o mujer con el que comparten su vida. La esposa o el marido se creen con derecho a esclavizar al otro miembro de la pareja. Decidir lo que deben pensar, hacer o decir, con quién debe hablar, o a quién debe amar.

No existe ninguna justificación para este comportamiento. Ningún hombre tiene derecho a sojuzgar a otro hombre independientemente de su sexo, raza o condición. Ni siquiera intentando tapar su barbarie con la capa del estado alterado de conciencia y la enajenación mental que pueden provocar los celos, que se trata de una forma de complejo de inferioridad y de una muy baja autoestima, que fuerza a uno de los miembros de la pareja a querer evitar a toda costa que su cónyuge establezca ningún tipo de relación con seres humanos de su entorno, con o sin ninguna intención de llegar a un contacto carnal, simplemente con la intención ensanchar su círculo de relaciones para aprender, o crecer humana o espiritualmente.

No pueden aguantar la idea de que una relación suponga un agravio comparativo con su forma de actuar humana o sexual.

Nadie tiene derecho a obligar a nadie a decir, hacer o pensar lo que él, con arreglo a su educación social, religiosa o política, cree que la gente debe pensar, hacer o decir. Y menos aún tiene derecho a someter al prójimo a sus indagaciones, pesquisas o control.

“Lo hago por tu bien”, es una frase célebre que intenta justificar el maltrato físico o psíquico hacia una persona con la que se convive. Nace de la prepotencia del que ejerce el control y de la creencia de que los demás son idiotas o unos pardillos. Ya no hablo de menores de edad a su cargo, sino de parejas establecidas. Pero aunque ejerzas el mayor control sobre tu pareja, nunca podrás evitar que haga lo que ha venido a hacer, y que no te siga queriendo como antes de sufrir tus números, tus celos y tus frases grotescas, que casi nunca se acercan a la realidad.

Los actos coercitivos, excluyentes y conminatorios, endurecen el alma del que los recibe, secan su corazón y agotan su amor.

Luego mucha gente se pregunta ¿Por qué mi marido se quiere separar de mí? ¿Por qué mi esposa ya no quiere hacer el amor conmigo? ¿Por qué mi pareja se muestra esquiva y agresiva? Se agostó el amor que algún día sintió por ti a base de sevicias, acosos y broncas sin sentido. Y, créeme, ese amor que se mustió, se ajó y se secó, nunca más va a volver a florecer. Y si te empeñas en que sea de otra manera, además de no conseguirlo, la situación empeorará muy peligrosamente. Esta es mi triste experiencia. Dixit.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...