lunes, 14 de noviembre de 2011

EL PERFUME




Jean Baptiste Grenouille es, debido a su prodigioso sentido del olfato, el mejor ‘nariz’ y creador de perfumes del mundo. Sin embargo es un ser grotesco, deforme y repulsivo a los ojos de las mujeres. Como venganza a tanta ofensa sufrida a causa de su aspecto físico, su lengua estropajosa y sus pocas luces mentales, elabora un raro perfume que subyuga la voluntad del que lo huele. Con esta añagaza consigue el favor de las damas y el dominio de los poderosos. Existe, sin embargo, un pequeño problema: para conseguir el principio elemental de la arrebatadora fragancia, son necesarios los fluidos vaginales de jovencitas vírgenes. Y para ello el perfumista no duda en convertirse en un obsesivo, cruel y despiadado asesino.

Al igual que este extraño personaje, existen en la actualidad individuos famosos por una sola de sus cualidades, pero cojean de todas las demás. Han elaborado, no obstante, un extraño perfume que enloquece al que lo aspira. Y, como la novela, las gentes se rinden a su influjo. Carecen de cualquier mérito, no tienen otro, pero lo que hacen, aunque sólo proporcione sensaciones al público, son, al parecer tan intensas, que resultan afrodisíacas. Pero no se olvide que, igual que Jean Baptiste, estos individuos monotemáticos, y absolutamente polarizados por sus habilidades físicas, pueden encerrar en su interior grandes asesinos sociales, ya que enfrentan, hasta el aniquilamiento, a sus seguidores acérrimos contra aquellos que no ven en ellos más que puro músculo sin un ápice de sentido mental.

Me apetecen más los hombres del renacimiento, aquellos personajes del siglo XV – XVI, que revolucionaron las artes y las ciencias y que fueron la punta de lanza de grandes logros para la humanidad y para su desarrollo. Nada que ver con estos deportistas que deben su fama y su muy cuantiosa fortuna a sus poderosos músculos y a su inteligencia para burlar a los contrarios y para fingir afrentas que castiguen a sus oponentes.

Abramos los ojos a realidad de los hechos. El futbol mueve pasiones, pero las pasiones generan conflictos, odios y enfrentamientos. ¿Por qué no adoramos, simplemente, en vez de dar la vida y luchar por ellos? ¿Merece la pena? ¿Quién es el responsable de esta manera de querer y de actuar? Sencillamente la caída en picado de la escala de valores, del interés por la obra bien hecha, de la búsqueda de la excelencia, de la disciplina espartana, de la educación, del bien hablar, del bien hacer y del bien pensar.

Tirando del hilo posiblemente se encontrasen las causas últimas del desaguisado. No quiero saberlas; respeto el propósito del que ha muñido este estado de cosas, y de su tempo. Entre otras consideraciones me lo he creado yo, y, naturalmente ustedes, que tan amablemente me están leyendo.



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