lunes, 1 de abril de 2013

NIÑOS CON AMOR




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-         - ¿Abuelo, tú eres feliz?
-        -  Pues…a veces. Unas veces más y otras menos; unas veces sí y otras no. ¿Por qué lo preguntas?
-        -  Por nada. ¡Es que yo soy completamente feliz!

Esto es una conversación corta entre un niño de cinco años y su abuelo. Después, el abuelo llamó a su hija (madre del niño) para contarle la feliz nueva: Montse, te llamo para decirte que tu hijo es “completamente feliz”.

Fenomenal que un niño de tan corta edad, no sólo haga esa pregunta tan madura, sino que se juzgue como ‘Completamente feliz’. Razones tiene. Sus padres nunca le chillan, siempre razonan con él antes de obligarle. Nunca le previenen de los peligros cuando no los hay, nunca le insultan. Un niño, en los tiempos que corren, en los que lo primero que le ocurre al padre es decir lindezas como: “Aparta de ahí que te pego un bofetón”. O: “Cállate, estúpido ¡Qué sabrás tú de esto!”…

¿Qué hacemos con los niños? ¿Qué estamos haciendo con ellos? Trabajamos todo el día para darles de comer y para pagarles el colegio y luego les maltratamos con chillidos, exabruptos, malas palabras o bofetadas ¿Por qué? ¿Vertemos nuestras frustraciones en los pobres críos, que no saben por dónde les vienen los tiros? ¿Por qué no contamos hasta cien antes de soltar el sopapo?

¿Qué hacemos con los críos? ¿Les dejamos que chillen, digan palabrotas e insulten a los mayores, y les reímos las gracias? ¿Queremos que luego, al ser mayores dejen de hacer lo que gratuitamente les hemos estado permitiendo? Parece que ambos párrafos son un contrasentido, pero no lo son en modo alguno. Nunca se debe corregir con la violencia y con los gritos, pero sí con normas, barreras y límites. Un crío no puede cometer un desafuero a menos que lo pague con la privación de lo que más le gusta: TV, consola, play o similares. Y debe de estar enterado que cualquier salida de tono tiene como consecuencia un castigo. Pero hemos de hacerle notar que no le castigamos nosotros sino él, que sabe, de antemano, a qué atenerse.

¿Qué hacemos privándoles del amor al que tienen derecho? Las normas, los límites y las barreras pueden ser tan amorosas como un abrazo, un beso o una frase de adulación merecida. Reprenderles con frases como: ¿Cómo tú, siendo tan bueno y tan inteligente, has podido cometer el error de pegar a tu hermano menor? O: ¡Has suspendido cuatro asignaturas esta evaluación! Fíjate lo mucho que puedes mejorar. Si te esfuerzas sólo un poco, con tu inteligencia puedes aprobarlas todas. Yo te ayudaré, no lo dudes…, es acostumbrarles a la reflexión y al amor. Cuando sean mayores nos lo agradecerán con creces y nos amarán igual que les hemos amado. Y, es más, ellos harán lo mismo con sus hijos.


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