miércoles, 12 de marzo de 2014



EDU
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             -   «Podíais hacerme un gran favor» –oí a través del teléfono– Acabo de comprar un gato, Maine  Coon, que es una auténtica maravilla. Lo he conseguido en unos criadores de Valladolid ¿Pasáis a por él y me lo traéis?

 -        -  Encantados. Hablamos.



Era obligatorio pasar por Valladolid para ir a Madrid, así que quedamos con el criador de gatos para el sábado. Mi pareja tiene suficiente experiencia en el traslado de estos animales, así que pensamos que nuestro automóvil –escaso en capacidad– podría ser un hándicap. Los gatos en los viajes son un poco coñacito, la verdad: Se mueven constantemente en su trasportín, maúllan incesantemente, se ponen histéricos, se marean, se mean…En fin, una delicia. No obstante nos aprestamos a arrostrar todos los inconvenientes por complacer a mi hermana.

Llegamos a Valladolid, encontramos el chalet gracias al ton-ton, y una vez allí y antes de tocar el timbre, le hicimos una llamada telefónica para prevenirle de nuestra llegada, norma muy práctica para evitar sorpresas. Luismi es un chaval –y le trato así porque es bastante más joven que yo– majo, buen conversador y enamorado de los gatos. En cuanto llegamos nos empezó a enseñar las fantásticas instalaciones que había montado para tener en cada una un mínimo de seis gatos, divididos por sexos o por razas. Todo impoluto.

Después de vendernos el artículo, nos llevó a la cocina donde estaba Edu jugando con uno de sus hijos. Al ver la puerta de la libertad abierta, se escapó de la cocina escaleras arriba y hubo que convencerle para que volviera a bajar. Luismi nos leyó, íntegro, el ‘manual de instrucciones’ y se aseguró de que lo habíamos entendido. Metió al gato en su trasportín –bastante escaso por cierto– le cerró la puerta, cobró y nos acompañó hasta el automóvil.

 De momento, para iniciar el viaje, le colocamos en el exiguo espacio trasero que dejan los asientos de adelante. Allí se quedó, tranquilo, mirando a través de los barrotes. Sorprendidos por su relajación y por su silencio, Marta se decidió a abrirle la puerta. Salió sin prisas y se acomodó debajo de los asientos. Se dejaba acariciar de poco en poco y Marta le hablaba frecuentemente, no para tranquilizarle, sino para trasmitirse con él.

Al rato intentó cogerlo y acomodarlo en su regazo. La maniobra no le costó ningún esfuerzo y el gatazo no protestó en modo alguno. Se lo puso encima y desde allí empezó a mirar complacido la carretera y los coches que pasaban cerca de nosotros. Ni un suspiro, ni un murmullo, nada. Allí viajó plácidamente hasta que se le ocurrió, cuando llegamos a las casetas del peaje de la autopista, ponerse de pie y acercase a mí para olisquearme, hasta que Marta me le quitó de encima. No porque me molestase, sino por el peligro que podía entrañar conducir con un gatazo encima.

Así de sorprendente transcurrió el viaje hasta que llegamos a Somosaguas Norte. Abrimos la cancela de acceso a la finca con el mando a distancia y anduvimos los escasos 100 metros que transcurren, en suave cuesta ascendente, hasta la casa. Marta cogió al gato en brazos. Entramos a la casa por la puerta que da directamente a la cocina, sin avisar, para dar una sorpresa a María Elena.

Cuando nos vio se le puso una sonrisa de oreja a oreja, nos saludó desde lejos y vino corriendo a ver a Edu. No contábamos con la jauría: Fredy. Polka y los tres Shih Tzu. Inmediatamente vinieron a saludarnos, pero esta vez más atraídos por Edu que por nuestra presencia. Empezaron a saltar para ver qué cosa extraña traía Marta en brazos.

Edu es un gatazo de mucho cuidado. Es amable, cariñoso y tranquilo, pero no se le puede pedir que aguante a cinco perros saltando, aunque sea para jugar con él. El caso es que el pobre animal se puso a bufar y, en su intento de huir le dio un arañazo a Marta a un centímetro escaso de la esclerótica. Y como tiene unas uñas en puntas, jamás cortadas en sus escasos 8 meses de vida, le produjo una pequeña hemorragia.

María Elena cogió a Edu en brazos y, no sin dificultades, metió a los perros en un lugar donde no pudieran relacionarse con él, de momento. Estuvo huidizo –naturalmente– y en cuanto mi hermana lo llevó a su dormitorio, se metió debajo de la cama.

Como los perros duermen con mi hermana, y para evitar males mayores, nos lo llevamos a dormir a nuestra habitación. Naturalmente es un cachorro, y los cachorros son muy pelmazos. Se pasó toda la noche subiendo y bajando de la cama, olisqueando por aquí y por allá y jugando con los objetos que había encima de las mesillas.

Al día siguiente lo dejamos en la habitación, con la pretensión de ir relacionándole con los diferentes animales de la manada de la que, en lo sucesivo, iba a formar parte. El primer día, Sugar, subrepticiamente se coló en el dormitorio y estuvieron  observándose, a una prudencial distancia, durante todo el día. Como inicio de una relación no estaba mal. Al otro día mi hermana empezó a entrar, le acarició y le habló.

Nos molestó bastante tenernos que ir al pueblín dejando la cosa a medio hacer, pero las circunstancias obligan a muchas cosas que no nos gustan.

Desde aquel día mi hermana me comunica, vía teléfono, las novedades. Al principio se mostró huidizo y huraño. Escogió, como refugio, un gabanero que hay a la entrada. De allí muy raramente salía, hasta el punto de que decidió llevarle la comida y la arena. Luego, poco a poco, cuando le dio la gana –es un gato al fin y al cabo– fue saliendo y relacionándose. Lo primero que hizo, cuando se cansó de lamer sus ‘pupas’, fue comer abundantemente; después empezó a salir, y, por último, perdió la timidez y, ahora, ya duerme al lado de Fredy.

Deseamos volver a Madrid para ver si nos reconoce. Sería muy bonito para nosotros que así lo hiciera. Es un gatazo precioso y de lo más noble que he visto.

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