¡Los pájaros cantan, las nubes se levantan, achupé,
achupé, sentadito me quedé…! Todo estupendo, todo maravilloso. Lo que hay que
hacer es relajarse y dejar que te cale la lluvia, sin ni siquiera hacer la
intención de protegerte debajo de un paraguas. La lluvia no va a dejar de caer
por mucho que tú lo quieras, o te moleste. La lluvia no cae siempre a gusto de
todos, cierto, pero el ser humano tiende a la comodidad, a la paz, a la
tranquilidad, al confort. Y para conseguirlo empezará por quejarse y denunciar
aquello que le enoja o le perturba, porque además, el ser humano piensa que si
a él le fastidia ‘algo’, también habrá más humanos a los que igualmente les mortifique.
Pero está visto, y es público y notorio, que al paso que va la burra y con
vampiros chupadores de sangre volando por todas partes como plaga bíblica, el
intentar despertar a los semejantes para que, todos juntos, nos movamos hacia
una actuación práctica, es como luchar contra molinos de viento. Y,
efectivamente, yo, todos, tenemos motivos de regocijo por encima de estos hijos
de puta que intentan amargarnos la vida. ¡Vaya, ya volví a caer! Pero, digo yo,
que de seguir metiendo la cabeza en un hoyo de la tierra, e imaginar que ya no
existe el peligro, cosa que es muy pueril o muy ‘animal’, nos van a poner el
culo como el bebedero de un pato. ¡Pica, pica, que hasta que llegues al cerebro…!
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