sábado, 14 de noviembre de 2009

LO MEJOR ES ENEMIGO DE LO BUENO


LO MEJOR ES ENEMIGO DE LO BUENO

14.11.09


Esta frase, por otra parte bien construida y sonora donde las haya, la creó un neurólogo para consolar a los pacientes mediocres. Sigmund Froid dijo: “He sido un hombre afortunado en la vida. Nada me fue fácil” Y debió de pensar: “Si no facilito las cosas a mis pacientes, lo van a pasar fatal, porque no son tan inteligentes como yo mismo”.

Al grito de: “Mediocres del mundo, uníos” los partidarios de lo bueno, dejaron de buscar denodadamente lo mejor, y eligieron (entre otros modus vivendi) la carrera política, en la que, estaban muy seguros, no se les iba a exigir un cumplimiento impecable de sus obligaciones, ni una búsqueda de la excelencia, ni se les juzgaría por realizar de una manera pésima su trabajo. Se instalaron, desde aquel momento, en las cualidades que podían cubrir ocasiones y momentos con frases, unas veces grandilocuentes, otras campanudas y las más, vacías, que no iban a servir más que para eso: para salir del paso sin ninguna obligación de cumplir sus promesas. Una mediocridad palmaria, a todas luces permitida por aquellos que se ven reflejados en la medianía y en el adocenamiento, pero inservible para lograr metas, construir futuros y arribar a buen término.

El género humano es perfecto en su concepción (fue creado por Dios), e ilimitado en su creatividad (Dios lo hizo creador, a Su imagen y semejanza). Pero hay una única pega que hace que el ser humano sea mediocre: No cree en sus capacidades. Se arrellana, por tanto, en el cojín de la comodidad y, cada día con más ahínco, se conforma con dejar pasar los minutos rascándose la barriga como los monos. Por, no sé qué espurias intenciones, cada vez se exige menos a la juventud. Y la juventud responde con una total desidia, desprecio y apatía. “Dame un ser humano; déjame educarlo a mi manera, y lo transformaré en un superhombre” Esta frase es similar a: “Dame un punto de apoyo y moveré el mundo”. Por eso los que deciden, se han opuesto siempre a la excelencia, a la educación integral y al cultivo de los valores morales.

Con una ingenuidad infantil, un tertuliano escritor de fortuna, inteligente y muy conservador, decía el otro día: “Si se exige un código ético en la clase política, llegaría un momento en el que les aburriría y dejarían de practicarlo. Porque estamos inmersos en una absoluta amoralidad. La sociedad es amoral y, por tanto, dudo de la regeneración…” “Pero ¿Quién tiene la culpa de la amoralidad de la sociedad?” –preguntó el profesor- “La clase dirigente que, creando una sociedad inmoral y amoral, se ve arropada y validada para hacer de su capa un sayo” –contestó con convicción de lo que decía un alumno aventajado. “¿Y cuántos políticos son amorales dentro del gobierno y de la oposición, y del resto de los partidos?” –inquirió una tertuliana- “Todos” –respondió el que había lanzado la bomba en medio de la sala.

Cuando el individuo que forma parte de la sociedad, no ha sido educado con responsabilidad, ética y estética. No puede responder con responsabilidad a ningún llamado de la vida. Y ¿Qué es responsabilidad? Es, solamente: Responder con habilidad. Y yo añadiría: Y con ética y con moral. ¿Por qué? Porque estas cualidades son las que llevan a la sociedad al éxito, a la convivencia, a la solidaridad (antes caridad) y al cumplimiento de los valores, que son fundamentales para el desarrollo de las relaciones.

En mi época se nos exigía mucho en el colegio. Yo fui a los maristas de Fuencarral, y allí, no solamente nos pedían lo mejor, sino que lo fomentaban. Desde los cursos inferiores, todo el día inculcaban la superación del ser humano. Frecuentemente se organizaban certámenes de dibujo, de declamación, expresión oral, gimnasia…Cuando se acercaban las fiestas de San José (Así se llamaba el colegio) ya se preparaban los eventos, muy elaborados y muy cuidados. Me acuerdo de una representación de los alumnos en la que yo intervine, en el cine Paz, justo enfrente de la entrada principal del colegio. Hacíamos una puesta en escena de cuadros de zarzuelas famosas. Y había que ver con que profesionalidad actuaban mis compañeros. ¡Qué gallardía y que instinto de superación! Cuando veo los fines de curso de los colegios americanos, se me caen los palos del sombrajo comparándolos con los españoles. Allí se superan, hacen de los críos verdaderos profesionales que cantan, bailan y actúan con todo su corazón. Nada que ver con los bodrios y esperpentos que montan aquí para salir del paso.

A los críos hay que exigirles mucho. Los niños tienen una alta capacidad de respuesta a la exigencia. Responden con sus mejores registros si se les pulsa el bordón de la forma adecuada. Ahora, si se les deja a su aire; si se les pide cada vez menos, y si pasan de curso con cinco signaturas pendientes, en lo que se van a convertir es en mediocres, cazurros, viciosos, y seguros de que es mejor hacer las cosas bien que muy bien. Y en esta vida, como decía mi bisabuelo, no hay más que dos maneras de hacer las cosas: Muy bien y muy bien.

Como ven, una cosa se solapa con la otra, y un concepto lleva a otro. Y esto me avoca a decir, como colofón, que todo se debe elaborar con los hilos de la exigencia y con la urdimbre de la excelencia. Existe una cosa por encima de lo bueno, que es lo mejor. Y hay otra cosa por encima de lo mejor, que es la excelencia.

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