lunes, 9 de agosto de 2010

MENTIRAS ARRIESGADAS




- ¡Tú, judío! ¿No te he visto yo con Jesús? ¿No perteneces a sus discípulos?

- ¿Yo? Te equivocas. ¡Jamás he visto a ese hombre, ni sé quién es, ni cómo se llama!

En cuanto el centurión le dejó en paz, Pedro salió corriendo, como alma que lleva el diablo, y se perdió entre las callejuelas con el corazón en la boca y un regusto amargo en sus entrañas a traición y cobardía.

- ¡Mientes, bellaco! ¡Has de tragarte a golpe de estoque tus falacias!, ¡Follón, mentiroso! ¡Mentirme a mí, sisebuto! ¡Mentirme a mí!, ¡Lo que más me agobia de este mundo, que me mientan! ¡Brrrrr! ¡Qué rabia!

Cuando le iba a asentar la estocada fatídica, se interpuso Diego, que paró su mandoble con su espada.

- ¡Detente, Roberto! – le dijo con un grito Tomás- No acabes con la vida de un hombre por una mentira. Yo las expelo de mi boda cien veces todos los días, sobre todo a las mujeres. Y tú no creo que me vayas a la zaga, mintiendo más que hablas. No te juegues el paraíso por una mentira más o menos. ¡Por Dios, Roberto! ¡Vale más una conciencia tranquila que mil mentiras arriesgadas!





Desde los albores de la raza humana, ha existido la mentira en boca del hombre. Ha convivido con él desde los primeros habitantes del planeta. Desde Caín, que negó la muerte de su hermano Abel. La Biblia está llena de mentiras y equívocos, que proporcionaron victorias, o, simplemente, ventaja en la acción.

Estamos viviendo entre mentiras constantes, sobre cualquier asunto, transcendente o no. A la gente no la gusta que la mientan, bajo ningún concepto. Pero el que recibe la mentira, también miente, y se queja de que le mienten. En realidad, aunque a nadie le gusta la mentira, y los adultos hacen lo posible para que los niños no mientan, lo hacen con tanta ausencia de convicción que se les ve el plumero a la primera de cambio.

Desde que nacemos, sin embargo, y a pesar de los vanos intentos de los mayores en esta materia, nos enseñan a mentir por imitación. A la mayoría de las mentiras, las personas sensatas, les llaman ‘mentiras piadosas’, pero, en realidad, son mentiras flagrantes sin apelativo y sin defensa posible. Y a veces, cuando el infante se entera de que le han estado mintiendo constantemente, se cabrea como un mono, y, en compensación, él hace lo mismos con su descendencia: Miente como un bellaco,

- Enriquito. Hoy vamos a ir a la casa de fieras, porque te vamos a enseñar a la cigüeña que te trajo al mundo.

¡Vaya pasada! ¡Iban a enseñarme a la cigüeña que me trajo al mundo, en un pañuelo atado a cuatro puntas y colgado del pico conmigo dentro! ¡Qué fantástico! ¡Voy a conocer a mi madre cigüeña, responsable de mi feliz viaje desde París, donde se supone que está la fábrica de niños! ¡No me lo puedo creer!







En una jaula enorme de barrotes de metal, con unas cúpulas redondas y puntiagudas, como las de una catedral, convivían varias especies de aves compatibles. Entre ellas, algunas cigüeñas con el plumaje sucio y descuidado, pero cigüeñas al fin y al cabo. Una de las más pequeñas y desgarbadas de la banda, me la señalaron como Blancaflor, mi ave portadora. Abrí unos ojos como platos, me quedé mudo de admiración y me sentí absolutamente identificado con aquella cicónida.

- Y, sepa usted, mi querida señora, que yo, la madre de Enriquito, no la he autorizado a decirle al niño la verdad estricta sobre los Reyes Magos. ¡Con la ilusión que le hacía creer que Melchor, Gaspar y Baltasar venían a casa con sus pajes y sus camellos rebosando juguetes y felicidad! ¡Es usted una metiche, querida amiga! ¡Por muy temprano que se le ocurra levantarse por la mañana, es usted una metiche y una cotilla! ¡Mira que decirle al niño la verdad!






Yo lo llevé muy mal durante unos días. Luego, me vanagloriaba de saber un secreto que la mayoría de niños de mi edad desconocían absolutamente. Eran unos ignorantes y unos pequeñajos. Y, además me habían dado una razón para mentir: Hacer felices a los demás.

Había cumplido los quince años. Quince hermosos años rebosantes de juventud y de curiosidad. Yo no fumaba; me lo había prohibido mi padre. Pero el resto del mundo sí lo hacía. Aquel día lo celebré fumándome medio ‘bisonte’, que, por cierto, me sentó fatal. Eche la pota en el cuarto de baño de un bar y lo dejé todo echo una mierda.

Me remordía la conciencia, y cuando llegué a casa, abrumado por el peso de mi falta, se lo confesé a mi padre. “Papá, te tengo que decir una cosa muy importante para mí. Escúchame atentamente: Hoy he fumado un cigarrillo”. Mi padre giró la cabeza para mirarme detenidamente, se quedó considerando el hecho durante breves segundos y me endiñó un guantazo que me dejó verdugones en la cara y unas ganas irrefrenables de no volver a decir nunca una verdad, en mi vida. ¡Por Dios! ¡Pues si cada vez que dijera la verdad, me iba a endiñar un guarrazo!... Naturalmente, decidí nunca más meter la mano en la madriguera. Me habían enseñado a ‘omitir la verdad’, cosa que, desde aquel día, practiqué toda mi vida.




Está claro que nos han enseñado con el ejemplo desde que hemos nacido, y, desde luego, hemos estado oyendo mentiras desde que nos funciona el sentido del oído. Hoy en día vivimos entre mentiras constantes expelidas por todos los medios de comunicación. Televisión, radio, prensa escrita. Y las mentiras de los políticos constituyen la quintaesencia de la falsificación, engaño, ficción, enredo, patraña, embuste, falsedad, trola, mendacidad, bola, calumnia, cuento. Ante este orden de cosas hay que tener claro por qué nos molesta tanto que nos mientan. ¡Pero si nos mienten en todos los sentidos y bajo todos los puntos de vista! ¡Si vivimos en una mentira constante! ¡Si hemos aprendido a mentir desde pequeños, enseñados por nuestros padres! ¿Qué coño esperamos?.






En vez de tanta mierda de campaña anti tabaco, anti taurina, anti jubilación anticipada. En vez de tanto parlamento y tanto senado lleno de mentirosos consentidos. ¿Por qué no promovemos una campaña de ‘antimentiras’? ¿La secundarían el gobierno y los medios de comunicación?

Un padre, se sienta con su hijo de seis años, para explicarle que no debe de mentir en ninguna circunstancia, ni bajo ningún concepto. En medio de la filípica, llaman al teléfono; el niño acude raudo a cogerlo, y le dice al padre: “Papá, es Claudio, el vecino de arriba” “Vaya por Dios, - dice el padre-, dile que no estoy…

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